Vivir en prosa
Para un prosista, Carson McCullers es un modelo de naturalidad y poes¨ªa en la escritura, aparte de una invitaci¨®n inapelable a la humildad
La poes¨ªa puede existir sin escritura, y as¨ª es como debi¨® de crearse y transmitirse durante la mayor parte de la historia humana. La prosa, que no puede memorizarse con facilidad por carecer de las pautas m¨¦tricas y r¨ªtmicas del verso, est¨¢ vinculada necesariamente al acto de escribir y al de leer, aunque no se haya desprendido nunca de su origen en la oralidad. Los textos se escrib¨ªan sin puntuaci¨®n ni separaciones entre las palabras: solo ley¨¦ndolos en voz alta se pod¨ªa determinar su sentido. Como muy pocas personas sab¨ªan leer, las historias escritas llegaban a trav¨¦s de la voz a la mayor parte de quienes ten¨ªan alg¨²n acceso a ellas. En la venta manchega de Don Quijote, las mujeres de la familia del ventero y los campesinos y los viajeros que se albergan en ella escuchan con una avidez de trance las historias que vienen impresas en los libros y las que se han copiado a mano. La prosa debi¨® de nacer no de los cuentos populares que al fin y al cabo conoc¨ªa todo el mundo, y que pasaban con naturalidad de unas generaciones a otras, sino de los relatos de los viajeros que regresaban de lugares a los que no hab¨ªa ido nadie m¨¢s, en mundos de vidas ancladas a la tierra y muy escasos de caminos practicables y seguros. Tambi¨¦n en Don Quijote hay un ejemplo espl¨¦ndido de eso en la historia del Cautivo que ha regresado a Espa?a despu¨¦s de m¨¢s de 20 a?os de aventuras.
La prosa es una invenci¨®n de viajeros: traslada por escrito el acto de contar en voz alta. Leemos a Herodoto y reconocemos a un semejante a pesar de la distancia de 25 siglos que nos separa de ¨¦l. La prosa es una forma pero sobre todo una actitud, una cierta manera de observar, de contar y de reflexionar. Los hex¨¢metros de las tragedias y de los poemas ¨¦picos dan cuenta de las historias fabulosas de los dioses y los h¨¦roes. La prosa trata de la realidad terrenal y de los seres humanos. Herodoto cuenta lo que ha visto y lo que otros le han contado, y, aunque no renuncia a los prodigios ni a las explicaciones mitol¨®gicas, a?ade siempre una nota escrupulosa de escepticismo, incluso de racionalidad. Se ocupa de distinguir entre lo que ¨¦l ha visto y lo que le han contado, y en evaluar la credibilidad de los testimonios que usa.
El o¨ªdo para la prosa se educa exactamente igual que el o¨ªdo para la m¨²sica
Esa voz remota nos llega con una vividez de narraci¨®n oral: desde su origen, la prosa tiene la m¨²sica del habla, el ritmo en¨¦rgico y a la vez sosegado de una buena caminata, el fluir de la reflexi¨®n y el razonamiento y de la asociaci¨®n de ideas. En la buena prosa hay una cualidad de instrumento ¨®ptico: las palabras, cuanto m¨¢s efectivas, m¨¢s alcanzan una invisibilidad de pura transparencia. Nacida del habla, la prosa no se apartar¨¢ demasiado de ella, por muy sofisticada que se vuelva. Cervantes es tan claro y oral en sus periodos de mayor envergadura sint¨¢ctica como en los de inmediatez coloquial; en ¨¦l, la complicaci¨®n y el adorno suelen ser par¨®dicos. Por muy largas y sinuosas que sean, las frases de Proust siempre son respirables, porque siempre est¨¢n hechas con una arquitectura rigurosa. Exigen, desde luego, mucha atenci¨®n: pero es la misma atenci¨®n que requiere cualquier obra de arte para ser percibida, o la que merece la persona con la que estamos conversando.
La atenci¨®n se educa y se fortalece, con beneficios inmediatos. El o¨ªdo para la prosa se educa exactamente igual que el o¨ªdo para la m¨²sica. Un m¨²sico avezado puede juzgar una composici¨®n leyendo en silencio una partitura. Un escritor tiene la oportunidad de juzgar su propio trabajo con un grado necesario de distancia ley¨¦ndolo en voz alta, convirti¨¦ndose as¨ª en lector desde fuera de s¨ª mismo. Desde el otro lado, el lector participa activamente en la escritura al someterla a su propio escrutinio oral: le da vida poni¨¦ndola a prueba. La prosa, como la fotograf¨ªa, est¨¢ tan anclada en el mundo real que solo puede apartarse con ¨¦xito de ¨¦l hasta cierto punto, igual que no puede apartarse demasiado de los l¨ªmites gramaticales del habla com¨²n, una ciudadan¨ªa igualitaria en la que al escritor se le reconocen muy pocos privilegios. Que el margen de libertad sea estrecho no quiere decir que frustre las facultades expresivas. La libertad de los arquitectos, la de los bailarines y la de los acr¨®batas tambi¨¦n est¨¢ muy restringida por la ley de la gravedad.
Le doy m¨¢s vueltas de lo normal estos d¨ªas a las propiedades de la prosa porque estoy leyendo a Carson McCullers, ahora que Seix Barral vuelve a editar met¨®dicamente en espa?ol toda su obra. Para un prosista, Carson McCullers es un modelo de naturalidad y poes¨ªa en la escritura, aparte de una invitaci¨®n inapelable a la humildad. Quien lea El coraz¨®n es un cazador solitario teniendo en cuenta que es la primera novela de una chica de provincias de poco m¨¢s de 20 a?os encontrar¨¢ tantas razones para la admiraci¨®n como para la envidia. Entre nosotros, la prosa que se celebra es la que tiende a la orfebrer¨ªa, no la que propone un limpio espejo stendhaliano, una lente bien pulida para observar las cosas. Nuestros lujos verbales se convierten con frecuencia en pedrer¨ªa aparatosa y proliferaci¨®n churrigueresca en cuanto se les somete a la prueba de la lectura en voz alta. Carson McCullers escribe con tanta fluidez y tanta precisi¨®n que uno se olvida con facilidad de que est¨¢ leyendo literatura; de pronto un breve quiebro po¨¦tico, un adjetivo bien situado, aunque no chocante, una frase resulta con la brevedad sint¨¦tica de un haiku, nos vuelven conscientes de la presencia del estilo. El habla de los personajes est¨¢ hecha con tanta sofisticaci¨®n que uno cree simplemente escucharla. No hablo ahora de la ambici¨®n constructiva, de la furia pol¨ªtica, de la agudeza psicol¨®gica, de la variedad de los lugares, las vidas, las voces: quiero concentrarme en lo material de la prosa, como si repasara con los dedos la piedra o la madera de la que est¨¢ hecha una escultura. Carson McCullers ense?a que se puede ser po¨¦tico sin circunloquios ni adornos y coloquial sin vulgaridades expresivas, y comprometido sin sectarismo y sin jerga ideol¨®gica. A trav¨¦s de su voz nos llega el esp¨ªritu inmemorial de la prosa, su capacidad para invocar mundos que de otro modo no conocer¨ªamos.
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