El reino descabezado
Brian May y Roger Taylor a¨²n son capaces de ofrecer un espect¨¢culo de relumbr¨®n, pero parecen una banda tributo de s¨ª mismos
?C¨®mo atribuir con propiedad el nombre de Queen a una banda que perdi¨® para siempre a su vocalista aquel fat¨ªdico 24 de noviembre de 1991? La duda existencial que reconcome a millones de seguidores desde hace m¨¢s de un cuarto de siglo volvi¨® a hacerse carne anoche en el WiZink Center madrile?o ante la aparici¨®n de lo m¨¢s cercano que podremos volver a estar de Queen. Es decir, de una solvente banda liderada por Brian May y cuyo repertorio, aun en ausencia de Freddie Mercury, es ¨ªntegramente aquel que entre 1973 y 1991 convirti¨® a sus cuatro art¨ªfices en una de las tres o cuatro alianzas m¨¢s populares y estrepitosamente vendedoras de este planeta.
La reedici¨®n de aquello tiene mucho de espejismo, de suced¨¢neo, de frustrante premio de consolaci¨®n. Pero el reinado de aquel cuarteto fue tan estruendoso que ayer m¨¢s de 15.000 almas no dudaron en agotar el papel ¨Cque no era nada barato- aunque solo fuera por reverdecer un ¨¢pice de aquellas pret¨¦ritas tardes de gloria frente al radiocasete. De cuando el bigote era solo un ej¨¦rcito de hormigas en la cara y las mallas ajustadas, un interrogante en la hombr¨ªa y un motivo de preocupaci¨®n m¨¢s para mam¨¢.
A May le quedar¨¢ siempre aquella coartada fant¨¢stica que su a?orado compa?ero le dej¨® escrita y hasta de viva voz: el espect¨¢culo debe continuar. Y aunque las sospechas de que estira su legado para exprimirnos las carteras le perseguir¨¢n tambi¨¦n de por vida, lo cierto es que nadie en la sociedad capitalista occidental deja pasar ocasiones clamorosas, y leg¨ªtimas, de rentabilizar sus activos (preg¨²ntenles a Andersson y Ulvaeus, los compositores de ABBA). La gira es solvente; las pantallas gigantes con el robot que luc¨ªa en portada de News of the World, espectaculares; y el estado de forma de May, a sus casi 71 primaveras, asombroso. El guitarrista y astrof¨ªsico no conserva un solo rizo resistente a las canas, pero su mano izquierda mantiene el pulso fulgurante de los grandes a?os. Y demuestra su discreta jefatura escogiendo tres de las piezas m¨¢s escoradas al?hard-rock, la pl¨²mbea?Tear It Up y las a?ejas Seven Seas of Rhye y?Tie Your Mother Down, para abrir la velada
El ambiente era de excitaci¨®n nerviosa, de impaciencia alborotada durante los minutos en que, ya con las luces apagadas, el tel¨®n segu¨ªa sin izarse. El problema obvio es que una formaci¨®n con Brian May y el bater¨ªa Roger Taylor en sus filas no equivale exactamente a Queen, sino casi a una banda de tributo. La mejor de las posibles, de acuerdo. Y, en consecuencia, con un repertorio que han amamantado tres generaciones de mel¨®manos, a un grupo capaz de hacernos pasar dos horas la mar de entretenidas. Pero no caigan en la tentaci¨®n de ponerse hoy el v¨ªdeo de Wembley 1986, por favor. Ser¨ªa demasiado cruel.
Y a todo esto, ?qu¨¦ tal este Adam Lambert? Pues bien, o al menos bastante mejor de lo que cualquier esc¨¦ptico podr¨ªa temerse de un antiguo concursante de?American Idol. May y Taylor ya probaron a reflotar el reinado con un gur¨² de su generaci¨®n, Paul Rodgers (Free, Bad Company), pero ni los unos ni el otro tienen edad de contenerse los egos. El californiano Lambert aporta la ventaja de contar con mucho m¨¢s oficio que pedigr¨ª. Tiene 36 a?os, podr¨ªa ser hijo de sus mentores, le encanta cambiarse de vestuario y alternar colores chillones y negro riguroso, taconazo y suela lisa, tatuajes a la vista o disimulados. Y, lo mejor de todo, no pretende imitar a Freddie Mercury. Dispone de un registro vocal ampl¨ªsimo, porque de lo contrario no podr¨ªa haber obtenido un trabajo as¨ª, pero renuncia de antemano a la emulaci¨®n. Y eso le redime, porque intentar hacerle sombra a Mercury ser¨ªa un disparo al pie.
Faltan, en consecuencia, el carisma, la excepcionalidad, la distinci¨®n. No comparecen los argumentos para el asombro. La diferencia es entre un cantante correcto y otro ¨²nico. Abismal, inevitablemente. Pero el bueno de Lambert se presta a interpretar?Killer Queen desde lo alto de un cabez¨®n gigante, a pasear en triciclo por el escenario con?Bicycle Race o a marcarse un muy arrebatado?Don¡¯t Stop Me Now, quiz¨¢ su mejor momento de la noche. Iceta, no te lo pierdas.
El oficio, en cualquier caso, prevalece sobre la nostalgia o la suplantaci¨®n. Brian May se coloca en el centro de la pista para asumir en completa soledad, voz y guitarra ac¨²stica, Love of my Life, que inaugura esbozando el adagio del Concierto de Aranjuez y termina con El Gran Ausente cantando la ¨²ltima estrofa desde la pantalla gigante. Roger Taylor, que ya no es rubio sino n¨ªveo y barbudo, tambi¨¦n se lleva su bater¨ªa hasta el centro del pabell¨®n para?Somebody to Love y?Crazy Little Thing Called Love. Incluso Taylor se permite un duelo de bater¨ªas con su subalterno, Tyler Warren, lo bastante prudente como para que no haya una desbandada masiva hacia el abastecedor m¨¢s cercano de cerveza. Una bola de cristal nos deslumbra en ¡®I Want to Break Free. Y Under Pressure suena maravillosamente bien..., solo que en su caso las ausencias eternas son dos. Qu¨¦ dolor.
Lo que hay, en definitiva, es irreprochable. Pero incompleto. Amputado. Es lo mejor que, en cumplimiento de las leyes de la biolog¨ªa, puede ofrecerse a la altura del a?o 2018 (o a?o 27 dFM). Incluso Bohemian Rhapsody, obra cumbre de los londinenses y siete minutos de vericuetos fascinantes, se salva con dignidad (y con injertos del original). Pero la monarqu¨ªa es un r¨¦gimen por definici¨®n piramidal, absolutista. Y todo lo que a d¨ªa de hoy nos queda es, pese a la corona en la testa de Lambert para las finales?We Will Rock You y?We Are The Champions, un reino descabezado.
Babelia
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