Las mejores intenciones
El Festival Grec ha presentado 'Beware of Pity', una intensa versi¨®n de 'La piedad peligrosa', de Stefan Zweig, a cargo de Simon McBurney
Thomas Ostermeier arrug¨® la nariz cuando Simon McBurney, director de Complicit¨¦, le dijo que hab¨ªa elegido una novela de Stefan Zweig para montarla con actores de la Schaub¨¹hne. Zweig le parec¨ªa ¡°un autor burgu¨¦s¡±, de los que su madre ten¨ªa en la mesilla de noche. La novela era La piedad peligrosa (Ungeduld des Herzens, literalmente La impaciencia del coraz¨®n) y fue un enorme ¨¦xito en media Europa. ¡°L¨¦ela. Es una historia formidable¡±, contest¨® McBurney. Zweig la ambient¨® en v¨ªsperas de la Primera Guerra Mundial y la escribi¨®, refugiado en Londres, en 1939, cuando la Segunda parec¨ªa inminente: no resulta casual que una atm¨®sfera de ansiedad y desastre flote en las p¨¢ginas de este melodrama obsesivo que recuerda el cine de Fritz Lang o Douglas Sirk: es raro que no lo llevaran a la pantalla. En ambos parece haberse inspirado McBurney (que ya homenaje¨® a Lang en su Measure for measure de 2006) para ba?ar Beware of Pity en un clima de oscura pesadilla, gentileza del iluminador Paul Anderson, casi como si estuviera contando un Woyzeck autroh¨²ngaro en clave noir.
El teniente Anton Hofmiller, un joven d¨¦bil, hace concebir esperanzas amorosas (y de curaci¨®n) a la inv¨¢lida y apasionada Edith, pero se ve atrapado entre la familia de la muchacha, los Kekesfalva, jud¨ªos h¨²ngaros, y la brutalidad antisemita de sus compa?eros de milicia. Su compasi¨®n resulta m¨¢s da?ina que una negativa, y su cobard¨ªa acaba culminando en un desastre que, feroz iron¨ªa, convierte al protagonista en un imprevisto h¨¦roe de guerra, indiferente ante la muerte.
La escenograf¨ªa es muy austera: la palabra y el trabajo f¨ªsico de los actores son los grandes protagonistas de esta funci¨®n
Para mejor servir el texto de Zweig, McBurney reparte la narraci¨®n (en alem¨¢n) entre los siete espl¨¦ndidos int¨¦rpretes, algunos de los cuales duplican o triplican personajes. Christoph Gawenda encarna al Hofmiller maduro, que cuenta sus recuerdos a un trasunto del novelista (Moritz Gottwald), toda vez que el joven Anton corre a cargo de Laurenz Laufenberg. El juego de las voces y el encapsulamiento de los relatos est¨¢n trazados con mano maestra. Se despliegan con claridad y sutileza las dos historias de amor que ilustran el abismo moral entre compasi¨®n y empat¨ªa. Para indagar sobre la salud de Edith, Anton sale a pasear con el doctor Condor (Johannes Flaschberger), que nos narra los comienzos de la singular relaci¨®n entre el bar¨®n Kekesfalva y su mujer, y poco m¨¢s tarde conocemos tambi¨¦n a la esposa ciega del m¨¦dico. Robert Beyer (soberbio en El matrimonio de Maria Braun, de Fassbinder/Ostermeier) vuelve a deslumbrar como el bar¨®n y, sorpresa, se transforma con pasmosa naturalidad en la esposa ciega. Por su parte, Eva Meckbach est¨¢ conmovedora como la inocente se?ora Kekesfalva, en el mejor estilo de Beulah Bondi, y al minuto siguiente rebosa br¨ªo juvenil y sensualidad como Ilona, la prima de Edith.
Los actores hablan a ratos a trav¨¦s de micros de pie, en lo que parece una suave pulla de McBurney a una de las figuras de estilo de la Schaub¨¹hne, y se agradece la moderaci¨®n en el uso del v¨ªdeo, con un gran trabajo en blanco y negro a cargo de Will Duke. Tambi¨¦n es muy austera la escenograf¨ªa de Anna Fleischle: la palabra y el trabajo f¨ªsico de los actores son los grandes protagonistas. Pete Malkin firma una minuciosa banda sonora, de la que recuerdo los sonidos de un coraz¨®n desbocado que mutan en el tictac imparable de un reloj de pared, y el adagietto de la Quinta de Mahler como eco lejano de un mundo que se desvanece.
McBurney marca el ritmo de un galope enfebrecido (dos horas sin pausa) y nos atrapa en la hipn¨®tica telara?a del relato, pero me parece un error capital (o digamos que no entiendo su sentido) presentar a ?Edith como una especie de monstruo expresionista, interpretada por dos actrices: Marie Burchard abre la boca, como una mu?eca de ventr¨ªlocuo, pero quien le presta las palabras en demasiadas ocasiones es Eva Meckbach. ?Por qu¨¦ esa degradaci¨®n de un personaje tan complejo emocionalmente, cuando los dem¨¢s tienen derecho a un tratamiento sin distorsiones? Puede que sea una visi¨®n on¨ªrica del teniente, aunque para eso creo que hubiera bastado con esa poderos¨ªsima imagen, digna de un Lang grand cuv¨¦e, en la que el maduro Hofmiller evoca la noche en que entr¨® en el dormitorio de Edith: la luz va menguando como un iris que se cierra, y unas manos que parecen tener vida propia se mueven como ara?as sobre su rostro aterrado.
Me vuelve ese ensue?o siniestro y la angustia creciente del oficial en el asfixiante tercio final, enjaulado en una cabina de cristal que se convierte en vag¨®n de tren, y el charco de sangre que crece, uniendo el suicidio de ?Edith y la masacre que arrasar¨¢ Europa.
Estrenada en el Barbican londinense el pasado febrero, Beware of Pity se ha visto por dos d¨ªas en el Lliure, dentro del Festival Grec. La funci¨®n del pasado s¨¢bado finaliz¨® con un torrente de aplausos y p¨²blico en pie.
¡®Beware of Pity¡¯, de Stefan Zweig. Director: Simon McBurney. Int¨¦rpretes: Robert Beyer, Marie Burchard, Laurenz Laufenberg, Eva Meckbach y otros. Grec/Teatre Lliure (Barcelona). 8 y 9 de julio.
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