G¨¦nero y riesgo, dos caras del S¨®nar
El Ni?o de Elche y Putochinomaric¨®n destacaron en la primera jornada del festival
Primeras horas del Sonar 2018 y una sensaci¨®n similar a estar en una playa de Benidorm a las 05:00 de la ma?ana: donde solo se ve arena m¨¢s tarde s¨®lo habr¨¢ cuerpos al sol. En el Sonar no hay arena, s¨ª el tradicional c¨¦sped artificial donde el p¨²blico, eso s¨ª, se solaza. La palma de la sesi¨®n diurna se la llevaron propuestas como la del Ni?o de Elche, Putochinomaric¨®n, Kokoko!, o Jenny Hval, un simple muestreo de las variedad de estilos vinculados a la electr¨®nica de la que el festival hace ense?a. Y en buena medida orientada a la lucha de g¨¦nero.
Sin duda el concierto m¨¢s llamativo de la jornada lo protagonizaron El Ni?o de Elche y el bailaor Israel Galv¨¢n. Partiendo del flamenco, los dos artistas propusieron un espect¨¢culo abierto con un mon¨®logo con aires de clase magistral que deriv¨® en una amalgama de est¨ªmulos minimalistas fundamentados en cantes esquel¨¦ticos, ronquidos, polipoes¨ªa, susurros, ruidos, silencios, sonidos de radio y gritos apoyados en el baile de Galv¨¢n, por lo general realizado sobre superficies met¨¢licas. Ambos artistas cambiaron de ubicaci¨®n en el escenario como si recorriesen las estaciones de un via crucis, y en cada lugar se ayudaron de distintos elementos, incluida una cinta vibradora que hac¨ªa temblar la voz del Ni?o. Sin instrumentos convencionales, con el ritmo, a veces electr¨®nico, pautado por el zapateado, con muchos fragmentos a capella, el p¨²blico se defendi¨® riendo, en muchos casos respuesta a lo que no se acaba de comprender. Y es que igual no hab¨ªa nada que comprender en puridad, tan ¡°s¨®lo¡±, asistir a la puesta en escena de elementos disruptivos impropios del flamenco y a?os ha experimentales, al servicio de un espect¨¢culo austero, parcialmente improvisado, iluminado en contraluz blanca y que encaj¨® perfectamente en el S¨®nar, festival para el que se ha concebido este espect¨¢culo sin nombre que movi¨® a pensar. M¨²sica popular desballestada.
Quiz¨¢s lo m¨¢s llamativo, por novedoso y por encarnar el esp¨ªritu de las minor¨ªas, fue la breve actuaci¨®n de Putochinomaric¨®n. El nombre no es fruto de las ganas de molestar, que tambi¨¦n, sino que responde a lo que la gente le dice al artista, Chenta Tsai, un joven de origen asi¨¢tico que vive en Madrid, cuando le ven por la calle. Su discurso festivo levanta la voz de los gays, lesbianas, trans y, por extensi¨®n, de una juventud que mata las horas comprando en Aliexpress, chateando o sintiendo c¨®mo el mundo les da la espalda por indolentes. Su m¨²sica, de ra¨ªz pop y entorno de electr¨®nica bastarda, se hace canci¨®n en t¨ªtulos como Tu puta vida nos da igual o No tengo wifi, todo un himno pre?ado de iron¨ªa y descaro. Las letras, ingeniosas y agudas, puro orgullo homosexual,? reivindica Chenta, trazaron sonrisas entre el p¨²blico que llen¨® su escenario, c¨®mplice. S¨ª, el g¨¦nero cuenta aqu¨ª.
Poco despu¨¦s ocuparon el Village los africanos Kokoko! La banda congole?a, tres m¨²sicos africanos y un productor franc¨¦s vestidos de amarillo, ?concho con el color!, evidenciaron que para hacer m¨²sica lo ¨²nico importante es querer hacerla. Y es que sus instrumentos salen de vertederos, construidos con desechos indeseados. A partir de este reciclaje, el ritmo paut¨® el baile del p¨²blico bajo el sol. Sonidos hipn¨®ticos, circulares que atrapaban como el barro los pies en Glastonbury. M¨²sica bastarda, mezcla impura de tradici¨®n africana y ritmos electr¨®nicos, algo que result¨® adictivo.
Otro punto de inter¨¦s lo propuso la noruega Jenny Hval, alternando melod¨ªas entrecortadas, ritmos que no se desarrollaban completamente, trazos ambientales y atmosf¨¦ricos y voz para que el concierto evocase una pleamar de m¨²sica, en la que las ondas sonoras iban superponi¨¦ndose subiendo poco a poco el nivel. Caramelos con algo de melod¨ªa y chincheta dentro. Puro S¨®nar.
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