El Jalisco agonizante de Juan Rulfo
La hacienda donde naci¨®, el asesinato del padre y el ¨¢rido llano convertido hoy en un vergel artificial: EL PA?S recorre la geograf¨ªa literaria del gran escritor mexicano
En la habitaci¨®n donde naci¨® Juan Rulfo hay colgado en la pared un cristo de madera, sin ombligo ni pezones, clavado en una cruz de tres metros. ¡°Es un cristo agonizante ¨Cdice el hermano Bruno¨C Nos ense?a a afrontar el sufrimiento con serenidad, fe y silencio. A esta sala venimos a rezar. Somos una oraci¨®n viviente¡±.
La casa del escritor que le puso voz al silencio ¨Csi yo escuchaba solamente el silencio, era porque a¨²n no estaba acostumbrado al silencio¨C y que despu¨¦s de su segundo libro permaneci¨® callado m¨¢s de 30 a?os, es ahora un monasterio de clausura, un templo encomendado al silencio.
El hermano Bruno y sus ocho compa?eros guardan el Gran Silencio desde las nueve de la noche a las siete de la ma?ana. ¡°Nada de palabras, ni ruidos de escoba, ni de zapatos¡±, explica el sacerdote con las manos fruncidas a la altura del vientre. Durante el d¨ªa es el tiempo del Silencio Moderado: limpian, rezan, cocinan, rezan. Y, al menos Bruno, ha le¨ªdo a Rulfo: ¡°cre¨® toda una mitolog¨ªa para estos pueblos¡±.
Hace ya m¨¢s de 20 a?os que la familia materna del escritor le cedi¨® a los Monjes Adoradores Perpetuos del Sant¨ªsimo Sacramento una imponente finca de m¨¢s de una hect¨¢rea en el diminuto y caluroso pueblo de Apulco, al sur de Jalisco. Tan peque?o que en 1917 el beb¨¦ Rulfo tuvo que ser registrado en otro pueblo, Sayula. Tan peque?o que pr¨¢cticamente todo el pueblo era la hacienda, la iglesia y las casitas de los trabajadores de los terrenos de la familia Vizca¨ªno, descendientes de migrantes vascos durante las primeras colonizaciones y acomodados terratenientes hasta la Revoluci¨®n.
Tan peque?o sigue siendo Apulco ahora ¨C300 habitantes¨C que los monjes han tenido que ir abandonado el monasterio porque no pod¨ªan mantenerse econ¨®micamente m¨¢s de 10 hermanos. Para financiarse hacen galletas y tambi¨¦n pizzas, que venden en un austero local acondicionado en una esquina del monasterio. En la hacienda colonial donde naci¨® Rulfo uno puede comerse una pizza peperoni sentado debajo de un poster de la Virgen Mar¨ªa.
La iglesia la pag¨® el abuelo Carlos Vizca¨ªno Vargas despu¨¦s de un viaje a Roma. ¡°Dicen que tard¨® cuatro meses, la gente se re¨ªa: que si fue en burro, nadando o qu¨¦¡±, comenta una vecina. El papa Benedictino XIV le recibi¨® y bendijo su templo privado. Como en las franquicias, la iglesia de los Vizca¨ªno est¨¢ agregada a la bas¨ªlica del Papa en Roma y tiene privilegios como la concesi¨®n de indulgencias plenarias. ¡°Al que se le otorga, le borra todo rastro del pecado¡±, explica el sacerdote. Con un p¨®rtico de m¨¢rmol, en un lateral de la nave est¨¢n las tumbas de los abuelos y los padres del escritor.
Por la espalda, el padre de Juan Rulfo fue asesinado a balazos en una pelea de tierras en 1923. Un ganadero de la zona, Guadalupe Nava Palacios, quer¨ªa que sus vacas atravesaran unos terrenos de Juan Nepomuceno P¨¦rez Rulfo. Cada ma?ana romp¨ªa las cercas para que pasaran sus animales. Cada tarde, Cheno, como se conoc¨ªa al padre del escritor, las volv¨ªa a arreglar. Una de esas tardes le esper¨® agazapado detr¨¢s de unos arbustos y le tirote¨® a traici¨®n. En una vereda polvorienta, una cruz de metal oxidado sobre un mont¨ªculo de piedras a¨²n recuerda el lugar exacto del asesinato.
El padre y la muerte, siempre presentes en el universo de Rulfo. El cuento ?Diles que no me maten! reencarna la historia con una disociaci¨®n del nombre del asesino. Guadalupe Terreros es el hacendado muerto. Juvencio Nava, el pistolero homicida. Otro relato, Mi padre, dice:
Mi padre muri¨® un amanecer oscuro, sin esplendor ninguno, entre tinieblas.
A Jes¨²s Canales tambi¨¦n le mataron al padre cuando era un ni?o. Canales tiene ahora 91 a?os, un sombrero blanco de ranchero y pr¨®tesis de plata en los dientes. Est¨¢ sentado a la sombra en la plaza de Tuxcacuesco, otro pueblo vecino, y recuerda que la historia de Cheno fue parecida y diferente a la de su padre. ¡°Fue por una vieja. Le estaba ganando la mujer a un polic¨ªa. A mi jefe le avisaron. Ten cuidado, fulano te anda buscando. Le dijeron pero no crey¨®. Y ah¨ª lo acabaron¡±. Canales se?ala con el dedo una de las calles que desembocan en la plaza:
¡ªLe salieron por la espalda en ese corredor y le metieron unos balazos.
As¨ª antes era
Severiano, el hermano mayor del escritor, se hizo cargo de las propiedades familiares. Canales recuerda que ¡°Don Severiano era muy pesado en dinero¡± y que ¡°hubo personas que se ofrec¨ªan a quitarle la vida al que mat¨® a su padre, pero ¨¦l no quiso¡±. El hermano mayor fue a recoger el cad¨¢ver del padre. La leyenda del pueblo dice que de regreso a San Gabriel, la otra casa familiar, la comitiva f¨²nebre se fue haciendo cada vez m¨¢s grande, cay¨® la noche y encendieron antorchas para iluminar el camino. Al llegar a la casa, le dijeron al hermano peque?o: ¡°hubieras visto como se ve¨ªa, es como si hubieran incendiado el llano¡±. El Llano en llamas titular¨ªa ese ni?o muchos a?os m¨¢s tarde uno de sus cuentos.
El Gran Llano de Jalisco, las decenas de kil¨®metros ¨¢ridos que separan las haciendas, son parte del territorio m¨ªtico de Rulfo. El suelo de muchos de sus cuentos, ese duro pellejo de vaca, esa tierra deslavada, una llanura rajada de grietas y de arroyos secos, donde ni ma¨ªz, ni nada nacer¨¢.
Esa met¨¢fora que Rulfo utiliz¨® para retratar una vida dura y est¨¦ril es hoy un vergel artificial. Centenares de invernaderos de pl¨¢stico blanco se levantan en el llano. Entre el polvo ahora nacen tomates, pepino y aguacates. El nuevo due?o del llano, el nuevo Pedro P¨¢ramo es sinaloense y a un lado de los tomates tiene una pista de aterrizaje para su avioneta privada.
Los trabajadores de esta tierra, los protagonistas de la historia vigente y sin ficci¨®n del llano, ya no son campesinos locales. Ahora son ind¨ªgenas de Oaxaca y Chiapas, que vienen a los estados del norte a limpiar los invernaderos. Trabajan en jornadas de siete a cuatro de la tarde y a la semana les pagan 800 pesos (unos 40 d¨®lares).
¡°No me gusta, hace mucho calor. Pero la vida est¨¢ muy dura¡± dice Daniel Hern¨¢ndez. Tiene 24 a?os y hace dos que vino desde Oaxaca. El nombre de su pueblo es Santiago Atitl¨¢n, que significa ¡°entre aguas¡±. Es un pueblo de la sierra Mixe atravesado por un r¨ªo. Al terminar cada tarde su trabajo en la huerta de pl¨¢stico, Daniel cruza la carretera que atraviesa el llano para descansar en un alberge prefabricado de chapa met¨¢lica. Hierro, sobre asfalto sobre tierra rajada de grietas.
Cada tres palabras cierra los p¨¢rpados y tuerce la cabeza. Se tapa la cara con un pa?uelo hasta la nariz para protegerse del polvo. Hace meses que tiene algo en los ojos:
¡ªVeo como nubes, tengo que ir al m¨¦dico. Pero me han dicho que est¨¢ bien lejos.
Daniel no ha le¨ªdo Pedro Paramo. En uno de los pasajes m¨¢s cat¨¢rticos de la novela, el protagonista, vagando por un pueblo hundido en el puro calor sin aire, recuerda:
haber visto as¨ª como nubes espumosas haciendo remolino sobre mi cabeza y luego enjuagarme con aquella espuma y perderme en su nublaz¨®n. Fue lo ¨²ltimo que vi.