Elogio del trotamundos
La editorial Jus publica 'Buscavidas. Recuerdo de un vagabundo', la segunda novela del fecundo Jim Tully, palad¨ªn de la escritura marginal
No es lo mismo ser un trotamundos que ser homeless, como no es lo mismo ser solitario que estar solo. El fen¨®meno del hobo o trotamundos americano se presta a confusi¨®n: mucha gente identifica a los hobos como carpantas que no agarraban una pala ni a tiros y eran m¨¢s guarros que un piso erasmus. Pero como describi¨® Ben Reitman en su ensayo disfrazado de novela Boxcar Bertha (Pepitas de Calabaza, 2014), la experiencia colectiva hobo fue una aut¨¦ntica sociedad paralela ¡ªel 5% de la poblaci¨®n activa de EE?UU¡ª formada por el subproletariado del momento, con ¡°sus propias instituciones, sus saberes legales ¡ªy sobre todo ilegales¡ª, su jerga y sus taxonom¨ªas¡±. Los hobos no eran tramps o bums (vagabundos o tirados). Hab¨ªa un elemento de voluntariedad en su experiencia, as¨ª como s¨®lidos lazos sociales y una visi¨®n rom¨¢ntica del tinglado.
Buscavidas es la mejor novela hobo. No es un criptoensayo ni un tratado sociol¨®gico, sino una memoria narrativa escrita en 1924 por un extrotamundos, el prol¨ªfico escritor marginal Jim Tully. Narrada en aerodin¨¢mica primera persona, es una novela de picaresca cl¨¢sica, tan trepidante como mordaz. Tully, un autodidacta de manos encallecidas (adem¨¢s de hobo fue p¨²gil), escribe sobre su vida desde el tu¨¦tano, con una pasi¨®n y una intensidad contagiosas.
Por un lado habla de la huida del pueblo (¡°olvida este lugar; no es m¨¢s que una trampa¡±) y la posterior errancia (¡°maldec¨ªa el esp¨ªritu viajero que me hab¨ªa llevado hasta all¨ª, pero en el fondo me sent¨ªa agradecido por tener una libertad que me habr¨ªa sido imposible en una f¨¢brica¡±). Nos cuenta de un modo emotivo, con an¨¦cdotas fant¨¢sticas y personajes inmensos, la existencia de trotamundos antes de la Gran Depresi¨®n: la vida itinerante, el sexo libre, la ausencia de ataduras, las correr¨ªas, trabajos eventuales, detenciones por vagancia y borracheras hom¨¦ricas. Ese impulso de escapada tan yanqui, tan romantizable, tan novelesco, que luego arruinar¨ªan Kerouac y sus pl¨²mbeos beats.
Sin olvidar los trenes, claro. Cientos de ellos, siempre en modo simpa, de un lado a otro del vasto pa¨ªs (¡°el traqueteo de las v¨ªas, los latigazos del viento o la lluvia, la mezcla asfixiante de cenizas y humo de los t¨²neles¡±). Trenes, y trenes, y m¨¢s trenes (lo que, cabe decir, al final infunde una cierta modorra).
De la narraci¨®n trotamunda emerge una subhistoria pareja en relevancia y ¨¦pica: el descubrimiento de un don (la escritura), la revelaci¨®n del alma art¨ªstica. Tully cuenta esto sin tapujos y sin altivez. Cae en la cuenta de que siempre ha amado las ¡°cosas bellas¡±, que es ¡°un embri¨®n de poeta¡± y que solo puede ver el mundo con ojos literarios, est¨¦ recogiendo patatas o trasegando vinacho. Tully es el tabarra sentimental y mitificador que tarde o temprano escribir¨¢ una novela.
Y la escribi¨®. Esta y much¨ªsimas otras, no solo sobre la vagabundez sino sobre boxeo, la industria del cine (fue ¡°el escritor m¨¢s odiado de Hollywood¡±) o vida circense. Lejos de efectuar el pase¨ªllo carrera-prensa-literatura, Tully anduvo el camino duro por v¨ªas sin asfaltar: pod¨® ¨¢rboles, parti¨® caras, se hel¨® el culo en vagones de carb¨®n, confraterniz¨® con ¡°hombres a los que uno tem¨ªa incluso dar la mano¡± y (nota anecd¨®tica) fue secretario de Charlie Chaplin. Su libro, fuerte y libre como una carcajada de borrach¨ªn, late con la fuerza de la vida. Es una gozada.
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Autor: Jim Tully. Traducci¨®n de Andr¨¦s Barba.
Editorial: Jus (2017).
Formato: tapa blanda (210 p¨¢ginas).
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