Queridas Cosma y Blasa
Esa Espa?a en extinci¨®n le debe uno de los pocos retratos humor¨ªsticos donde sale favorecida
Si no la primera, s¨ª fue una de las primeras veces que salieron a escena. En los a?os de Pueblo, a mediados de los a?os sesenta. Cosma y Blasa aparecen un poco m¨¢s estilizadas que como nos acostumbramos a verlas (se ve que Forges las someti¨® a una dieta de cuchara que las ensanch¨® y les dio un aire m¨¢s compacto), pero ya tienen todos los elementos que les van a acompa?ar durante 50 a?os: el pueblo con su campanario al fondo y en una esquina, y el pa?uelo y los vestidos austeros, casi siempre de luto. Cosma (o Blasa, nunca he sabido qui¨¦n era qui¨¦n) est¨¢ de pie y se remanga la falda ante una Blasa (o Cosma) que la contempla ya con ese escepticismo aburrido tan suyo. ¡°Tal que as¨ª llevan la falda¡±, le dice. Son los a?os del desarrollismo franquista y la vi?eta sintetiza, con una genialidad a la que nos hemos malacostumbrado ¡ªy que vamos a a?orar siempre¡ª el mayor conflicto social y cultural de la Espa?a de su ¨¦poca: la transformaci¨®n de un pa¨ªs rural y atrasado en otro urbano y moderno.
Cosma le lleva a Blasa noticias de esa juventud que tal vez ha visto en su ¨²ltima visita a la ciudad. ¡°Tal que as¨ª llevan la falda¡±, y todos vemos a las chicas yey¨¦, el conflicto generacional y la v¨¢lvula de presi¨®n por la que escapan las represiones sexuales del franquismo. Pero la potencia del chiste, o su hondura, est¨¢ en la mirada de Blasa, en su desinter¨¦s, en la forma en que entrecruza los dedos y el estoicismo con que recibe la nueva. No se escandaliza, no se persigna, no condena.
Por eso, Cosma y Blasa han aguantado 50 a?os, porque Forges no las concibi¨® como caricaturas de dos catetas beatas superadas por el v¨¦rtigo de los tiempos. A diferencia del retrato can¨®nico del campesino (rid¨ªculo, ignorante, bruto), Cosma y Blasa son dos sabias que subrayan las contradicciones de la sociedad espa?ola con apostillas llenas de sentido com¨²n. A trav¨¦s de ellas (y tambi¨¦n, aunque menos, de sus contrapartes masculinas, Cosme y Blas, los blasillos), Forges incorpor¨® a su retrato de Espa?a toda una cultura en extinci¨®n, arrasada por las nuevas ciudades, los seiscientos y los talgos. Una Espa?a en la que nadie se fijaba si no era para burlarse de ella. Su gran acierto fue incorporarla a su humor desde la dignidad y la ternura que le eran propias. Desde su prado, con su pueblo mesetario en lontananza, llevaban medio siglo baj¨¢ndole los humos a una sociedad que se ha pasado demasiadas veces de frenada, a menudo, rid¨ªcula y pomposa, que se toma demasiado en serio, fatua y acomplejada. Como el se?or Cayo de la novela de Delibes (con quien est¨¢n ¨ªntimamente emparentadas), no se creen nada ni les importan los frenes¨ªes absurdos del pa¨ªs. Forges les oblig¨® a hacer tanto footing como running, seg¨²n la d¨¦cada; les llev¨® el rock, el rap y los programas de la tele donde se grita la gente; les puso Internet en el pueblo, y hasta las reclut¨® como detectives de CSI. Y nunca, ni en las escenas m¨¢s absurdas, pierden ni un poco de su dignidad. Es el mundo alrededor el que quedaba caricaturizado ante la paciencia, fortaleza, gracia y sentido com¨²n de Cosma y Blasa.
Esa Espa?a en extinci¨®n le debe uno de los pocos retratos humor¨ªsticos donde sale favorecida. Era muy dif¨ªcil conseguirlo en un pa¨ªs tan acostumbrado a parodiar a la gente de campo. Como tantas otras veces, Forges comprendi¨® y nos hizo comprender una parte complej¨ªsima del pa¨ªs en dos trazos y tres palabras.
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