La mudanza del periodismo
La sede de la revista ¡®The Economist¡¯, joya arquitect¨®nica que cambia de inquilinos, ejemplifica la transformaci¨®n de la ciudad... y de la profesi¨®n
La c¨®pula entre el periodismo con visi¨®n y la arquitectura visionaria necesariamente ha de engendrar criaturas interesantes. Es el caso del n¨²mero 25 de la calle londinense de St. James, que Alison y Peter Smithson, entonces j¨®venes y hoy legendarios arquitectos, levantaron para The Economist en los a?os 60 del siglo pasado.
Pero hoy, en Londres y en el periodismo, nada es sagrado. Un cambio en la propiedad del prestigioso semanario ¡ªPearsons vendi¨® en 2015 su 50% a los restantes accionistas¡ª le lleva a abandonar el que ha sido su hogar durante 52 a?os. Mientras los trabajadores guardan sus recuerdos en cajas de cart¨®n, procede recordar la historia de un proyecto en que el periodismo contamin¨® la arquitectura, y viceversa.
Desahuciada por una bomba alemana de su sede original, junto a Fleet Street, la revista acab¨® convertida en una improbable promotora inmobiliaria en el West End. Amasaron una parcela de 1.820 metros cuadrados en la esquina de las calles de St. James y Ryder. La soluci¨®n obvia habr¨ªa sido maximizar el solar y construir hasta los bordes. Pero lo obvio no es necesariamente lo mejor. Al menos, no lo era para Alison y Peter Smithson, un joven matrimonio que so?aba con transformar la arquitectura desde un peque?o estudio en su piso de Chelsea.
En lugar de levantar un bloque que abarcara hasta el l¨ªmite de la calle de St James, los Smithson propusieron derribar el edificio victoriano que hab¨ªa y trazar en su lugar una escalinata y una rampa que llevar¨ªan a una plaza p¨²blica en la que se alzar¨ªan tres edificios, de tres alturas diferentes. El motivo por el que el ambicioso proyecto recaer¨ªa en los osados e inexpertos Smithson, que solo hab¨ªan completado una vivienda en las afueras de Londres y una escuela en Norfolk, hay que buscarlo en la naturaleza del cliente.
Los Smithson hab¨ªan construido poco, pero hab¨ªan escrito mucho, algo que pudo seducir a un cliente de letras. Entre los conceptos que manejaban en sus escritos te¨®ricos, uno tuvo que ser m¨²sica celestial para los o¨ªdos de los editores de The Economist, maestros de la titulaci¨®n corta: ¡°Brutalismo¡±. El t¨¦rmino, que tiene su origen en la predilecci¨®n de Le Corbusier por el hormig¨®n ¡°en bruto¡±, dio nombre a una corriente de arquitectura social descendiente del modernismo. En reacci¨®n a la ligereza y frivolidad de la generaci¨®n anterior, el brutalismo propon¨ªa una est¨¦tica ¨¢spera y una franqueza en los materiales.
La sede de The Economist tiene alma brutalista: es arquitectura despojada de artificios y complejos. Lo que se ve, un edificio de oficinas, es lo que hay. Pero algo de su cuerpo la excluye del canon: la torre no exhibe el ortodoxo hormig¨®n, material que s¨ª propusieron los Smithson inicialmente. Porque The Economist era osado, de acuerdo. Pero tambi¨¦n era establishment. Prefer¨ªa la piedra de Portland, roca caliza extra¨ªda de la isla que le da nombre, frente a Dorset, profusamente utilizada en la arquitectura monumental londinense, incluidos el palacio de Buckingham y la catedral de San Pablo.
La vocaci¨®n social de los Smithson y la opulencia de The Economist encontraron un afortunado compromiso en la capa m¨¢s superficial de las canteras de piedra de Portland. Se trata de un material con el poco comercial nombre de cucaracha (roach), rico en f¨®siles y agujeros helicoidales de caracolas disueltas, utilizada en la construcci¨®n desde hac¨ªa dos siglos, pero nunca en la arquitectura noble. El contraste entre su irregularidad y la lisa pureza del vidrio constituye uno de los aciertos est¨¦ticos del proyecto. Y la cucaracha acabar¨ªa llegando en edificios tan establishment como el Museo Brit¨¢nico o la nueva sede de la BBC.
No solo los caprichos de la cabecera condicionaron la arquitectura. Tambi¨¦n la configuraci¨®n del edificio influy¨®, reconoc¨ªa el semanario en un art¨ªculo reciente, en la propia actividad period¨ªstica. La distancia entre los ventanales y el coraz¨®n de la torre, destinado a ascensores e instalaciones, es de apenas seis metros, lo que complica los espacios di¨¢fanos. Por eso los Smithson, tras conversaciones con los plumillas, decidieron organizar a la redacci¨®n por parejas.
Los despachos compartidos entre dos redactores, explicaba la revista, resultaron un ant¨ªdoto contra las ineficientes reuniones multitudinarias y alimentaron productivas sinergias, plasmadas en temas a cuatro manos entre compa?eros de pupitre con distintas especializaciones.
The Economist ocupa de la planta 11 a la 14 de la torre m¨¢s alta. Todos los edificios de alrededor son m¨¢s bajos y toda la redacci¨®n goza de vistas. Contemplar una ciudad que bulle reafirma a la revista en la convicci¨®n de que la libre circulaci¨®n de dinero y personas enriquece a la sociedad, y la altura le brinda un pedestal que invita a sentar c¨¢tedra en debates globales.
El proyecto no estuvo exento de fracasos. La plaza, por ejemplo, nunca ha llegado a integrarse en la vida de la ciudad. Quiz¨¢ lo logre la nueva propietaria, la compa?¨ªa inmobiliaria estadounidense Tishman Speyer, que quiere insuflar vida a la plaza como so?aron los Smithson. Los periodistas de The Economist lo contemplar¨¢n desde un edificio art dec¨® m¨¢s bajito, cercano a su sede original. ¡°Nos dar¨¢ m¨¢s espacio para nuestras ambiciones digitales y las necesidades de una compa?¨ªa de medios de siglo XXI¡±, aseguraba Zanny Minton Beddoes, directora de la revista.
No son los ¨²nicos periodistas que se mudan. El Financial Times, tras su compra por el grupo japon¨¦s Nikkei, regresar¨¢ al viejo edificio color salm¨®n, como sus p¨¢ginas, del que sali¨® hace 30 a?os. Tambi¨¦n The Guardian estudia dejar su flamante sede acristalada en King¡¯s Cross, como parte de su plan de reducci¨®n de costes. Pero esas son otras historias.
Protestar por el lugar de trabajo es un deporte extendido en las redacciones, un colectivo humano que tiende a la exageraci¨®n y recela del sedentarismo. The Economist no fue una excepci¨®n. Pero, en una encuesta interna sobre c¨®mo les gustar¨ªa que fuera su nueva sede, una respuesta sobresali¨® sobre las dem¨¢s: que se pareciera al viejo edificio de St. James.
Babelia
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