Bob Dylan morir¨¢ con sus botas
El m¨²sico, que rastrea la memoria musical norteamericana, comienza en Salamanca su gira por Espa?a que le llevar¨¢ a Madrid y Barcelona
Bob Dylan morir¨¢ con las botas puestas, como seguramente todo aquel que ha amado o se ha definido a trav¨¦s de un oficio o una vocaci¨®n, pero jam¨¢s con las botas que alguien, incluido el mundo entero, quiso calzarle. Tampoco, a la vista de su m¨¢s de medio siglo de carrera, tiene pinta que sea con las botas que ahora lleva puestas. Qui¨¦n sabe qu¨¦ pasar¨¢ por su cabeza ma?ana o en lo que tarda en escribirse esta cr¨®nica. Dependiendo de alg¨²n viento aullador, cambiar¨¢ de calzado. Las botas de Dylan son ahora las de un m¨²sico errante, un tipo que est¨¢ en el hemisferio contrario donde est¨¢ su mito, un septuagenario obsesionado con un sonido obsoleto en estos tiempos que corren.
Sus tiempos son otros, pero sabe d¨®nde pisa. En la noche del s¨¢bado lo demostr¨® en Salamanca dentro del comienzo de su gira por Espa?a, que, despu¨¦s de tres a?os de ausencia por nuestro territorio, le llevar¨¢ a tocar a partir de ma?ana lunes tres d¨ªas en el Auditorio Nacional de Madrid y dos en el Grand Teatre del Liceu de Barcelona. Bajo el aura de amarillo c¨¢lido de un escenario decorado con lucecitas y focos antiguos, Dylan apareci¨® en el Pabell¨®n Multiusos S¨¢nchez Para¨ªso a paso lento y seguro con una elegante y ancha chaqueta gris, distingui¨¦ndose del formal conjunto negro del resto de la banda. De pie, con las piernas ligeramente arqueadas junto al piano que no abandonar¨ªa m¨¢s que en un par de canciones, abri¨® con una gr¨¢cil Things Have Changed. Como siempre, Dylan, que no saluda al p¨²blico ni se acerca al micr¨®fono para articular palabra alguna durante toda la actuaci¨®n, se comunica con sus canciones. Y lo cant¨® nada m¨¢s empezar. Las cosas han cambiado.
Desde hace lustros, el ahora premio Nobel de Literatura, situado concienzudamente fuera del foco social, lo sabe. Lo recuerda este artista que ayud¨® a elevar la m¨²sica popular a un estadio superior. Han cambiado para ¨¦l, tan vetusto en su visi¨®n art¨ªstica, pero tambi¨¦n para el propio universo de la m¨²sica que aliment¨® y le aliment¨®, e incluso para su pa¨ªs, que puede pasar de Obama a Trump en cuesti¨®n de un a?o, y, en definitiva, para nuestro mundo siempre imparable, en demasiadas ocasiones descontrolado. Las cosas han cambiado, pero tal vez por eso la memoria se hace necesaria m¨¢s que antes.
Esa parece la premisa hoy de Dylan, que anoche mezcl¨® algunos de sus cl¨¢sicos con tem¨¢tica m¨¢s desoladora y reflexiva con canciones de su etapa anciana, la que lleva desarrollando desde hace m¨¢s de 20 a?os, con especial atenci¨®n al blues y en donde con fe desgastada se pregunta por el sentido de la existencia. Con esa voluntad tambi¨¦n recuper¨®, aunque menos que en a?os pasados, composiciones del cancionero tradicional norteamericano (Great American Songbook), entendido como su per¨ªodo de homenaje a Sinatra, que refuerzan su idea de recordar de d¨®nde viene la identidad de su pa¨ªs, d¨®nde est¨¢n las ra¨ªces que definieron unos valores ahora m¨¢s cuestionados que nunca.
Tal vez por eso hay algo fantasmag¨®rico en este cancionero actual y en su forma de enfocarlo. Despoja su repertorio de relumbr¨®n y de todo br¨ªo de rock and roll, como en Highway 61 Revisited, que perdi¨® su ritmo alocado para convertirse en un country-blues arenoso. Tambi¨¦n de toda inocencia, a la que sustituye por un correoso aire de supervivencia, como en Tangled up in Blue. Escuchando Honest with Me o Pay in Blood, es como si insuflara sangre a un sonido desgastado, a una especie de cad¨¢ver que una vez signific¨® algo, tal vez algo importante y definitivo, puede que lo ¨²nico importante para el tipo que con sus pelos de profesor chiflado tocaba anoche las teclas con determinaci¨®n acompa?ado por una banda de una clase sobresaliente, destacando la labor de Charlie Sexton a la guitarra el¨¦ctrica y Tony Garnier al bajo. Una banda que descargaba con precisi¨®n de relojero m¨²sica como sacada de una vieja gramola en un bar noct¨¢mbulo cargado de humo de cigarros. Sublime fue la interpretaci¨®n de Summer Days, disparando r¨¢fagas de cuerdas como si se volase por encima de la vasta tierra norteamericana.
Todo sonaba a?ejo, alejado de los preceptos de hoy en d¨ªa y tambi¨¦n de los de hace ya mucho tiempo, pero es un disparate decir que Dylan y su banda son un fraude. Dylan se mueve en la meloman¨ªa. Ofrece m¨²sica de un estricto sentido mel¨®mano, como su propia visi¨®n de la existencia, de su existencia. Por eso, es f¨¢cil que queden expulsados aquellos que buscan lugares comunes, aqu¨¦llos que, como sucedi¨® anta?o con el jazz, buscan algo para todos los p¨²blicos. El jazz, con el bebop de Charlie Parker o el free jazz de John Coltrane, redujo c¨ªrculos para conservar la esencia. Y Dylan, con aciertos pero tambi¨¦n desaciertos, busca la esencia, como Neil Young o Van Morrison, coet¨¢neos que le admiran. Su mayor problema es la monoton¨ªa en su voz de ¨®xido, que apenas permite cambios de registro, que pierde profundidad y belleza emotiva. Eso hace que Desolation Row, por ejemplo, tuviese menos v¨¦rtigo o que Make You Feel My Love gozase de menos ternura. Todo el bloque sonoro se ajusta a sus limitaciones y se pierden posibilidades.
A Dylan no le pertenece este tiempo, nada tiene que ver con este siglo XXI donde con sus luces y sombras, sus conciertos memorables y otros desastrosos, sobrevive como una leyenda en vida. A Dylan le pertenece el siglo XX. Su energ¨ªa se concentra en esa memoria de un mundo que ha aprendido a vivir sin ella. Un mundo hiperconectado y exhibicionista. Al cerrar el concierto ofrece m¨¢s pistas en los bises sobre esa memoria para este mundo y, por consiguiente, sobre s¨ª mismo. Toca Blowin on the Wind y Ballad of a Thin Man, versionadas con fluidez en su caudal de rhythm and blues blanco. ¡°Algo est¨¢ ocurriendo aqu¨ª / pero no sabes lo que es¡±, acaba. Con su voz rugosa, Dylan canta como si fuera a extinguirse ma?ana, pero decidido a morir con las botas puestas. Sus botas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.