Del ¡®Romanticismo¡¯ de Longares a la luz de Campo Baeza
El libro sobre el que tanta atenci¨®n reclamo narra el momento en que Madrid cambi¨® la luz
En cada ¨¦poca, Madrid, los lectores de Madrid, los de todas partes, deben volver a la prosa de Manuel Longares, gran escritor de la ciudad. No est¨¢ en la FIL, por lo que sea, porque le dan pereza los aviones, porque se le escapan las luces en cuanto anochece y no ve ni f¨²tbol, o porque, siendo de la estirpe de Rafael Azcona o de Rafael S¨¢nchez Ferlosio, no le ha dado la gana. Es, como esos supervivientes de la mejor memoria de Madrid, de los que prefieren no hacerlo, Bartlebys de la ciudad bulliciosa en la que cada hora parece que ha de tener, porque s¨ª, mil afanes, 999 de los cuales no sirven para nada.
Pues Longares deber¨ªa ser obligatorio en las escuelas de Madrid. Pero no s¨®lo en las escuelas donde se da clase, sino en las escuelas cotidianas de la vida, en la que se reparten egos luminarias que no son para tanto, pero que prosperan en la cuca?a sin fin que es la vida literaria, tan coronada de espinas. ?l ha hecho su obra, desde La novela del cors¨¦, por ejemplo, tratando de t¨² a Ram¨®n Mar¨ªa del Valle Incl¨¢n y reclam¨¢ndole parentesco a Miguel de Cervantes, a este Romanticismo que tiene en el ritmo, y en ese humor, el reflejo de las lecturas y de las habladur¨ªas de la calle que resumen su diccionario vital para la escritura. Como el Samuel Beckett que hablaba con James Joyce un segundo de cada cuatro horas de billar, asiste a tertulias e incluso las convoca, pero es posible verle en una esquina, como uno de los personajes de su amigo Azcona, como si esperara que apareciera por milagro el silencio para dedicarse a escuchar tan solo a sus fantasmas. Entre sus fantasmas hay seres reales, como Juan Eduardo Z¨²?iga o Luis Mateo D¨ªez, con quienes comparte el escenario animado de Madrid.
Pues este hombre silencioso y descuidado de los aceites de la fama literaria ha escrito una de las grandes novelas de Madrid, Romanticismo. Una novela, adem¨¢s, que cada cierto tiempo habr¨ªa que leer para saber que, en efecto, Franco muri¨®, que en el barrio de Salamanca (de Madrid) lo lloraron antes y despu¨¦s de tiempo, y que en ese momento en que se produjo el luto los pobres sintieron alivio y los ricos se quedaron a la luna de Valencia, o a la lucecita apagada del Pardo. Tiene tanto humor, pero tambi¨¦n tanta realidad, sobre lo que supuso el gozne franquismo/Transici¨®n, esa met¨¢fora de lo que pasaba en aquel barrio de ricos (y de pobres) que parece mentira que ese libro no se haya mantenido en la retina, tan olvidadiza, de los lectores. Produce sensaci¨®n de vac¨ªo cuando se habla de Madrid y de sus libros y se insiste en ignorar esta obra maestra.
Al ver ahora en la FIL de Guadalajara, M¨¦xico, ese espl¨¦ndido tubo negro que Alberto Campo Baeza dise?¨® para ser emblema de la presencia de Madrid en la gran feria he recordado otra vez Romanticismo.
Pero eso no es culpa de nadie, como dicen Dickens y Cort¨¢zar. La culpa es de Longares, que no va presumiendo por ah¨ª de ser el escritor de nada; se va a comprar el pan, se entera de los resultados del f¨²tbol porque se los dice el quiosquero, y se retira a las nueve de la noche como si fuera un monje benedictino. Y de madrugada se pone a escribir, para escuchar el o¨ªdo absoluto de la literatura en comuni¨®n con historias que luego salen, como El o¨ªdo absoluto, precisamente, de un telar en el que la exigencia y el desd¨¦n por lo grandioso dan de s¨ª las prendas principales.
Al ver ahora en la FIL de Guadalajara, M¨¦xico, ese espl¨¦ndido tubo negro que Alberto Campo Baeza dise?¨® para ser emblema de la presencia de Madrid en la gran feria he recordado otra vez Romanticismo, y me he acordado de su verdaderamente humilde autor tan an¨®nimo en la calle como en las ocasionales antolog¨ªas. El libro de Longares sobre el que tanta atenci¨®n reclamo narra el momento en que Madrid cambi¨® la luz, ojal¨¢ que para siempre. Ganar¨¢s la luz, un t¨ªtulo de Le¨®n Felipe, le da aire po¨¦tico a ese t¨²nel hacia la luz impuesto por Campo Baeza con autoridad y con belleza. Vi¨¦ndolo he sentido que por un lado sal¨ªa Franco, ya muerto, ya suficientemente llorado en el barrio de Salamanca, y en el otro se quedaba lo que el o¨ªdo absoluto de Longares escuch¨® mientras lo desped¨ªan para siempre los que vivieron mucho peor con ¨¦l. Longares narra la luz que vuelve. Los que ganaron la luz, efectivamente, como esperaba el viejo poeta zamorano que hizo de M¨¦xico su residencia y su tristeza.
Ganar¨¢s la luz. Pues lean Romanticismo y ver¨¢n que es cierto lo que le advert¨ªa Carroll a Alicia: hay que saber de qu¨¦ color es la luz de una vela cuando est¨¢ apagada. O cuando se est¨¢ apagando.
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