No nos olvidemos de Gabinete Caligari (ni de Jaime Urrutia)
La industria y el p¨²blico han cambiado pero la banda y su principal compositor han protagonizado una etapa fascinante del pop-rock espa?ol
La escena sucedi¨® la semana pasada. En el aeropuerto de Ibiza esper¨¢bamos unas decenas de personas a coger un avi¨®n rumbo a Madrid mientras otras decenas andaban por ah¨ª esperando otros vuelos. Con una gorra y brillantes gafas de sol, sali¨® Jaime Urrutia por la puerta, pero nadie repar¨® en su presencia. Tal vez, muchos de los m¨¢s j¨®venes ¨Cque hab¨ªan estado en el festival Sue?os de Libertad donde tocaban Leiva, Iv¨¢n Ferreiro o Sidonie- no sab¨ªan ni qui¨¦n era, pero hubo un buen pu?ado que, aun reconoci¨¦ndole, mostraron indiferencia.
Urrutia actuaba ese d¨ªa en San Jordi de Ses Salinas con su banda actual, Los Corsarios, en un concierto menor en comparaci¨®n con el festival de la isla, un evento que apuesta por el pop-rock nacional pero que, sin embargo, no le programa, como no le programa ning¨²n festival. El que fuera cantante y compositor de Gabinete Caligari lleva a?os viviendo en el circuito de segunda, en garitos y peque?as salas, defendiendo su legado.
Sin disco desde 2010, apenas hay noticias de este m¨²sico que protagoniz¨® los ochenta y buena parte de los noventa al nivel de otros grandes nombres del pop espa?ol. Pero el tiempo ni el negocio perdonan. A estas alturas, Urrutia, cuya particular voz ronca y de arrabal est¨¢ m¨¢s machacada de lo deseable, est¨¢ lejos de ser quien fue. Hace muchos a?os que no es una estrella y est¨¢ claro que su evoluci¨®n ha sido muy distinta a la de otros compa?eros generacionales de fatigas y fiestas. Se ha quedado en tierra de nadie mientras otros han sabido encontrar un camino determinado ¨Cmejor o peor-. P¨®ngase aqu¨ª a nombres como Loquillo, Andr¨¦s Calamaro, Enrique Bunbury, Santiago Auser¨®n¡
La historia no se lo ha puesto f¨¢cil a muchos de aquellos protagonistas del pop-rock espa?ol, que, como pasa siempre, fueron rechazados por la generaci¨®n siguiente. Tambi¨¦n han sufrido las consecuencias del cambio, tanto en la industria como en el p¨²blico. La Espa?a musical de entonces no tiene nada que ver con la de ahora. Pero incluso en el siempre fruct¨ªfero terreno de la nostalgia tampoco le va del todo bien a Jaime Urrutia, ni a su buque insignia, Gabinete Caligari. Si de un tiempo a esta parte se vuelve a hablar de la Movida, a partir de conciertos y homenajes diversos, los Gabinete Caligari parecen relegados a un escalaf¨®n menor ante iconos como Nacha Pop, Radio Futura, Los Secretos o Alaska y los Pegamoides.
El grupo ya tuvo que lidiar con un problema de identidad en plena cresta de la ola de la movida madrile?a. No solo por algunas de sus canciones castizas, que poco iban con el aroma moderno de aquella ¨¦poca, sino tambi¨¦n por el brutal ¨¦xito que consiguieron al fichar por EMI y sonar en todas las radios espa?olas. Tal vez La culpa fue del Cha Cha Ch¨¢ no fuera una canci¨®n con la que ilustrar aquel ¨¦xtasis sonoro de aquella nueva ola que alardeaba de autenticidad, pero es una huella sonora imbatible, con ese aire de pasodoble, que guarda la esencia de la Espa?a costumbrista, aquella que marca nuestra verdadera identidad de punta a punta de la pen¨ªnsula, aquella reunida al calor de las orquestas de barrio y pueblo.
Gabinete Caligari siempre fueron una banda de primera categor¨ªa. No se trata de recordar su ¨¦xito, que lo tuvieron como tantos que ya no lo tienen, sino de reivindicar su obra. Su fascinante obra ilustrada especialmente en cinco discos seguidos, entre 1983 y 1990: Que Dios reparta suerte, Cuatro Rosas, Al calor del amor en un bar, Camino Soria y Privado. El desamor en Gabinete Caligari adquiere categor¨ªa de cotidianidad m¨ªstica, como ese bar con olor a serr¨ªn y la m¨¢quina tragaperras rompiendo el silencio.
Urrutia es un maestro de estampas emocionales a medio camino entre el desahucio de la esperanza rota y la supervivencia desprovista de ¨¦pica. Y, sin embargo, transmiten una entereza ¨²nica. Canciones como Cuatro rosas, Camino Soria, La fuerza de la costumbre o El calor del amor en un bar se clavan en el subconsciente, aunque no tengan nada que ver con lo que requieren los tiempos sonoros y l¨ªricos de nuestro pa¨ªs en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas. De hecho, la prensa especializada ha sido dura con ¨¦l ¨Csobre todo aquella que auspicia con facilidad pasmosa cada propuesta indie y exceptuando Efe Eme y las grandes entrevistas a cargo de Juan Puchades-. Al ser visto como un representante de todo lo viejo, no prest¨® atenci¨®n a dos ¨¢lbumes en solitario como el formidable Patente de corso y el m¨¢s que interesante Lo que no est¨¢ escrito, publicados en 2002 y 2010 respectivamente. Incluso los tiempos no le son propicios a Urrutia en el actual paisaje digital: Spotify se la ha jugado y ha dejado que otro Jaime Urrutia ¨Cde una calidad ¨ªnfima- se cuele en su perfil de reproducci¨®n de canciones. Aparecen antes los discos de este insoportable int¨¦rprete de hotelucho de playa de tercera que los suyos.
A?o 2017: Ni Gabinete Caligari ni Jaime Urrutia, a¨²n con su voz da?ada, est¨¢n en el lugar que merecen en este pa¨ªs. Lo peor es que pinta mal para el futuro. Todo indica que en el a?o 2025 ¨Cpor decir uno- el olvido ser¨¢ mayor para esta parte emotiva y distintiva de nuestra historia musical. Una parte a reivindicar con letras may¨²sculas.
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