En tres minutos
La historia de nuestros escritos ha sido la de una serie de mutaciones provocadas por la tecnolog¨ªa: desde la imprenta hasta Twitter
Las cartas son un g¨¦nero en extinci¨®n. La fecha en que comienza su agon¨ªa no es tan lejana. Escrib¨ª y recib¨ª centenares de cartas en los a?os noventa. Discusiones, comentarios sobre lecturas y obras teatrales, el impacto de una nueva m¨²sica, descripciones de edificios o de itinerarios, costumbres en mercados y bares, leyes de cortes¨ªa. All¨ª est¨¢ una parte de mi vida y la de mis amigos. Por lo general, mis cartas comenzaban con una menci¨®n de lo que en ese momento ve¨ªa o escuchaba: el campanario de una iglesia en un pueblo universitario ingl¨¦s, o el tilo plantado al borde de un cementerio del siglo XIII; como mis corresponsales y yo viv¨ªamos en latitudes diferentes, tambi¨¦n era de rigor la queja sobre el clima en uno u otro lado: inviernos oscuros o veranos apestosos.
Las cartas que recib¨ªa desde Buenos Aires empezaban, por supuesto, con la pol¨ªtica y algunas de ellas parec¨ªan el borrador de un pr¨®ximo art¨ªculo que mi corresponsal ensayaba en mi beneficio. Eran cartas de dos carillas, por lo menos. Se sab¨ªa, con cierta aproximaci¨®n, cu¨¢nto tardaba un intercambio de ida y vuelta. Se esperaba el sobre, con las peque?as marcas que le hab¨ªa dejado el viaje transatl¨¢ntico. Tambi¨¦n se enviaban cartas a localidades muy cercanas. Yo estaba en Cambridge y mi amigo John King, desde Warwick, me instru¨ªa sobre modales, temas de conversaci¨®n y los nombres de las flores que, discretamente, luchaban contra los ¨²ltimos ramalazos del invierno. Tem¨ªa que mi argentinismo no supiera cu¨¢les eran los t¨®picos apropiados a cada circunstancia. Cuando mi torpeza extranjera necesitaba de consejos demasiado urgentes o mi error pod¨ªa ser fatal, solo entonces me llamaba por tel¨¦fono. Es cierto que muchas cartas funcionaban como remotos antecedentes del correo electr¨®nico para decir que se estaba bien o que se necesitaba algo. Pero la amistad todav¨ªa se sosten¨ªa en un intercambio de detalles sobre vida cotidiana y vida intelectual.
Leer cartas del siglo XIX tiene el atractivo de un acto de espionaje. En sus cartas, Baudelaire le reprocha a su madre que se hubiera casado con el coronel Aupick; se siente maltratado y, para peor, sin plata. En sus cartas, Louise Colet y Flaubert muestran una pasi¨®n que nace, se modula y decae. En sus cartas, Marx y Engels exponen la construcci¨®n de una gran teor¨ªa. La cotidianidad de quienes las enviaron fascina por la distancia que nos separa de ellos y por la genialidad de los corresponsales. No fueron escritas para que hoy las ley¨¦ramos, aunque en algunos casos cabe sospecharlo, como en la relaci¨®n epistolar entre Thomas Mann y Adorno.
Pensar qu¨¦ periodismo estamos haciendo obliga a pensar en las formas de lectura y escritura contempor¨¢neas
Las cartas de Sarmiento son un incendiario modelo de pol¨¦mica y un muestrario de su capacidad para la invectiva. Le escribe, por ejemplo, a Alberdi: ¡°La olla podrida que ha hecho usted de mis libros, condimentando sus trozos con la viscosa salsa de su dial¨¦ctica saturada de ars¨¦nico¡±. Tambi¨¦n le escribe a un amigo durante su viaje a Estados Unidos, en 1847, y esa carta todav¨ªa es un modelo de relato de viajes. Sarmiento y Tocqueville ven escenas similares y se interesan por ellas como si fueran desconocidos hermanos.
La prensa del siglo XIX recibi¨® a Sarmiento, que se present¨® como ¡°un gaucho malo del periodismo¡±. Sus largas cartas est¨¢n destinadas a ser p¨²blicas. Proponen un modelo a seguir por las nuevas naciones iberoamericanas. No olvidan los requisitos period¨ªsticos, ya que, bajo la forma epistolar, ofrecen descripciones, cuadros de costumbres, an¨¦cdotas e ideas. No rechazan ni la propaganda pol¨ªtica ni la vibraci¨®n subjetiva o el asombro. Pertenecen a una tradici¨®n de escritos largos, meditados y personales, porque responden a un medio que, en primer lugar, acepta la longitud como forma. Eran peri¨®dicos le¨ªdos por la ¨¦lite, diarios de se?ores, impresos en gran formato que, desde la primera plana, dejaban en claro que exig¨ªan tiempo.
A lo largo de un siglo, nuestros escritos period¨ªsticos se fueron acortando cada vez m¨¢s, aunque existan excepciones, como The New Yorker, cuyos art¨ªculos reclaman varias horas. Pensar qu¨¦ periodismo estamos haciendo obliga a pensar en las formas de lectura y escritura contempor¨¢neas. La velocidad del correo electr¨®nico y, m¨¢s tarde, la de plataformas de mensajes como Whats?App impone la brevedad. Hace poco un entrenador de f¨²tbol confes¨® que las instrucciones a sus jugadores no deben ser m¨¢s extensas que lo que se diga en tres minutos, porque despu¨¦s la atenci¨®n se ausenta. Sencillamente, no hay tiempo que perder.
Algo en la p¨¢gina en blanco invitaba a la extensi¨®n. Un formato A4 se diferencia de la longitud potencial de la l¨ªnea en la pantalla del celular. La historia de nuestros escritos ha sido la de una serie de mutaciones provocadas por la tecnolog¨ªa. Esto sucedi¨® con la invenci¨®n de la imprenta o con las rotativas de los peri¨®dicos; las m¨¢quinas de escribir o la impresi¨®n a varios colores. No hay motivo para pensar que la invenci¨®n de Twitter se prive de tener consecuencias duraderas. Incluso, si Twitter desapareciera, la brevedad de los aforismos de 140 caracteres ser¨¢ nuestra medida. Las tecnolog¨ªas no retroceden.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.