Si te gusta ¡®Killing Eve¡¯ te gustar¨¢ Keller
En ambos casos se representa un tipo de asesino que la ficci¨®n ha decidido obviar durante demasiado tiempo: el humano
Antes de convertirse en genio del noir, a ratos, musculosamente absurdo (Ocho millones de maneras de morir), Lawrence Block no s¨®lo no publicaba sus historias en nada que no fuese una revista pornogr¨¢fica, como el genio inventado por Kurt Vonnegut, Kilgore Trout, sino que, b¨¢sicamente, y utilizando una colecci¨®n extens¨ªsima de seud¨®nimos, no public¨® otra cosa que no fuesen relatos y novelas pornogr¨¢ficas. Acostumbrado a re¨ªrse de s¨ª mismo y a re¨ªrse de todo lo que tuviese aspecto de sagrado ¡ªincluida su propia carrera literaria: su primera novela era una novela l¨¦sbica titulada Strange Are The Ways of Love, algo as¨ª como Los caminos del amor son de lo m¨¢s extra?o¡ª, Block cre¨® en 1998 al primer asesino adorablemente deprimido de la historia: el desorientado coleccionista de sellos John Paul Keller.
Protagonista de una serie de seis t¨ªtulos, de los que s¨®lo dos llegaron a Espa?a ¡ªHit Man y Hit List¡ª, t¨ªtulos que eran, en realidad, casi pu?ados de polaroids, puesto que no se considera que Block le dedique una novela hasta 2008 ¡ªHit and Run¡ª, Keller naci¨® en un relato que su autor public¨® en Playboy a mediados de los a?os 90. Y no tard¨® en dar el salto a la novela y convertirse en la clase de tipo con la que Villanelle, la chiflad¨ªsima asesina a sueldo creada por Luke Jennings ¡ªy convertida en carne de HBO por Miss Fleabag Phoebe Waller-Bridge¡ª podr¨ªa llevarse francamente bien. As¨ª que, si Killing Eve se ha convertido en tu guilty pleasure, lo m¨¢s probable es que las desventuras de Keller, el asesino deprimido e inexplicablemente desconocido de Block, tambi¨¦n lo sean.
Eso s¨ª, a diferencia de Villanelle, que adora su trabajo, y no podr¨ªa vivir sin ¨¦l, Keller lo aborrece. De hecho, cuando viaja, y lo hace a menudo, fantasea con empezar de nuevo en, por qu¨¦ no, Portland, casarse con la camarera que acaba de servirle el caf¨¦, pasear a Nelson, su bodeguero, por el parque, y olvidar que una vez su vida consisti¨® en hacer algo tan aburrido como lo que hace: matar.
Keller va al psiquiatra. Pero ir al psiquiatra no le sirve de nada. Keller s¨®lo es feliz cuando contempla su colecci¨®n de sellos. Keller, como Block, colecciona sellos no americanos, y anteriores a 1940. Su especialidad son los sellos de las excolonias francesas. Los de Block tambi¨¦n. A veces Block da charlas que no tienen nada que ver con literatura, y las da en convenciones filat¨¦licas.
Aunque extremos opuestos, Villanelle y Keller representan un tipo de asesino que la ficci¨®n ha decidido obviar durante demasiado tiempo: el humano. El asesino con una vida al margen de su trabajo. Peque?a, en el caso del apasionado por lo que hace, enorme y vac¨ªa en el caso del que no. Una y otro tienen aquello que los asesinos de ficci¨®n nunca tienen: car¨¢cter. Un yo, a ratos, dolorosamente infantil y, a ratos, simplemente despiadado, que los hace profundamente humanos. Un yo imperfecto con el que es posible empatizar. Recordaba Block hace no demasiado lo que le dijo una lectora en Marin County, California: ¡°Vale, Keller es un asesino, y ?qu¨¦ tiene eso de malo? No creo que sea mala persona¡±. El escritor se lo tom¨®, y con raz¨®n, como un cumplido.
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