Balada triste de la escarcha y la dama
Despedida a Mar¨ªa Dolores Pradera, una mujer de apariencia fr¨¢gil y de una risa que iba al comp¨¢s de su mirada
A las once y media de la ma?ana empez¨® a caer escarcha sobre el crematorio de la Almudena, en Madrid. Un grupo de amigos de Mar¨ªa Dolores Pradera, confundidos con los deudos de otro entierro, esperaban bajo el amparo y la intemperie a que llegara la limusina blanca con los restos de la vieja dama de la canci¨®n hispanoamericana. Hasta que lleg¨® el veh¨ªculo y el modesto gent¨ªo hizo su camino a la morada m¨¢s fugaz que tiene la muerte, en el habit¨¢culo al que todos llegaremos con igual equipaje.
Luego ya fue concreta la despedida, el momento final, el responso y adi¨®s. Mar¨ªa Dolores Pradera hab¨ªa sido despedida durante horas en el Tanatorio de la M30, desde que se supo de su muerte, por grandes valores, veteranos o j¨®venes, de la canci¨®n; recibi¨® los elogios de quienes la escucharon durante las ¨²ltimas d¨¦cadas, hasta que enflaquecieron su memoria y su voz, y gente de toda naturaleza volvi¨® a tararear canciones suyas gracias a las cuales enamoraron o fueron enamorados. Una mujer de apariencia fr¨¢gil y de una risa que iba al comp¨¢s de su mirada. La c¨¢lida voz de Hispanoam¨¦rica y de Canarias, a la que no hubo que ense?ar seseo porque de cualquier modo su tono era el de todos los acentos, de este lado y de aquel lado del mar.
Desde que muri¨® el lunes, fue incesante la expresi¨®n de dolor y de valoraci¨®n de su despedida, y no hubo gente principal que no acudiera al tanatorio a decirle adi¨®s a ella y a abrazar a sus deudos, sobre todo sus hijos Helena y Fernando, ambos con el aire del primer y ¨²ltimo marido de la cantante, Fernando Fern¨¢n-G¨®mez, el actor. El ministro de Cultura y otras autoridades, incluido el presidente del Gobierno, as¨ª como colegas que dicen deberle todo, expresaron en p¨²blico y en privado la gratitud por sus respectivos aprendizajes. Y as¨ª, con ese calor final, la limusina hizo su viaje hasta el crematorio. La cortina roja, despu¨¦s de los ritos civiles de ese lugar tan definitivo, se?al¨® el ¨²ltimo momento f¨ªsico de quien hizo de la voz la parte mayor de su cuerpo, y de su simpat¨ªa una especie de abrazo a todos los acentos, el mexicano, el peruano, el canario, que hacen distinta y f¨¦rtil, r¨ªtmica, la lengua castellana.
En ese ¨²ltimo instante, tras la escarcha, vino el calor de unos pocos. Como si la intimidad fuera un valor en s¨ª misma, una canci¨®n callada, una balada triste por la dama que tanto cant¨® para que tantos fu¨¦ramos felices.
Babelia
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