Goya al piano
Arcadi Volodos evoc¨® al pintor aragon¨¦s en su versi¨®n de la ¡®Sonata D. 959¡¯, de Schubert
Schubert no fue ning¨²n jovencito ingenuo, como construy¨® el mito rom¨¢ntico, sino m¨¢s bien un hedonista atormentado. Su prematura muerte de s¨ªfilis, con 31 a?os, parece la desgraciada consecuencia de un c¨®ctel vital explosivo. Opio, tabaco, alcohol y sexo mezclados con la encantadora gaiet¨¦ vienesa y el abismo de la melancol¨ªa. El pianista Alfred Brendel ha reivindicado que tampoco fue un simple genio local. En Sobre la m¨²sica (Acantilado) afirma que en sus tres ¨²ltimas sonatas para piano, redactadas seis semanas antes de morir, utiliza una representaci¨®n sonora de la violencia m¨¢s pr¨®xima a Francisco de Goya que a cualquiera de los artistas de su c¨ªrculo como Leopold Kupelwieser o Moritz von Schwind. Llama ¡°grito irracional¡± a la secci¨®n central del andantino de la Sonata en la mayor, D. 959, y a?ade lo siguiente: ¡°Forma parte de lo m¨¢s atrevido y aterrador que la m¨²sica haya producido jam¨¢s¡±. Su comentario ha llevado a William Kindermann a comparar este pasaje con Los fusilamientos del tres de mayo. Pero esta afinidad impresiona todav¨ªa m¨¢s cuando se escucha en directo a un pianista con la paleta sonora e intensidad expresiva de Arcadi Volodos (San Petersburgo, 1972).
ARCADI VOLODOS, piano.
Obras de Schumann, Brahms y Schubert. XX Ciclo de Grandes Solistas Pilar Bayona 2017. Auditorio de Zaragoza, 24 de octubre.
El pianista ruso arranc¨® anoche el referido andantino en la Sala Mozart del Auditorio de Zaragoza con la placidez hipn¨®tica de ese caminar que tanto recuerda a lieder como El zanfonista o La tonada del peregrino. Y desat¨® la turbulenta secci¨®n central como si fuera una estampa de los desastres de la guerra del pintor aragon¨¦s, exhibiendo una tremenda munici¨®n de arpegios, acordes, octavas quebradas, trinos y notas repetidas en todos los registros del instrumento. Fue un retrato inhumano y brutal. Pero a continuaci¨®n reserv¨® los m¨¢s bellos colores de su paleta sonora para pintar ese fr¨¢gil recitativo que nos devolvi¨® al principio. A esa calma que sigue tras la tormenta y que fue lo mejor de la noche. Volodos hizo de Goya al piano. Y no por su parecido f¨ªsico con el pintor aragon¨¦s, como por construir una versi¨®n tan extrema y fascinante de la pen¨²ltima sonata de Schubert. Este andantino funcion¨® como centro gravitacional de la obra, pr¨¢cticamente aislado entre un allegro de tinte camer¨ªstico y un scherzo m¨¢s juguet¨®n de lo habitual. Incluso el allegretto final arranc¨® como un ap¨¦ndice del movimiento anterior. Y lo culmin¨® subrayando ese alarde de pausas ret¨®ricas que abrocha un inesperado gui?o c¨ªclico.
Pero la madurez musical que exhibe Volodos plena de rubato e inflexiones exquisitas qued¨® bien clara ya en la primera parte con Schumann. Podr¨ªa pensarse incluso que programar Papillons, Op. 2, fue un gui?o por su parte. La obra juega con ideas como larvas que se convierten en piezas musicales como mariposas. El compositor viste de dom¨¦sticos valses schubertianos un episodio de la novela La edad del pavo, de Jean Paul. Se trata de un baile de m¨¢scaras donde los hermanos Walt (el poeta) y Wult (el m¨²sico) se disputan el amor de Wina; en cierto modo, ambos son una primitiva versi¨®n del apasionado Florest¨¢n y el nost¨¢lgico Eusebius, tan omnipresentes en el universo de Schumann. Volodos engarz¨® con fino sentido narrativo la introducci¨®n y las doce piezas que componen la obra. Y explor¨® con maestr¨ªa ese juego de dualidades que emulsiona al final cuando se combinan las melod¨ªas de Walt y Wult; el primero triunfante tras conseguir el amor de Wina y el segundo lentamente difuminado mientras abandona abatido la ciudad.
Volodos culmin¨® la primera parte con las 8 Piezas para piano, Op. 76, de Brahms, cuatro de ellas incluidas en su ¨²ltimo y exitoso disco en Sony Classical. Pero si el pianista ruso result¨® camer¨ªstico en Schubert y narrativo en Schumann, en Brahms dispuso de tintes casi orquestales. Tiene un instinto natural para subrayar lo mel¨®dico y arm¨®nico por encima de lo r¨ªtmico; una forma personal de frasear que trasciende las barreras de tantas hemiolias. Todo ello se not¨® ya en la primera pieza, con ese tejido denso y tempestuoso. En la segunda incidi¨® en su nexo con Schubert como un encantador remedo de ¡°momento musical¡±. Las dos subsiguientes sobresalieron en fraseo y textura. Y, entre las cuatro ¨²ltimas, destac¨® m¨¢s la s¨¦ptima, l¨ªrica y contemplativa, que la octava en exceso virtuos¨ªstica.
Pero todav¨ªa faltaban cinco propinas. Media hora adicional que fue como una tercera parte del recital. Para empezar, una versi¨®n et¨¦rea del Minueto & Trio, D 600/610, de Schubert. Regres¨® ese Brahms po¨¦tico que flota sin hemiolias, con el Intermezzo, Op. 117/1. Compareci¨® un Alb¨¦niz preciso y colorista con su Zambra granadina, de la Suite espa?ola n? 2. Y termin¨® con dos arreglos del propio Volodos de la Malague?a para guitarra, de Lecuona, y de una Melodie, de Rajm¨¢ninov.
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