Pecados capitales
'El gallo de oro', de Rimski-K¨®rsakov, es una andanada contra el poder camuflada de cuento fant¨¢stico
El gallo de oro
M¨²sicad e Nikol¨¢i Rimski-K¨®rsakov. Dmitri Ulianov, Sergu¨¦i Skorojodov, Aleks¨¦i Lavrov y Venera Guimadieva, entre otros. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Direcci¨®n musical: Ivor Bolton. Direcci¨®n de escena: Laurent Pelly. Teatro Real, hasta el 9 de junio
Quien piense que la m¨²sica, y no digamos ya la ¨®pera, es inocua, se equivoca. La historia del g¨¦nero es pr¨®diga en censuras y prohibiciones, sobre todo cuando los poderosos han cre¨ªdo verse reflejados ¡ªno digamos ya criticados¡ª sobre el escenario. Verdi sinti¨® el aguij¨®n en su propia carne, y no solo en los casos m¨¢s conocidos de Rigoletto o Un ballo in maschera. Rimski-K¨®rsakov se top¨® de bruces con la autoridad al final de su vida, cuando ya nada ten¨ªa que perder ni que demostrar. El gallo de oro es su decimoquinta y ¨²ltima ¨®pera, pero no fue en ning¨²n sentido una adici¨®n a su cat¨¢logo. El compositor se hab¨ªa puesto de parte de los revolucionarios en 1905, fue depurado y su ¨®pera es una andanada contra el poder camuflada bajo el envoltorio de un cuento fant¨¢stico. La censura rusa recel¨® de ese vitriolo semioculto, y la ¨®pera, encenagada en una carrera de absurdos obst¨¢culos, se estrenar¨ªa muerto ya su creador, aunque las representaciones que la lanzaron al estrellato no fueron las de Mosc¨² en 1909, sino las de Par¨ªs, en 1914, auspiciadas por Sergu¨¦i Di¨¢guilev, con coreograf¨ªa de Mija¨ªl Fokin y escenograf¨ªa y vestuario de Natalia Goncharova.
Laurent Pelly carga las tintas en la ¨¦tica, no en la est¨¦tica, y de aquel ballet parisiense (los protagonistas cantaban sentados a ambos lados del escenario) hemos pasado a esta negra, negr¨ªsima f¨¢bula que arremete casi por igual contra soberanos y contra s¨²bditos, m¨¢s que criticados, ridiculizados por Rimski y su astuto libretista, Vlad¨ªmir Belski, que remoz¨® el original de Pushkin a su antojo para servir a las invectivas del compositor. El zar Dod¨®n es un personaje risible, entregado sin rebozo en pijama y zapatillas a la acidia, uno de los muchos pecados capitales en que lo veremos incurrir durante la ¨®pera. Su enorme cama se encuentra, eso s¨ª, sobre lo que parece ser una simb¨®lica monta?a de detritos negruzcos: esos son los cimientos de su r¨¦gimen autocr¨¢tico. Las desastrosas campa?as militares de la Rusia zarista (la cama reposa sobre un tanque en el tercer acto) son tambi¨¦n puestas en solfa por Rimski, y Pelly reafirma su talento para hacer befa del militarismo, ampliamente demostrado en este mismo teatro con su excepcional montaje de La fille du r¨¦giment.
Los hijos de Dod¨®n, presentados con acierto como una suerte de Tweedledum y Tweedledee, con tup¨¦s sim¨¦tricos, son tan memos y tienen la cabeza tan hueca como su padre, al que Amelfa, la temible y fornida ama de llaves de palacio, maneja a su antojo como el zangolotino que es. Los boyardos, forrados en sus pieles, se mueven a duras penas, hinchados de fatuidad. Y el encuentro con la seductora zarina de Shemaj¨¢ ampl¨ªa la lista de pecados capitales de Dod¨®n y deja grotescamente de manifiesto sus carencias, como su torpe incapacidad para cantar y bailar. Rimski perfila todo con su m¨²sica: al igual que Verdi transmit¨ªa con la melod¨ªa elemental de Caro nome la simpleza de una Gilda ani?ada e inmadura, Rimski, convertido en un genial ¡°imitador de voces¡± bernhardiano, da a cada uno de sus personajes ¡ªy al pueblo, aqu¨ª nada heroico, sino vacuo y servil ante su soberano¡ª la m¨²sica que merece, arropada por una orquestaci¨®n de filigrana (genial el empleo del contrafagot en la zafia canci¨®n de Dod¨®n en el segundo acto).
Ivor Bolton, tras su magistral trabajo en Billy Budd y Rodelinda, vuelve a hacer gala de una musicalidad expansiva y sin fisuras, en momentos intimistas y marciales por igual. La orquesta, a sus ¨®rdenes, multiplica su calidad y se muda sin esfuerzo de occidental en orientalizante. Las maderas, esenciales en esta ¨®pera, se merecen un elogio especial, el mismo al que, dentro de un solid¨ªsimo reparto coral, son acreedores Dmitri Ulianov y Verena Guemadieva como el zar holgaz¨¢n y su misteriosa hechicera. Muy valiente Sara Blanch prestando su voz al gallo de oro.
Los pecados capitales comportan consecuencias capitales y, bajo su apariencia enga?osa de cuento fant¨¢stico, El gallo de oro, m¨¢s a¨²n en la inteligente y ¨¢cida propuesta de Laurent Pelly (nada que ver con el blando tono farsesco y el humor blanco de la reciente producci¨®n de Anna Matison para el Mariinski), contiene importantes ense?anzas para muchos: a uno y otro lado del poder. El Teatro Real les espera para que tomen buena nota.
Babelia
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