De qu¨¦ no hablan las mujeres
A ese silencio al que nos obliga la educaci¨®n en la que crecimos dedica su libro, 'Sin reglas', la escritora y profesora Anna Freixas
Es esta la era de las mujeres. Quien se resista ser¨¢ aplastado por la evidencia. Desde una perspectiva reaccionaria, las que vivimos en pa¨ªses no violentos solo debi¨¦ramos alzar la voz por aquellas que son ultrajadas en tierras pobres o de conflicto, dado que se supone que ya gozamos de nuestros derechos. El qu¨¦ m¨¢s quer¨¦is si no ten¨¦is que llevar velo, el qu¨¦ m¨¢s quer¨¦is si no os tapamos la cabeza, si no anulamos vuestra voluntad, el qu¨¦ m¨¢s quer¨¦is. Eso vendr¨ªa a ser como decirle a un obrero de un pa¨ªs europeo que sea consciente de su privilegio: si aqu¨ª est¨¢ explotado, en otros lugares ser¨ªa un paria. O estar¨ªa muerto. ?Qu¨¦ m¨¢s queremos? Yo me lo pregunto muchas veces, ?qu¨¦ m¨¢s quiero? Escucho sobre todo las voces de las mujeres j¨®venes, ellas son las que han acelerado el curso de los tiempos. No est¨¢n dispuestas a que su sexo sea parte del trato t¨¢cito en caso alguno, ni en el intercambio de obligaciones laborales, ni en la forma en la que son consideradas. Yo me pongo en su piel porque es la m¨ªa, la m¨ªa de cuando ten¨ªa 19 a?os, tan tierna y tan expuesta a comentarios o situaciones abusivas que no sab¨ªa c¨®mo encajar. Ni a qui¨¦n quejarme. Ni tan siquiera si ten¨ªa derecho a la queja. As¨ª que soy de una generaci¨®n en la que ganarse un espacio de respeto ha significado abrirse paso a codazos, pero siempre con un formidable esp¨ªritu de resiliencia que nos hac¨ªa superar los malos ratos. Eso nos ha hecho sin duda m¨¢s fuertes, y cuando traspasamos la barrera de los cincuenta poseemos un descaro, un desparpajo en despachar con un corte seco ciertos tonos de condescendencia o infravaloraci¨®n. A las mujeres de mi edad es m¨¢s dif¨ªcil que se nos calle. Por eso, a menudo, prestamos nuestra voz a las que est¨¢n empezando. Pero s¨ª padecemos un silencio concreto. Un silencio que no est¨¢ presente en el debate. Algo que callamos y no compartimos con nadie. A ese silencio al que nos obliga la educaci¨®n en la que crecimos dedica su libro, Sin reglas, la escritora y profesora Anna Freixas. Sin reglas, sin regla, esas mujeres de 50 a 80 a?os, una ampl¨ªsima franja de edad, en la que por una imposici¨®n social, de la que a veces no somos conscientes, no hablamos jam¨¢s de nuestros deseos sexuales. Y eso teniendo en cuenta que las mujeres m¨¢s j¨®venes de este arco que recorre treinta a?os rompimos moldes y vivimos la sexualidad alivi¨¢ndola de los prejuicios que nuestras madres recibieron y que a su vez nos quisieron imponer.
Este ensayo sobre la er¨®tica femenina en la madurez da un gran paso en la ruptura de ese tab¨², escuchando e interpretando lo que cuentan las mujeres que callan. Del resultado se deduce que no dejamos de ser seres sexuales, que el deseo puede transformarse pero no desaparece, que buscamos un sexo unido a la complicidad, al compa?erismo, al afecto. Hay muchas mujeres que viven solas, o bien por una separaci¨®n, por viudedad, por solter¨ªa. Jam¨¢s pensamos en ellas como personas que tienen sue?os er¨®ticos, damos por hecho que su deseo qued¨® anulado en la posmenopausia. La medicina tampoco ayuda, porque suele contemplar esta etapa desde un punto de vista patol¨®gico, como si desconociera que el proceso sexual femenino es integral: cuerpo y alma, o cuerpo y pensamiento est¨¢n ¨ªntimamente unidos. Incluso la literatura tiende a silenciar al asunto. Mientras los cr¨ªticos celebran la t¨®pica por repetida historia philiprothiana de la jovencita fascinada por la brillantez de un octogenario que alguna vez hasta logra rescatar a una muchacha del lesbianismo, es dif¨ªcil que no miren con reparos o incluso con una mueca de burla el amor maduro, el deseo de las mujeres que ya no son j¨®venes. Su cr¨ªtica est¨¢ condicionada, aunque no lo reconozcan, por los sue?os calenturientos masculinos. Su mirada est¨¢ velada por la idea de que las mujeres, a cierta edad, deben borrar el sexo de sus conversaciones, de sus columnas, de sus literaturas, de cualquiera que sea la manera en que expresen esta realidad que a todos parece darles mucha verg¨¹enza. Es un tab¨² social al que se suelen apuntar los hijos. Nosotros no quer¨ªamos imaginarnos a nuestros padres en la cama, pero cabr¨ªa esperarse un avance en esta percepci¨®n de las madres como seres asexuados. Los hijos apartan esa imagen de su mente como si fuera una mosca e incluso afean la conducta de sus progenitores porque temen que hagan el rid¨ªculo.
El libro de Anna Freixas es alegre. Darle voz a los deseos silenciados es un acto de justicia. ?Por qu¨¦ si la esperanza de vida ha aumentado considerablemente marcamos el final del deseo er¨®tico de las mujeres a partir de la menopausia? Pasamos de definir el humor de una joven porque est¨¢ con la regla a considerar a las que no la tienen como una especie de tullidas que han de esconder esa verg¨¹enza. Yo misma me pregunto por qu¨¦ me tengo negado un texto er¨®tico. Lo achaco a que siempre fui pudorosa. Pero leyendo el libro de Freixas me doy cuenta de que las razones son otras. Para protegerme.
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