Viaje al Oviedo del carb¨®n y la sangre
El historietista Alfonso Zapico revive en el segundo tomo de ¡®La balada del norte¡¯ la intrahistoria del asedio minero de 1934, cuyo recuerdo sigue presente en la capital asturiana
Oviedo es una ciudad lluviosa y se?orial que esconde ¡ªo quiere olvidar¡ª otra te?ida de carb¨®n y de sangre. Los impactos de bala en la catedral son un recordatorio de la dinamita que hace casi 83 a?os hizo temblar las apacibles casas de unos burgueses que observaban, perplejos desde las ventanas, el avance de los mineros. Sus avenidas se tornan a¨²n m¨¢s elegantes en los trazos negros sobre blanco de Alfonso Zapico, que retrata en La balada del norte (Astiberri Ediciones) la intrahistoria de la ¨²ltima gran revoluci¨®n obrera en suelo europeo: la de los cerca de 3.000 mineros que se levantaron el 5 de octubre de 1934 contra el Gobierno radical-cedista de Alejandro Lerroux, y pusieron en jaque a la capital asturiana durante casi dos semanas. En el segundo tomo de la novela gr¨¢fica, presentado este s¨¢bado, el historietista muestra una guerra que se vivi¨® tanto en las trincheras como en las salas de estar de los arist¨®cratas, burgueses y obreros.
¡°Esa es la otra guerra. Hab¨ªa dos frentes: uno en el que gente que no se ve¨ªa se disparaba mutuamente, y otro, el de las escenas de interior¡±, afirma Zapico, que pone tanto ¨¦nfasis en las bombas de la contienda como en la partida de cartas que el gobernador, atrincherado en su residencia, juega con el marqu¨¦s y un capit¨¢n para matar el rato hasta que el Ej¨¦rcito llegue a salvarles. O en la delirante convivencia de unos insurrectos (ateos, por supuesto) con una cat¨®lica familia burguesa cuya casa han convertido en improvisado cuartel general. ¡°Son dos mundos que chocan, pero se ven obligados a juntarse para tomar un chocolate, beber una botella de an¨ªs... La gente que convive en esa casa sabe que toda va a terminar mal, y lo asumen¡±. All¨ª, el rudo minero Apolonio, consciente ya de la segura derrota, fuma en el balc¨®n a la espera de que todo se vaya al garete.
¡°Es ficci¨®n, como una novela cl¨¢sica del XIX, pero juego en el escenario hist¨®rico¡±, aclara Zapico, que no se decidi¨® a contar la historia de su cuenca minera natal hasta que se ¡°escap¨®¡± para vivir a Angulema (Francia), la capital del c¨®mic europeo, y asisti¨® desde all¨ª a la huelga minera de 2013, cuando se perdieron miles de empleos. ¡°La gente que se va fuera quiere sobre todo una referencia, suelo que pisar. Y yo me di cuenta de que mi suelo desaparec¨ªa¡±. Descubri¨® as¨ª tantas versiones sobre el octubre de 1934 que decidi¨® crear un espacio literario donde elaborar la suya propia: ¡°Manej¨¦ mucha documentaci¨®n, pero luego fui un poco por libre¡±, cuenta el historietista, que acompa?a a un grupo de periodistas en un recorrido por algunos de los escenarios de la revuelta.
Versiones contradictorias
Un paseo con Alfonso Zapico por los escenarios de la revuelta obrera basta para constatar que la herida sigue abierta en Oviedo. En la catedral, por ejemplo, no hay acuerdo sobre por qu¨¦ los revolucionarios intentaron volar el edificio. ¡°La carga de dinamita se puso aqu¨ª¡±, se?ala el de¨¢n, Benito Gallego, que apunta a un lugar de la cripta situada bajo la c¨¢mara santa, cuyas reliquias los insurrectos quer¨ªan destruir, afirma. El historiador asturiano Javier Rodr¨ªguez Mu?oz discrepa: ¡°Los mineros solo pretend¨ªan volar la torre para acabar con los francotiradores de la guardia de asalto que les disparaban desde lo alto, pero se equivocaron al colocar la carga explosiva¡±.
No muy lejos est¨¢ el teatro Campoamor -ahora escenario de los premios Princesa de Asturias-, que seg¨²n la versi¨®n respaldada por Rodr¨ªguez Mu?oz y dibujada por Zapico fue quemado por la guardia de asalto del contiguo cuartel de carabineros ante el temor de que los insurrectos les lanzaran cartuchos desde el tejado, que quedaba en alto. Sobre esto, por supuesto, tambi¨¦n hay diferencias: todo depende de d¨®nde se pregunte en la ciudad.
Sin embargo, el furor revolucionario se apag¨®. El Ej¨¦rcito republicano, dirigido desde Madrid por el general Francisco Franco, sofoc¨® la revuelta el 19 de octubre. Y comenz¨® la revancha: ¡°Hasta las elecciones donde gan¨® el Frente Popular y amnistiaron a los presos, todo fue represi¨®n¡±, explica Zapico, que ambientar¨¢ el tercer volumen de su trilog¨ªa en ese periodo, cuando los regulares del Ej¨¦rcito de ?frica ¡°entraron en Oviedo a sangre y fuego¡±.
La utop¨ªa de la comuna asturiana se esfum¨®; quiz¨¢, en parte, por la divisi¨®n de la izquierda, como refleja sutilmente uno de los cap¨ªtulos m¨¢s divertidos de la obra: dos mineros revolucionarios comparten un cigarro nocturno al pie de un ¨¢rbol. Coinciden en su odio hacia el enemigo, pero no se pueden ni ver, porque uno es socialista y el otro, comunista. A su vez, el minero del PSOE aborrece a sus compa?eros metal¨²rgicos, y como socialista de San Mart¨ªn, desprecia a los camaradas del gremio en Mieres. En su pueblo s¨ª se llevar¨ªa bien con todo el mundo, si no fuera porque se subdivide en varias aldeas a cual m¨¢s despreciada. ¡°Joder, compa?ero¡Esto de la revoluci¨®n es una milonga, porque nos dijeron que era el sue?o de todos, pero era mentira. Era el sue?o de cada uno¡±, concluye. Como reflexiona Zapico: ¡°Esta es la gran paradoja de las cuencas mineras, un territorio que siempre ha destacado por lo colectivo, y luego resulta que debajo del pellejo de cada uno hay esa herida que no se cierra nunca¡±.
Cifras de la revoluci¨®n asturiana
Combatientes:
3.000 insurrectos.
De 17.000 a 20.000 soldados, guardias civiles y guardias de asalto.
Muertos:
De 1.500 a 2.000, seg¨²n los historiadores.
De 1.100 a 1.700 mineros insurrectos.
300 militares y miembros de las fuerzas policiales.
34 sacerdotes y religiosos.
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