Max Richter, el m¨²sico que se propone dormirnos
El estreno espa?ol de 'Sleep', una nana de ocho horas para escuchar por la noche, genera una enorme expectaci¨®n en Madrid
En circunstancias normales, a un compositor no le har¨ªa ni pizca de gracia escuchar que una de sus partituras resulta sopor¨ªfera. Por fortuna, casi todo en la obra del alem¨¢n Max Richter se mueve en unos par¨¢metros de maravillosa anormalidad. Una remota nave en la periferia madrile?a se preparaba en esta noche de s¨¢bado a domingo para escuchar a Richter durante ocho horas ininterrumpidas. O, m¨¢s bien, para que las caricias de Richter sobre las teclas del piano acompa?aran los momentos de duermevela, los tr¨¢nsitos entre sue?o y sue?o. El minimalismo m¨¢s contempor¨¢neo en representaci¨®n del abrazo mismo de Morfeo.
Porque Sleep (Dormir), que de tal estreno espa?ol se trataba, no es una obra lenta, mon¨®tona o aburrida, que eso siempre va en gustos, sino concebida para inducir al sopor. Richter, natural de Hamelin (y ya han sido escritas todas las gracietas al respecto), quiere llevarnos por el camino de la modorra. Con todas las consecuencias. La obra empezaba este s¨¢bado a las diez, con los 400 potenciales durmientes c¨®modamente repantingados en tumbonas, y hasta la salida del sol estaba permitido escuchar de manera prolongada o intermitente. Dicho de otro modo: hab¨ªa luz verde para dormir sin que tan esencial acto fisiol¨®gico fuese motivo de reprobaci¨®n para int¨¦rpretes o vecinos de cama. Sobre la integraci¨®n de los eventuales ronquidos entre corchea y corchea, en cambio, las directrices ya resultaban m¨¢s difusas.
La procesi¨®n de escuchares por la calle de Cifuentes era pintoresca. Desde las nueve, a¨²n con la luz del d¨ªa, era f¨¢cil distinguir a parejas y amigos ataviados con pantalones jipis, esterillas cuidadosamente enrolladas y mochilas de las que sobresal¨ªan almohadones. Una excursi¨®n en toda regla, como las de los a?os de la Primaria (bueno, m¨¢s bien de la EGB). Pero una excursi¨®n al epicentro mismo de las mejores fases REM. Y no, no hablamos del a?orado grupo de Michael Stipe.
El concierto, o velada, o experiencia, encontr¨® acomodo en las antiguas Naves Boetticher (hoy La N@ve), una vieja estructura fabril en el remoto distrito de Villaverde, all¨ª justo donde la capital est¨¢ a punto de transformarse en cintur¨®n metropolitano. Y los cuatro centenares de asistentes pudieron sentirse unos aut¨¦nticos privilegiados: las entradas volaron por Internet en poco m¨¢s de media hora y los suspiros de quienes se quedaron sin plaza eran clamor estos d¨ªas en los m¨¢s conspicuos c¨ªrculos y mentideros de la m¨²sica contempor¨¢nea y de vanguardia. Pese a las restricciones, que no a todo el mundo gustaban.
Y es que, en consonancia con el objeto ¨²ltimo de la convocatoria, el uso de m¨®viles quedaba estrictamente prohibido en cualquiera de sus funciones, incluida la redacci¨®n de meras notas de texto. Tampoco se permit¨ªa, por recomendaci¨®n de los neur¨®logos que asesoraron a Richter, el consumo de un solo miligramo de alcohol, para evitar que se alterasen los ciclos naturales del sue?o.
Incluido en los cada vez m¨¢s heterodoxos Veranos de la Villa, el evento de la m¨²sica para dormir, o so?ar, o arrullarnos sali¨® a la venta por 15 m¨®dicos euros, m¨¢s otros 5 para el peque?o desayuno frutal que nos espera al final de la interpretaci¨®n. Nada que ver, desde luego, con las cerca de 100 libras que hubieron de desembolsar hace pocas semanas los mel¨®manos dormilones de Londres. Hay sue?os m¨¢s caros que otros, como se afanan en repetir los creativos publicitarios de Loter¨ªas.
Babelia
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