Leonard Cohen y la antipat¨ªa por el hereje
Leonard Cohen encarnaba su ideal de Montreal: un enclave elegante, seductor, cosmopolita
Resulta reconfortante comprobar que Montreal est¨¢ echando la casa por la ventana en la celebraci¨®n del primer aniversario del fallecimiento de su creador m¨¢s universal. No siempre fue as¨ª. En 1990, en compa?¨ªa de un fot¨®grafo, el autor de estas l¨ªneas vol¨® a esa ciudad para realizar un reportaje que quer¨ªamos titular El Montreal de Leonard Cohen. Cont¨¢bamos con la bendici¨®n del artista, que manten¨ªa all¨ª una vivienda, en la Rue de Valli¨¨res.
Al tratarse de un encargo de la revista Ronda Iberia, seguimos los cauces institucionales: se inform¨® al departamento de turismo de Quebec de nuestras intenciones. Al llegar a Montreal, nos esperaba una funcionaria angl¨®fona con un mensaje inesperado.
Muy inc¨®moda, nos avis¨® que solo podr¨ªa guiarnos unas horas, en un recorrido por el Montreal hist¨®rico. Parece que las autoridades de la provincia, nacionalistas del Partido Quebequ¨¦s, juzgaron "altamente inadecuado" que Leonard Cohen representara a la gran metr¨®polis de Montreal. Ofrec¨ªan, en cambio, que pusi¨¦ramos el foco sobre Robert Charlebois, popular cantante franc¨®fono; en ese caso, tendr¨ªamos todas las facilidades.
Con todos los respetos para Charlebois, no era lo mismo. Aparte, suger¨ª, Cohen tambi¨¦n hab¨ªa cantado en franc¨¦s. "No le consideran, dicen que tiene mala pronunciaci¨®n". Y una de sus dos novelas, ahora reeditadas por Lumen, Hermosos perdedores, usa como decorado de fondo la vida de una india que vivi¨® y muri¨® junto a Montreal, Catalina Tekakwitha, ahora considerada santa. "Mejor no entrar en eso".
?Hab¨ªamos tocado una zona sensible? Seg¨²n Mordecai Richler, el novelista angl¨®fono que encabez¨® la resistencia intelectual a los referendos independentistas, el nacionalismo quebequ¨¦s esconde ra¨ªces antisemitas, propias de una identidad forjada en complicidad con la Iglesia cat¨®lica preconciliar. Como Richler, Cohen no era "lana pura", denominaci¨®n que all¨ª se aplica a los nativos con abundantes ancestros franco-canadienses.
Para nuestro estupor, vimos que tampoco se amaba a Leonard en algunos sectores de la comunidad hebraica de Montreal, por su vida inmoral o por la disidencia religiosa. Localizamos la residencia de la familia Cohen en el pr¨®spero barrio de Westmount; estaba cerrada. Los vecinos eran jud¨ªos ultraortodoxos que hu¨ªan ¡ªliteralmente, sal¨ªan corriendo¡ª ante nuestras preguntas, como si hubi¨¦ramos mentado a Lucifer.
Fuera de esos ambientes enrarecidos, descubrimos que Leonard gozaba del aprecio de sus paisanos m¨¢s abiertos: "S¨ª, suele volver a la ciudad y saluda a todo el mundo". Sus libros estaban en las librer¨ªas, al igual que se encontraban f¨¢cilmente sus discos (algo que no ocurr¨ªa en Estados Unidos, donde lleg¨® a estar sin contrato discogr¨¢fico). Est¨¦ticamente, se le consideraba parte de la quinta de escritores modernistas de mediados del siglo XX, autores levemente bohemios que evitaron la extravagancia de sus coet¨¢neos beats. Cohen encarnaba su ideal de Montreal: un enclave elegante, seductor, cosmopolita.
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