La vida de Max Aub pide escena y pantalla
La guerra civil sigue haciendo levantar cejas a muchos productores
Estos d¨ªas rele¨ªa la excelente adaptaci¨®n de El laberinto m¨¢gico, de Max Aub, que Jos¨¦ Ram¨®n Fern¨¢ndez hizo el pasado a?o y que Ernesto Caballero puso en pie, con id¨¦ntico acierto, para cerrar la temporada del Valle-Incl¨¢n. Recuerdo que en una primera versi¨®n les sal¨ªa un espect¨¢culo de diez horas, que quedaron en dos. Mi cr¨ªtica acababa con una petici¨®n ("?D¨®nde hay que firmar para que hagan esa versi¨®n en tres sesiones?") de dif¨ªcil cumplimiento, tanto en teatro como, m¨¢s posible, en miniserie: nuestra guerra civil sigue haciendo levantar cejas a muchos productores.
Pero no s¨®lo El laberinto m¨¢gico es material riqu¨ªsimo: la propia vida de Aub, plet¨®rica de episodios, est¨¢ pidiendo escena y pantalla. Habr¨ªa que decir "las vidas" de Aub: me vienen ahora a la cabeza la aventura teatral de El B¨²ho en Valencia; las gestiones en Par¨ªs para adquirir el Guernica; su colaboraci¨®n con Malraux para filmar Sierra de Teruel. Y su experiencia en los campos de concentraci¨®n de Garros y Vernet, y su deportaci¨®n argelina, antes de escapar a M¨¦xico.
Yo puedo so?ar con todo eso para tratar de estar a tono con Aub, que so?¨® con Jusep Torras Campalans, el ap¨®crifo pintor cubista, y so?¨® tambi¨¦n con una ficticia entrada por todo lo alto en la Real Academia, una Academia en la que se encuentra con Lorca y Miguel Hern¨¢ndez porque ha triunfado la Rep¨²blica, del mismo modo que so?¨® m¨¢s tarde, desde M¨¦xico, con "la verdadera historia de la muerte de Franco".
Sue?o con otra obra u otra serie posible: la triple aventura barcelonesa de Aub. El primer episodio suceder¨ªa en los a?os veinte, cuando frecuentaba las tertulias de Salvat-Papasseit, Gasch y L¨®pez-Pic¨®. El segundo, obviamente, durante la guerra: Campo cerrado, arranque de El laberinto m¨¢gico, transcurre en buena parte al principio de la contienda; Campo de sangre, en el invierno del 38. El tercer y ¨²ltimo episodio suceder¨ªa en el verano de 1969, cuando Aub vuelve a Barcelona, acompa?ado de su mujer, Perpetua Barjau, con un visado de un par de meses, para escribir una biograf¨ªa de Bu?uel. Estuvo all¨ª quince d¨ªas; visit¨® Valencia y luego Madrid, el 21 de septiembre.
Joan de Sagarra, que me descubri¨® la obra de Aub, le conoci¨® entonces. Max Aub, quiz¨¢s muy cercano a su heter¨®nimo Luis ?lvarez Petre?a, cuenta esa visita en La gallina ciega, el amargo diario que publicar¨¢ en 1971. "Ten¨ªa una dignidad republicana", cuenta Sagarra. L¨²cido, sabe desde el principio ("Vengo a ver lo que ya no existe") que lo que busca solo vive en su memoria. Tras un largo paseo por el barrio de Gracia, le propone a Sagarra que se vuelva con ¨¦l: le ofrece un billete de avi¨®n y una beca en la universidad para investigar sobre la etapa mexicana de Antonin Artaud, la aventura de los Tarahumara. ¡°Aqu¨ª acabar¨¢s pudri¨¦ndote, Juanito¡±, le dice. ¡°?Ojal¨¢ me hubiese ido con ¨¦l!¡±, dir¨¢ Sagarra, a?os despu¨¦s. Max Aub, eterno ap¨¢trida, nacido en Par¨ªs, hijo de padre jud¨ªo alem¨¢n y madre francesa, espa?ol y mexicano, ¡°peregrino en su patria, regresado al destierro y muerto en ¨¦l, en 1972¡±, como escribi¨® Mu?oz Molina. Muchos, muchos Max Aub.
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