La lanza de Orzowei
Una azagaya y la nueva edici¨®n de la novela original reviven el recuerdo de la vieja serie televisiva
¡°Corre muchacho ya, no te detengas m¨¢s¡ Orzowei, na, na, na, na, na¡±. S¨ª, ha vuelto Orzowei, el chico blanco criado como un guerrero africano que cautiv¨® a toda una generaci¨®n televisiva a finales de los setenta. Y ha regresado ¨Cen mi caso- por partida doble. ¡°Corri ragazzo, vai¡¡±.
¡°Es la lanza de Orzowei, te la dejo por ochenta pavos¡±. La ocurrencia del tipo me hizo re¨ªr. El caso es que yo le hab¨ªa echado el ojo al arma, una lanza africana preciosa, sobria y con todos los visos de ser aut¨¦ntica. La hoja era de hierro, alargada y de forma lobulada en la base. El asta, corta, de ¨¦bano, acababa en un regat¨®n de hierro para clavarla en el suelo. Parec¨ªa una azagaya zul¨², la terrible lanza usada para destripar a las tropas de Lord Chelmsford en Isandlwana, y que los zul¨²es denominaban con gran sentido de la onomatopeya iklwa, por el ruido que produc¨ªa al extraerla tras golpear con ella. Evalu¨¦ si pedirle al vendedor que me dejara probarla. Pero ¨¦l segu¨ªa bromeando con lo de Orzowei. En realidad (aunque dudo que lo supiera) no era ninguna tonter¨ªa: Orzowei hab¨ªa sido educado como guerrero swazi, tribu bant¨² como los pondo, los xosa, los matabele y los mismos zul¨²es, y que tambi¨¦n cargaban azagayas. Pens¨¦ en c¨®mo diablos habr¨ªa llegado a una descarga de objetos de segunda mano y antig¨¹edades dudosas en un descampado en La Bisbal una lanza bant¨², a las que sus due?os eran muy apegados. De hecho, entre los zul¨²es la p¨¦rdida de la azagaya se pagaba con la muerte. Yo pagu¨¦ los ochenta euros (el tipo no quiso rebajarme ni uno) y me march¨¦ empu?ando orgulloso mi lanza mientras el individuo se abanicaba con mis billetes y cantaba: ¡°Orzowei, na, na, na, na, na¡±.
Apenas hab¨ªa colgado mi lanza sobre la chimenea pensando en el juego que hac¨ªa con mi vieja casaca roja y mi salacot modelo Wolsely cuando me lleg¨® al diario en jungiana sincronicidad la nueva edici¨®n de Maeva de Orzowei, la novela de Alberto Manzi (1924-1997) que dio pie a la serie de televisi¨®n, con la canci¨®n de Oliver Onions (versionada por Enrique y Ana). Recordaba de los episodios que eran m¨¢s voluntariosos que otra cosa. Es cierto que Peter Marshall, el protagonista, de 16 a?os y criado en Kenia, era muy guapo (fallecer¨ªa antes de cumplir los 30 en un accidente de tr¨¢fico en Johannesburgo), pero a los swazi los encarnaban masais y al feroz gran leopardo que se convert¨ªa en la ropa ic¨®nica de Orzowei, un guepardo. La verdad, yo en aquel entonces prefer¨ªa el Sandok¨¢n de Kabir Bedi, que tambi¨¦n ten¨ªa tonadiolla pegadiza y era m¨¢s ¨¦pico (?el salto del tigre!).
Sin embargo, la lectura de la novela de Manzi (con sentido pr¨®logo de Care Santos, que sin duda llevaba la foto de Marshall, que hasta fue portada del ?Hola!,? pegada en la carpeta del cole), ha sido un feliz descubrimiento. El relato es muy hermoso, emocionante y conmovedor. El joven Isa, recogido de ni?o por los swazi y marginado por su piel blanca (lo llaman un orzowei, un ¡°encontrado¡±), vive atormentado por el rechazo hasta que lo apadrina un sabio bosquimano y luego un b¨®er amigable. La historia est¨¢ llena de aventuras: a Orzowei se le somete a una ordal¨ªa salvaje, le muerde una cobra, se enfrenta a guerreros hostiles, nada entre cocodrilos. De trasfondo, la mfecane, la guerra de aniquilamiento emprendida por los zul¨²es de la ¨¦poca de Shaka y Dingane, y el enfrentamiento con los Voortrekkers. Hay mucho de Tarz¨¢n y del Mowgli de Kipling en Orzowei. Manzi trata con gran sensibilidad su sentimiento de no pertenencia a ning¨²n mundo y su dificultad para hallar un lugar y unos afectos propios.
Con el libro y la lanza, he revisado la serie, coproducci¨®n italoalemana dirigida por Yves All¨¦gret en 1977 que aqu¨ª nos lleg¨® un a?o despu¨¦s, mutilada (solo una parte de los episodios, dej¨¢ndonos a medias) y como sustituci¨®n de Mazinger Z. Me he vuelto a sentir adolescente y no hay quien me saque la dichosa (y valga la palabra) canci¨®n: Orzowei, na, na, na, na, na¡
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