Enjambre
En la obra del pintor Sergio Sanz palpitan min¨²sculas part¨ªculas vegetales como una prolongaci¨®n de la visi¨®n de lo intangible
Imagina Laura J. Snyder (Nueva York, 1964) en su libro El ojo del observador, Johannes Vermeer, Antoni van Leeuwenhoek y la reinvenci¨®n de la mirada (Acantilado), la sorpresa que tuvo el segundo de los citados, cierto d¨ªa de agosto de 1674, en la ciudad holandesa de Delft, cuando, queriendo desentra?ar la belleza iridiscente de una pura gota de agua, mediante una lente pulida por ¨¦l mismo con ins¨®lito poder aumentativo, descubri¨® el inesperado enjambre de bichejos min¨²sculos, nunca antes vistos, que en ella pululaban. En ese momento, el sagaz ¨®ptico se percat¨® de la visi¨®n de lo microsc¨®pico, que no solo fue una inesperada revelaci¨®n, sino que, en efecto, transform¨® nuestra mirada. A su vez, casi simult¨¢neamente, y en ese mismo centro urbano, el pintor Vermeer hizo otro tanto al atomizar la luz que cimbrea el color.
Mientras le¨ªa este ensayo de divulgaci¨®n, en el que la autora citada intercala las biograf¨ªas de este par de vecinos contempor¨¢neos implicados en la semejante tarea de observar o materializar los entresijos de un mundo hasta entonces invisible, visit¨¦ la exposici¨®n titulada Lugares (Galer¨ªa Marlborough), del pintor espa?ol Sergio Sanz (Santander, 1964), precisamente nacido el mismo a?o que la escritora estadounidense. En esta muestra palpita la purulencia de min¨²sculas part¨ªculas vegetales danzarinas, como una impremeditada prolongaci¨®n de esta ya acendrada visi¨®n de lo intangible. Sanz, sin embargo, bascula, dentro de esa misma precisa lente, entre la ¡°gravedad y la gracia¡±, por emplear esa bella met¨¢fora existencial de la pensadora Simone Weil, superponiendo en s¨ª mismo las aportaciones del f¨ªsico y del metaf¨ªsico holandeses de anta?o, justo all¨ª donde se hallan entremezclados la talla material de lo mineral y la leve caricia de lo org¨¢nico como el haz y el env¨¦s de un mismo proceso. En esta senda pict¨®rica, adem¨¢s de Vermeer, han estado implicados otros maestros como Seurat o Klee, este ¨²ltimo incluso aludiendo en sus Diarios a la dial¨¦ctica entre el cristal y la sangre.
Porque, en los cuadros de Sanz, junto al gr¨¢cil aleteo de las part¨ªculas hay tambi¨¦n robustos roquedales y quebradas de caprichosas formas de inspiraci¨®n hipnag¨®gica, robadas al sue?o, ese otro pozo de inescrutable hondura, donde se configura el mapa antropol¨®gico de nuestro ancestral origen. La mirada precisa se transforma entonces en la melopea del aur¨²spice visionario. En este extra?o paisaje alucinado se encuentran los vol¨¢tiles microorganismos con la rotunda masa compacta de lo monumental, porque se interpretan y mutuamente se alumbran. Como lo hacen la ciencia y el arte aut¨¦nticos con su inagotable cauce de preguntas sin respuesta, ahuyentando as¨ª las odiosas simplificaciones que exige la utilidad.
Se entusiasma Snyder con las inesperadas convergencias entre los m¨¦todos de observaci¨®n y de representaci¨®n de Van Leeuwenhoek y de Vermeer, cuya perspicaz forma de mirar nos revelaron respectivamente nuevos aspectos de nuestro antiqu¨ªsimo mundo. Para estos hallazgos, en cualquier caso, es imprescindible, como apunt¨® Karl Kraus, ¡°limpiar los ojos¡±. Porque solo mediante una tal transparencia ocular lo que vemos adquiere una altura visionaria: una min¨²scula gota de agua contiene en s¨ª misma la secreta clave del cosmos.
Babelia
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