Un cementerio para morirse de risa
En un camposanto de esta localidad salmantina no se entierran cad¨¢veres, sino que el arte halla su ¨²ltimo descanso
Morille (Salamanca). 254 habitantes en invierno. Unos 700 en verano. En el Campo Charro, a 20 kil¨®metros de la capital salmantina.
Mentir¨ªa si dijese que Morille es hermoso. Como tantos otros pueblos del interior, apenas despega de un horizonte muy horizontal que, en agosto, es adem¨¢s pardo y casi desarbolado. Escondido o perdido, porque no est¨¢ claro si los pueblos se esconden o se pierden en las ondulaciones del Campo Charro de Salamanca, Morille tiene todo el aspecto de ser uno de los inn¨²meros villorrios que, del Alentejo hasta casi el Mediterr¨¢neo, y de Sierra Morena hasta los Picos de Europa, se distribuyen como pecas en el mapa, sin pena ni gloria, sesteando en verano al ritmo que marcan las cigarras con sus patas. Ni catedrales, ni castillos, ni vistas infinitas. Y, sin embargo, algo raro pasa all¨ª, algo que solo se percibe de cerca, como las rarezas que merecen la pena.
A la entrada hay una instalaci¨®n enorme e incomprensible. Es la parada de autob¨²s-oficina de turismo de Morille, pero no funciona ni como una cosa ni como la otra, porque b¨¢sicamente, como todo aqu¨ª, es una obra de arte. El autob¨²s pasa de ciento a viento, ni siquiera a diario. Los j¨®venes del pueblo llaman a este lugar la T4. Junto a ella pasa una ronda de circunvalaci¨®n, una pista pavimentada que bordea el caser¨ªo y que los mismos j¨®venes que llaman T4 a la parada de autob¨²s han bautizado como la M-40. Es quiz¨¢s esta sorna castellana (o leonesa, o castellano-leonesa, o medio portuguesa por vecindad, o simplemente charra, qui¨¦n sabe de identidades en esta esquina donde todas las esencias se solapan y se agostan) la que ha hecho de Morille (254 habitantes en invierno, unos 600 en verano) un laboratorio de arte conocido en los c¨ªrculos vanguardistas de Espa?a y de Europa, aunque a¨²n secreto para el p¨²blico.
Con la misma actitud con la que se llama T4 a una parada de autob¨²s sin autobuses, Domingo S¨¢nchez Blanco y Javier Utray (este ¨²ltimo, ya fallecido) decidieron dinamitar uno de los asertos m¨¢s famosos del fil¨®sofo Theodor Adorno: "Los museos son los sepulcros familiares de las obras de arte". ?C¨®mo se hace explotar una cita filos¨®fica? Tom¨¢ndola en su literalidad. "Si los museos son mausoleos, dijimos: hagamos un mausoleo, llevemos esa idea al l¨ªmite", explica S¨¢nchez Blanco mientras abarca con los brazos la materializaci¨®n de su proyecto-travesura-¨®pera total: el Cementerio de Arte. Una parcela de 70 hect¨¢reas en las afueras de Morille donde no se entierran cad¨¢veres (aunque hay algunas cenizas de difuntos), sino obras, objetos, papeles, instrumentos musicales y hasta suspiros. Es un museo donde no se ven las obras porque est¨¢n enterradas, cada una con su tumba y su l¨¢pida con el epitafio correspondiente.
Todo empez¨® en Par¨ªs, en agosto de 2001, tras la muerte del fil¨®sofo y artista franc¨¦s Pierre Klossowski, pero tengo que advertir al lector de que la historia est¨¢ llena de rumores y leyendas fabuladas por los protagonistas, hasta el punto de que es muy dif¨ªcil distinguir lo cierto de lo ficticio. El propio narrador, Domingo S¨¢nchez, me invita a inventarme algo: "Haz crecer la leyenda, aporta algo propio cuando la escribas". No lo har¨¦, transmitir¨¦ lo que me han dicho y he le¨ªdo, pero aviso de que no respondo de los escollos y contradicciones, y para curarme en salud, entrecomillar¨¦ y pondr¨¦ el relato en boca de S¨¢nchez Blanco:
"Hab¨ªa que hacer algo con las cenizas de Klossowski, y me fui a Londres a hablar con Nick Cave, para que cantase mientras yo bailaba con la viuda, una performance. Yo no sab¨ªa ingl¨¦s y no s¨¦ qu¨¦ le explicaron, pero Nick Cave no entendi¨® nada. Mientras tanto, me encontr¨¦ con Manolo (Manuel Ambrosio S¨¢nchez, alcalde de Morille), a quien conoc¨ªa de Salamanca de toda la vida, y me dijo que quer¨ªa hacer cosas en el pueblo, y Javier Utray y yo comprendimos que hab¨ªamos encontrado el destino para las cenizas de Klossowski. Mira, Manolo, le dije, quiero montar un cementerio de arte en tu pueblo".
El primer enterramiento de Morille fueron esas cenizas dentro de un coche propiedad de Utray. Desde entonces, el n¨²mero de tumbas no ha parado de crecer y ya cubre una parte sustancial de la parcela. Entre las muchas cosas sepultadas se encuentran un piano tocado por Juan Hidalgo (iba tocando mientras una gr¨²a lo depositaba en la tumba, para enterrar tambi¨¦n la ¨²ltima melod¨ªa), poemarios del m¨²sico Germ¨¢n Coppini (Siniestro Total y Golpes Bajos), un torso herc¨²leo del actor y campe¨®n de halterofilia Paul Naschy, manuscritos de Fernando Arrabal, los rollos de la pel¨ªcula Enterrado, de Rodrigo Cort¨¦s; una camiseta y un bal¨®n de la selecci¨®n espa?ola de f¨²tbol del Mundial de 2010 entregados por Vicente del Bosque, una foto del ayatol¨¢ Jomeini hecha por el periodista franc¨¦s Christian Malard durante la revoluci¨®n isl¨¢mica de 1979 y hasta un pitbull que fue propiedad de S¨¢nchez Blanco y que se enterr¨® dentro de una maleta.
"Todo tiene un sentido po¨¦tico, son microperformances. El visitante tiene que averiguar las historias que hay en cada tumba, no entiende al principio nada y es el propio paseo lo que da significado al museo", explica S¨¢nchez Blanco, que se define antes como sepulturero que como artista, y para quien el humor es siempre lo m¨¢s importante: "Un cementerio es para morirte de risa". En agosto, adem¨¢s, se convierte en un paraje muy popular donde los vecinos y los veraneantes pasean al atardecer.
Morille entero se ha contagiado de este esp¨ªritu. O tal vez ese esp¨ªritu encaja muy bien en un sitio con la sorna t¨ªpica morillense. Otra explicaci¨®n es la buena sinton¨ªa que encuentran con el alcalde quienes llegan a ¨¦l con cualquier iniciativa cultural. Manuel Ambrosio S¨¢nchez (PSOE) lleva 14 a?os al frente de la peque?a corporaci¨®n. Como tantos otros, se considera un expulsado de la urbe. Profesor de literatura del siglo XVIII en la Universidad de Salamanca, en el Campo Charro encontr¨® el sentido que se le escapaba en la vida urbana, pero no se instal¨® solo en Morille: se trajo todo su mundo art¨ªstico y literario. Como S¨¢nchez Blanco, Ambrosio procede de la movida salmantina de los a?os ochenta, y ning¨²n disparate art¨ªstico le es ajeno.
De su iniciativa y aliento han surgido, adem¨¢s de esa extra?a T4, el Cevmo (acr¨®nimo de Centro del Viaje de Morille), un espacio de arte contempor¨¢neo dedicado al mundo de los viajes; un festival, el PAN (Encuentro Transfronterizo de Poes¨ªa, Patrimonio y Arte de Vanguardia), que se celebra en julio y lleva ya 15 ediciones; un Museo del Comercio y de la Industria instalado en las antiguas escuelas y dedicado a la figura de Jaime San Rom¨¢n, un industrial conocido como ¡°el mecan¨®grafo de Unamuno¡±, y un centro de exposiciones y recinto de espect¨¢culos dedicado a Germ¨¢n Coppini, que dio su ¨²ltimo concierto en Morille, poco antes de su muerte, en diciembre de 2013.
Abruma tanta actividad en un pueblo que apenas se ve desde la carretera, tumbado sobre el Campo Charro, tan lejos de las capitales del arte, all¨ª donde menos se espera que la cultura contempor¨¢nea viva. O que se muera de risa.
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