Antonio Mercero, un sentimental discreto
Tan buen tipo era el cineasta que Espa?a le perdon¨® que matara a Chanquete
En el imaginario de la televisi¨®n de los 70 hab¨ªa dos se?ales inequ¨ªvocas que garantizaban el ¨¦xito. Una era la muy brit¨¢nica c¨²pula de la Catedral de San Pablo emergiendo de las aguas al ritmo de las ocho notas de la cabecera de Thames. La otra, la opci¨®n patria, la firma de Mercero. Mercero era en cierto modo el Hitchcock espa?ol. No solo por su afici¨®n a los cameos, sino porque como Hitchcock, hab¨ªa conseguido transitar del cine a la televisi¨®n sin perder el equilibrio ni el prestigio en la pirueta. Despu¨¦s de La Cabina?podr¨ªa haberse consagrado como mago del suspense si le hubiera dado a Tobi, inquietante ni?o ¨¢ngel, una pincelada m¨¢s oscura. Pero opt¨® por la ternura, un territorio en el que se mov¨ªa con la comodidad de quien nunca ha dejado de ser del todo peque?o.
Antonio Mercero era un se?or afable que se parapetaba bajo una pretendida seriedad cuando dirig¨ªa. No pod¨ªa, sin embargo, esconder esa mirada comprensiva y hasta piadosa con la que se plantaba ante los personajes. El bistur¨ª de su c¨¢mara diseccionaba sin herida. Tan buen tipo era Mercero que Espa?a le perdon¨® que matara a Chanquete. ¡°Fue muy duro, pero necesario¡±, dec¨ªa. Para que los ni?os aprendieran que hasta en el m¨¢s azul de los veranos acecha el luto de la tormenta.
Nunca le reconoceremos lo suficiente haber inventado un g¨¦nero juvenil que luego triunf¨® en Hollywood: el de la alegre muchachada paseando en bicicleta. Mercero fue capaz de ver antes que nadie el poder galvanizador de la pedalada entre la chiquiller¨ªa. Antes de que el Elliot de ET volara ante la luna sobre dos ruedas, antes de que los Goonies se lanzaran a la aventura con sus caballitos de hierro, los ni?os de Verano Azul ya hab¨ªan recorrido su para¨ªso estival en bicicleta. Era Mercero en esto, como en otras cosas, un visionario sin presunciones.
Porque Mercero sab¨ªa mirar. Lo demostr¨® en su primer trabajo para la televisi¨®n, una televisi¨®n que en la Espa?a de los 70 era todav¨ªa en blanco y negro en la forma y en el fondo. Con su cura, su Guardia Civil, su maestro, su alguacil y su cartero, Cr¨®nicas de un Pueblo era el retrato de una Espa?a en disoluci¨®n que todav¨ªa no lo sab¨ªa. Tampoco sab¨ªa Mercero que estaba tendiendo el puente perfecto entre la plaza de Villar del Campo que esperaba a Mr. Marshall y el pueblo que ten¨ªa devoci¨®n por Faulkner de Amanece que no es poco. Ni sospechaba que estaba dejando para el futuro el retrato de una Espa?a que a?os despu¨¦s quedar¨ªa vac¨ªa. La serie se estren¨® el 18 de julio de 1971. No pod¨ªa ser otro d¨ªa. Contaba Mercero que la idea parti¨® de Carrero Blanco que, consciente del poder de la televisi¨®n, quer¨ªa dar a conocer el Fuero de los Espa?oles entre el p¨²blico. Pero el director fue m¨¢s all¨¢ y supo poner su lupa intimista sobre unos personajes perfectamente reconocibles. Y cada domingo, los espectadores se quedaban ante la pantalla de la televisi¨®n ¨²nica, para seguir las aventuras peque?as y cotidianas de Puebla Nueva del Rey Sancho.
Fue Mercero un maestro en humanizar a personajes que en manos de otro habr¨ªan quedado reducidos a puro clich¨¦. Y lo demostr¨® a?os despu¨¦s en Farmacia de Guardia. Corr¨ªan ya los noventa y las familias eran distintas. Poco se parec¨ªa el matriarcado de la boticaria separada Concha Cuetos a aquellas parejas de Verano Azul en las que las madres cuidaban abnegadas de los ni?os mientras los padres tomaban el aperitivo. Quiz¨¢ tambi¨¦n en esto se adelant¨® a su tiempo.
Dec¨ªa Antonio Mercero que tenemos la televisi¨®n que nos merecemos. Un d¨ªa, los espectadores merecimos un director como ¨¦l, que supo ser incisivo sin maldad, tierno con la dosis exacta de melaza. Un sentimental discreto.
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