La noche m¨¢s africana de Colombia
Las mujeres reivindican en Cali sus or¨ªgenes negros y la belleza de sus tradiciones ancestrales


Mujeres y negras. Llegaron a Am¨¦rica hacinadas en barcos para ser vendidas en las plantaciones, una esclavitud que el racismo prolong¨® muchos a?os despu¨¦s de que la posesi¨®n de hombres y mujeres quedara prohibida. La discriminaci¨®n de los negros no ha tenido nunca un punto y final y ciertos brotes supremacistas sugieren a veces una involuci¨®n. In¨¦s Granja, afrocolombiana, se queja con una frase que bien podr¨ªa haberse escuchado en la pel¨ªcula Lo que el viento se llev¨®: ¡°Yo estoy orgullosa de mi color. Adem¨¢s, qui¨¦n sabe de qu¨¦ color es la piel de Dios¡±.
Siglos despu¨¦s, los negros que viven en Colombia no quieren olvidar su herencia africana y en los departamentos m¨¢s pobres del pa¨ªs, los que ba?a el Pac¨ªfico, tambi¨¦n azotados por la guerrilla y el narcotr¨¢fico, organizan un festival, el Petronio ?lvarez, eminentemente femenino, donde las faldas de colores se mueven a ritmo embrujado, se trenzan los cabellos, se cocina, se bebe, se canta. Este fin de semana se ha cerrado en Cali la XXI edici¨®n de sus noches m¨¢s africanas. El Petronio ?lvarez es un concurso musical y una cita cultural de mujeres. Ellas son la que muestran la cocina que aprendieron de sus abuelas. Ellas ense?an a trenzar geograf¨ªas imposibles en las cabezas de las muchachas. As¨ª lo hicieron las esclavas que llegaron a estas costas en tiempos coloniales, y lo usaban para ayudar a sus compa?eros a escapar: ¡°Dibujaban en su pelo d¨®nde estaban las tropas, los r¨ªos que hab¨ªa que cruzar, o el palenque m¨¢s pr¨®ximo¡±, dice una de las peluqueras.
En el festival, las mujeres tambi¨¦n anudan con mucho arte primorosos turbantes, cantan, bailan y bambolean la guas¨¢ (la maraca). Pero cada vez que miran hacia arriba se encuentran con un cartel en masculino. ¡°La mujer en la sociedad del Pac¨ªfico es lo m¨¢ximo, mami¡±, dice la cantadora In¨¦s Granja, una de las cuatro homenajeadas este a?o en Cali, cuyo festival se ha consagrado al canto femenino. ¡°Esto es un matriarcado de emprendedoras. No tengo m¨¢s palabras para describirlo¡±.
Granja aprendi¨® a cantar escuchando los arrullos, los ritos que se hac¨ªan al ni?o Dios en Timbiqu¨ª, la ciudad del departamento del Cauca en la que naci¨® en los cincuenta (no quiere decir su edad). Desde hace siete a?os vive en Bogot¨¢, la ciudad en la que a¨²n consigue dar alg¨²n concierto. ¡°Le pon¨ªa mucha atenci¨®n a las cantadoras, miraba el baile, c¨®mo se tocaba el bombo¡±, relata. Con la tradici¨®n afin¨® la voz y con la edad lleg¨® la escuela. Su primera maestra, cuenta, se qued¨® pasmada. ¡°Usted no me va a decir que no ha estudiado t¨¦cnica vocal¡¯, me pregunt¨®. Yo le contest¨¦: ?y eso qu¨¦ es?¡±, recuerda. Para entonces ya hab¨ªa compuesto algunas de las canciones m¨¢s conocidas de esta regi¨®n.
Los sonidos del Pac¨ªfico
Las bandas que se disputan el galard¨®n del Petronio lo hacen en cuatro categor¨ªas que explican la m¨²sica del Pac¨ªfico. La chirim¨ªa con el sonido de las flautas. Los violines caucanos que aparecen en los velorios, en los casamientos y en los cumplea?os de esta regi¨®n. La marimba, el piano de la selva, compuesta de 23 tablas que se golpean con tacos de madera. El instrumento que gu¨ªa la m¨²sica y los brazos y las piernas de quienes lo escuchan. ¡°Se te mete dentro¡±, dice In¨¦s Granja. Y las agrupaciones libres que incluyen las guitarras, los vientos y las bater¨ªas entre la tradici¨®n.
Una fiesta que pone a bailar a unas 10.000 personas cada noche en la ciudadela del festival. Una mayor¨ªa de afrodescendientes que se mueven en grupos dejando el espacio necesario para agitar sus pa?uelos con el ritmo de la m¨²sica.
Oy¨¦ndolas viene a la cabeza uno de los libros que este a?o ha recibido en Estados Unidos el PEN al mejor debut de ficci¨®n: Volver a casa (Salamandra) de la afroamericana Yaa Gyasi, de 26 a?os. Sus padres se mudaron a Estados Unidos desde Ghana cuando ten¨ªa ella ten¨ªa dos a?os. Pronto quiso buscar sus or¨ªgenes y se traslad¨® siglos atr¨¢s.
In¨¦s Granja, la cantadora, tampoco quiere perder esa herencia africana. Desde el 13 de agosto hasta el domingo se han escuchado cada noche en el Petronio Los camarones y La memoria de Justino, ambas compuestas por ella. Sus letras describen c¨®mo sube y baja la marea, la recompensa de los pescadores y el canto de los cangrejos. Lo que ve¨ªa desde la ventana o la entrada de su casa de madera sobre los manglares. Son las trovadoras de esta regi¨®n.
Las m¨¢s de 40 agrupaciones que compiten en el festival por llevarse el premio a la mejor banda. En el repertorio casi siempre hay canciones de In¨¦s Granja. ¡°Lo que yo quiero es que la gente las cante y las baile. La plata no es todo en la vida, aunque necesaria es¡±, asegura. ¡°Si uno se muere y no da lo que tiene, se pierde la tradici¨®n¡±.

A lo que se refiere la artista es al recuerdo de la herencia africana que sobrevive al olvido oficial, cuando no se trata de discriminaci¨®n racial. ¡°Nos tienen mucha rabia a los afro¡±, opina. Minutos antes, un taxista describ¨ªa el festival con una sentencia paternalista: ¡°Es la fiesta de los negritos¡±. ¡°Es la rumba de los morochos¡±, suelta otro conductor.
Contra la exclusi¨®n de la que se queja In¨¦s Granja lucha tambi¨¦n Yuranis, una estudiante de ingenier¨ªa ambiental. Ella lo hace trenzando el pelo y cubri¨¦ndolo con turbantes de colores. ¡°Rescatamos nuestra etnicidad¡±, explica. Las primeras mujeres africanas que llegaron como esclavas a Colombia se hac¨ªan trenzas para marcar las v¨ªas de escape a sus compa?eros. Ahora, ¡°en pleno proceso de descolonizaci¨®n personal¡±, dice, recuperan aquel pelo natural para reivindicar su belleza.
En el Petronio, varios grupos de mujeres conciencian en puestos de peinadoras en los que no solo las negras de cualquier edad aprenden su historia. ¡°Le acabamos de poner un turbante a una ni?a de tres a?os¡±. Mujeres de todas las razas salen de all¨ª con trenzas y con una lecci¨®n de Amafrocol. Hace 30 a?os que esta organizaci¨®n se dedica a peinar y educar. Est¨¢ liderada por Emilia Eneida Valencia, una matrona que con la colaboraci¨®n de Yuranis y otras compa?eras que se han ido uniendo, ayudan a que las madres sean ejemplo capilar para sus hijas. ¡°Mi abuela nunca se alis¨®¡±, cuenta. ¡°Mi mam¨¢ y yo s¨ª. Hace cinco a?os que ya no lo hago¡±.
Yuranis, como muchas ni?as colombianas del Pac¨ªfico, celebr¨® su 15 cumplea?os con un pelo que no era el suyo. Poco a poco han perdido esta costumbre que les inculcaron con el ¨²nico objetivo, cuentan, de parecerse m¨¢s ¡°a las otras¡±. ¡°Algunos piensan que esto es solo una moda¡±, opina Yuranis, ¡°yo creo que es una tendencia que no va a terminar¡±.

Arroz de longaniza
El otro campo de batalla de estas mujeres es la cocina. Pocos hombres pisan este territorio. ¡°Con 15 a?os mi mam¨¢ me oblig¨® a preparar un sancocho de pescado para mis tres hermanos y los tres ni?os que ella criaba¡±, explica Teresa de Jes¨²s Colorado, de 54 a?os, seleccionada para vender sus platos en la zona de gastronom¨ªa del Petronio. Este es el segundo a?o que se presenta. Ha vuelto a conseguir el sexto puesto con su arroz con longaniza, la versi¨®n con piangua (un caracol de esta zona), el ceviche de camarones y los jugos de yuca.
Para llegar a tener un puesto en el festival ha tenido que pedir el dinero prestado. ¡°La estufa y la nevera la pone la organizaci¨®n, todo lo dem¨¢s lo pagamos nosotros¡±. Cuando termine el Petronio, Teresa de Jes¨²s Colorado har¨¢ las cuentas. Una parte para sus ayudantes. Otra parte para el prestamista. ¡°Y el resto para la cuota del semestre de la universidad de mi hijo¡±, dice.
Las hierbas que Teresa de Jes¨²s usa en sus platos, son las que otras mujeres mezclan en bebidas que sirven tanto para curar como para embriagar las noches de festival. El viche natural, el viche curado, la crema de viche. Pero el premio se lo llevan el arrech¨®n y el tumbacatres. Las botellas circulan de mano en mano al mismo ritmo que la marimba va dirigiendo el baile.La noche tambi¨¦n es africana.

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