Guggenheim Bilbao: el pen¨²ltimo icono
El museo levantado por Frank Gehry, que cumple 20 a?os, coron¨® la transformaci¨®n de la ciudad vasca
El Guggenheim lleg¨® a Espa?a haciendo ruido: iba a ser el desembarco del deslumbrante Frank Gehry en su etapa madura. Durante los cinco a?os que dur¨® su construcci¨®n, el arquitecto nacido en Toronto hablaba abiertamente de su ¡°obra maestra¡±, a pesar de que ya ten¨ªa el Premio Pritzker (1989). Fue esa audacia -y el convencimiento de sus clientes- lo que gener¨® la confianza que le permiti¨® cambiar la ubicaci¨®n del edificio o monopolizar el presupuesto cultural de la ciudad con la certeza de que la inversi¨®n ser¨ªa econ¨®mica, social y pol¨ªticamente rentable. El Guggenheim har¨ªa de Bilbao una urbe cosmopolita. Coronar¨ªa su reconversi¨®n de ciudad industrial a destino art¨ªstico-gastron¨®mico. Iba a sacar a Bilbao de la introversi¨®n y el miedo (un posible atentado terrorista de ETA fue una amenaza constante durante la construcci¨®n del centro) para destacar la ciudad en el codiciado mapa de los destinos tur¨ªsticos.
Seguramente por eso su director, Juan Ignacio Vidarte, habl¨® de ¡°efecto psicol¨®gico¡±, antes de que se hablara del, ya t¨®pico, ¡°efecto Guggenheim¡±. Cuando se cumpl¨ªa un a?o de su inauguraci¨®n, el n¨²mero de visitantes ¨Cque hoy supera el mill¨®n anual- triplicaba la afluencia esperada. Para el a?o 2000, uno de cada tres ciudadanos del Pa¨ªs Vasco lo hab¨ªa visitado. Por eso Vidarte hablaba de la recuperaci¨®n de la autoestima. En realidad lo que se estaba rescatando era toda la ciudad. Con el saneamiento de la r¨ªa ¨Cy su reconversi¨®n de espacio industrial en espacio p¨²blico- Bilbao se reorden¨®, se uni¨® y se fortaleci¨®.
De ese renacer urbano surgi¨® la confusi¨®n, el juicio apresurado de que hab¨ªa sido el museo lo que hab¨ªa transformado la ciudad. Y de que, por lo tanto, una arquitectura rompedora e ic¨®nica podr¨ªa tener ese efecto en otras metr¨®polis. No era cierto. Ning¨²n edificio aislado puede transformar una ciudad. Pero s¨ª coron¨® esa transformaci¨®n, la comunic¨®, fue la guinda en el pastel del cambio. No su base, sino el toque final.
Hoy la transformaci¨®n de Bilbao contin¨²a. Sus dirigentes, capitaneados por el desaparecido alcalde I?aki Azkuna, tuvieron la visi¨®n de extender esa transformaci¨®n a barrios perif¨¦ricos como Otxarkoaga o Basurto y de mantenerla viva con la creaci¨®n de otros centros culturales como La Alh¨®ndiga, que hoy lleva el nombre de ese alcalde. Bilbao ha aprendido la lecci¨®n: una ciudad viva se transforma continua, pero no radicalmente. Lo hace sumando capas, manteniendo una convivencia entre lo que fue y lo que busca ser.
El ¡°efecto Guggenheim¡±, sin embargo, ha sembrado el mundo de ep¨ªgonos del museo bilba¨ªno -en ocasiones del propio Gehry autoparodi¨¢ndose a s¨ª mismo como en el fallido proyecto para el aeropuerto de Venecia-. Por eso, el eco del Guggenheim desemboc¨® en la puesta en cuesti¨®n de la arquitectura emblem¨¢tica cuando, en lugar de revalorizar una ciudad, lo que hac¨ªa era endeudarla a largo plazo y dejar, como huella visible de ese mal c¨¢lculo, edificios ostentosos y vac¨ªos que generan entre los ciudadanos todo menos autoestima.
Se ha llamado ¡°efecto Guggenheim¡± a confiar la reconversi¨®n de un lugar a un ¨²nico edificio. Lo hemos visto aflorar por la Pen¨ªnsula en proyectos como la interminable Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela, que acab¨® encogida y convertida en un pozo sin fondo del presupuesto de la Xunta de Galicia. No se trat¨® solo de que el museo de Bilbao llegara antes, de que se?alara un nuevo centro urbano y de que contara con una pol¨ªtica de contenidos. Se trat¨®, sobre todo, de que comunic¨® una realidad que exist¨ªa ¨Cla transformaci¨®n urbana de Bilbao- y no el deseo de esa transformaci¨®n. Pero el efecto Guggenheim excedi¨® el peque?o mundo de los ayuntamientos espa?oles. Hoy son muchas las exrep¨²blicas sovi¨¦ticas que, como Azerbaiy¨¢n con el Heydar Aliyev de Bak¨², han confiado a la ¡°arquitectura estrella¡± m¨¢s la comunicaci¨®n de su transformaci¨®n que la propia transformaci¨®n real. Por eso la desaparecida Zaha Hadid hablaba del museo bilba¨ªno de Gehry como de una puerta abierta al riesgo. Por eso tambi¨¦n, Jean Nouvel y Frank Gehry anunciaron la construcci¨®n de sucursales del Louvre y del Guggenheim en el golfo P¨¦rsico.
Con el tiempo, el Guggenheim asoci¨® su franquicia muse¨ªstica a otros proyectos de arquitectos rompedores ¨CRem Koolhaas firm¨® el que se uni¨® al Hermitage en Las Vegas- que han corrido peor suerte y han desaparecido o no han llegado a construirse. Ciudades como Helsinki rechazaron ¨Cpor votaci¨®n ciudadana- llevar a sus calles una sede del museo espectacular.
La ambici¨®n de convertir los museos en fuegos de artificio capaces de atraer visitantes por el contenedor, al margen del contenido, tambi¨¦n ha remitido. El Garage, que Koolhaas inaugur¨® en Mosc¨², o el povera Palais de Tokio de Lacaton Vassal en Par¨ªs marcan ahora la nueva tendencia muse¨ªstica.
Tras el Guggenheim, Gehry firm¨® un hotel para las Bodegas Marqu¨¦s de Riscal porque resultaba m¨¢s econ¨®mico para lanzar los vinos al mercado norteamericano que pagar publicidad en la prensa estadounidense. Tambi¨¦n acumul¨® problemas de mantenimiento ¨Cen el coste de la limpieza del titanio del propio Guggenheim o en proyectos posteriores como el Auditorio Disney de Los ?ngeles, y pareci¨®, por un momento, que el arquitecto no soportar¨ªa su propio ¨¦xito. Sin embargo, con 83 a?os (hoy tiene 88), alcanz¨® un nuevo renacer, en parte, gracias al Guggenheim. Bernard Arnault lo nombr¨® arquitecto de su Fundaci¨®n Louis Vuitton de Par¨ªs tras visitar Bilbao. Y el propio Gehry aprendi¨® a trabajar con menos presupuesto en el Museo de la Biodiversidad de Panam¨¢. Incluso logr¨® levantar uno los rascacielos m¨¢s notables del sur de Manhattan. De Nueva York a Nueva York pasando por Bilbao. As¨ª han entretejido su historia, el arquitecto, la franquicia, las ciudades y los museos.
Babelia
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