Las bicis cambiaron el mundo... Y volver¨¢n a hacerlo
Las revoluci¨®n ciclista en el siglo XIX transform¨® el transporte, la sociedad y la cultura. En el XXI, la bicicleta retoma su papel como veh¨ªculo de la modernidad
Despu¨¦s de una d¨¦cada como escritor de canciones sin importancia, Harry Dacre dej¨® Inglaterra y se embarc¨® hacia Estados Unidos para prosperar. Era 1891. Dacre, sin embargo, se encontr¨® con un peque?o imprevisto nada m¨¢s llegar: el funcionario de la aduana insisti¨® en cobrarle un impuesto por su bicicleta. Dacre pag¨® de mala gana y su compa?ero de viaje, otro letrista, brome¨® para quitarle hierro al asunto: ¡°Menos mal que no trajiste un t¨¢ndem, porque te habr¨ªan hecho pagar dos veces¡±.
El chiste no cay¨® en saco roto. Dacre le vio potencial al concepto de la bicicleta doble y escribi¨® una canci¨®n que dec¨ªa:
¡°Daisy, Daisy, dime algo ya
Estoy medio loco por tu amor
Aunque no ser¨¢ un matrimonio elegante
Porque no me puedo permitir un coche
Ver¨¢s qu¨¦ guapa estar¨¢s en una bicicleta para dos¡±
La canci¨®n se convirti¨® en un ¨¦xito millonario tanto en Reino Unido como en Am¨¦rica y permiti¨® a Dacre retirarse. Daisy Bell fue inmortalizada por Dan W. Quinn, el primer cantante famoso de la m¨²sica grabada y ¡°el hombre de la voz perfecta¡± seg¨²n Edison. Se organizaron marchas ciclistas como homenaje, carreras entre parejas en t¨¢ndem e incluso bodas tem¨¢ticas, como contaba el peri¨®dico The Weekly Standard and Express en 1895: ¡°Un matrimonio en bicicleta ha tenido lugar en Ashtead (Surrey). Todos los invitados han llegado a la iglesia montando diferentes bicis y los novios lo han hecho en un t¨¢ndem. Ella iba vestida de ciclista, color beis y pantalones bombachos, con su velo blanco adornado con flores de azahar¡±.
La bicicleta ha logrado mutar en sus usos sociales y culturales tanto como ha necesitado para desmentir su obsolescencia
La historia de esta famosa canci¨®n popular (que canta, por cierto, la computadora HAL 9000 cuando es desconectada) la cuenta el joven escritor brit¨¢nico Williams Manners en el libro reci¨¦n publicado Revolution: How the Bicycle Reinvented Modern Britain (Revoluci¨®n: C¨®mo la bicicleta reinvent¨® el Reino Unido moderno; Duckworth Overlook). En ¨¦l se explica con detalle la biciman¨ªa que sacudi¨® Europa a finales del siglo XIX y que dej¨® rastro en cosas tan cotidianas como el repertorio m¨¢s o¨ªdo en bares y salones. Cien a?os despu¨¦s, como public¨® recientemente The Guardian, la industria ciclista brit¨¢nica vale el triple (y supone el doble de empleo) que la del acero. La bicicleta ya no es s¨®lo cosa de trovadores y pioneros, sino un negocio al alza cuyos n¨²meros actuales conservan todo el furor de su ¨¦poca fundacional. Las bicis transformaron una vez el mundo y ahora est¨¢n volviendo a hacerlo de nuevo.
Todo empez¨® entre los siglos XIX y XX, kil¨®metro cero de los deportes modernos. En 1884 el torneo de Wimbledon incorpor¨® la modalidad femenina y la de dobles masculino, en 1888 naci¨® la Liga de f¨²tbol inglesa (s¨®lo con 12 clubes) y en 1896 se celebr¨® la primera Par¨ªs-Roubaix de ciclismo, financiada por un diario deportivo y pensada por dos empresarios textiles para rentabilizar el vel¨®dromo que acababan de construir. De entre todos estos deportes, el ciclismo se distingui¨® como el m¨¢s capaz de reflejar aquella sociedad cambiante y optimista que pas¨® del tel¨¦grafo a la bombilla, de la guerra franco-prusiana al caso Dreyfus, sin soluci¨®n de continuidad. ¡°De todos los deportes que crec¨ªan r¨¢pidamente en aquella ¨¦poca¡±, afirma Christopher S. Thompson en The Tour de France: A Cultural History, ¡°incluyendo el boxeo, el tenis, el f¨²tbol¡, ninguno captur¨® la imaginaci¨®n de la gente como el ciclismo. Y ninguno gener¨® tanta pol¨¦mica¡±.
Se escribi¨® entonces en un peri¨®dico autoproclamado como ¡°socialista y ciclista¡±, el Clanion: ¡°El hombre del momento es el ciclista. La prensa, el p¨²blico, las iglesias, las Facultades¡ Todos le discuten. Discuten su salud, sus pies, su calzado, su velocidad, su gorra, sus calzones, su manillar, sus bielas, sus ruedas y todo lo que es suyo. ?l es el hombre del final de siglo. Es el rey de la carretera¡±.
Porque el ciclismo (o, m¨¢s concretamente, la bicicleta como antecedente) se construy¨® con los materiales de la modernidad, desde lo tecnol¨®gico hasta lo atl¨¦tico, desde lo ocioso hasta lo comunicativo, en la era de la prensa masiva y rentable, de los salarios crecientes y de constantes mejoras en carreteras y ciudades. La bicicleta aprovech¨® todas esas inercias y precipit¨® los cambios. Irrumpi¨® dando la impresi¨®n a sus contempor¨¢neos de culminar, de alguna manera, todos esos avances burgueses e industrializados, los de la materia y los del esp¨ªritu. Afirm¨® entonces el primer ministro brit¨¢nico Arthur James Balfour: ¡°Digo que no ha habido un invenci¨®n m¨¢s civilizadora para esta generaci¨®n que la bicicleta¡±.
Y no ser¨ªa por falta de competencia. Entre 1895 y 1896 tiene lugar la primera proyecci¨®n del cinemat¨®grafo de los hermanos Lumi¨¨re y el lanzamiento de la c¨¢mara de fotos Pocket Kodak de George Eastman, que cab¨ªa en una mano. Adem¨¢s, en Atenas, el pedagogo bar¨®n de Coubertin reinvent¨® los Juegos Ol¨ªmpicos como evento moderno (aunque a¨²n no participaran mujeres).
En ese contexto de agitaci¨®n tecnol¨®gica y despertar atl¨¦tico, y siempre antes de la irrupci¨®n de la moto y el autom¨®vil, la bicicleta toc¨® techo en cuanto a n¨²mero de unidades (casi un mill¨®n censadas en Par¨ªs en 1900) y en altas en los clubes ciclistas, que se cuadruplicaron entre 1895 y 1896. Lo explica la implementaci¨®n de mejoras mec¨¢nicas definitivas, hasta llegar a la llamada safety bicycle o bicicleta segura: menor peso, dos ruedas iguales, plato y pi?ones, cadena para traccionar y, sobre todo, neum¨¢ticos, ingenio del veterinario escoc¨¦s John Boyd Dunlop que proporcionaba mucha mayor amortiguaci¨®n. El invento de Dunlop triunf¨® por mucho que, al principio, se lo desde?ara como ¡°salchichas alemanas alrededor de las llantas¡±.
En 1878 se dio a la bicicleta en Reino Unido el estatus legal de ¡°carruaje¡±, con los mismos derechos que cualquier otro ve?h¨ªculo de la v¨ªa, y en torno a 1890 una bici de primera mano ya se hab¨ªa abaratado hasta las 10 libras, m¨¢s o menos el salario de medio mes de un trabajador brit¨¢nico. El invento ya estaba preparado, como afirma Williams Manners en su libro: ¡°Despu¨¦s de d¨¦cadas de desarrollo, la bicicleta pod¨ªa cumplir por fin con su promesa: una forma pr¨¢ctica de transporte personalizado y de larga distancia que estaba al alcance de muchos¡±.
Pero toda sacudida provoca resistencias. Surgieron quejas de negocios relacionados, principalmente los dedicados a carruajes y caballos. En 1895, por ejemplo, los carteros de Chicago comenzaron a usar bicicletas para hacer su trabajo y el precio de los corceles de calidad toc¨® su m¨ªnimo. Adem¨¢s, la moda de dar pedales convoc¨® todo tipo de supercher¨ªas, tanto sociales para gente de cierta ascendencia (con unas normas severas sobre el sentido del rid¨ªculo) como, incluso, supersticiones m¨¦dicas. ¡°El ciclismo deforma pies y manos, curva la columna, estrecha el pecho, causa des¨®rdenes cardiacos¡¡±, afirmaba el doctor Lucas-Championni¨¨re.
En 1892, un lector de The Times voceaba en una carta al peri¨®dico: ¡°[El ciclismo] parece transformar a cualquier joven normal de clase media en miembro activo de una peque?a mafia sin ley ni orden¡±. Se abri¨® paso en la prensa de entonces un aut¨¦ntico subg¨¦nero de sucesos relacionados con los accidentes ciclistas, cr¨®nicas muchas veces sensacionalistas que buscaban satisfacer el morbo del lector hacia el veh¨ªculo del que todo el mundo hablaba. ¡°Con la fuerza de su bicicleta golpeando violentamente contra el bordillo¡±, contaba el York Herald, ¡°la se?orita Seale sali¨® disparada contra el escaparate del se?or Epworth, que se rompi¨®, y cay¨® sobre la acera con gran cantidad de sangre¡±. La guerra por los espacios urbanos, adem¨¢s, hab¨ªa comenzado, y con ella la propaganda enfrentada. Se burlaba un editorial de la revista Cycling: ¡°M¨¢s peatones que ciclistas mueren por las calles cada a?o y nadie escribe sobre los peligros de andar. Esta ch¨¢chara constante sobre los peligros de la bicicleta es muy est¨²pida y ya cansa¡±.
En 1878 se dio a la bicicleta en Reino Unido el estatus legal de ¡°carruaje¡±, con los mismos derechos que cualquier otro ve?h¨ªculo de la v¨ªa
El biciclo se puso de moda hasta el punto de que ya no fue tampoco embarazoso para las clases altas sumarse, ellos tambi¨¦n, a la fiesta (y lo hicieron con boato y gran colorido). Las mujeres, sin embargo, no lo tuvieron sencillo. Hasta entonces, la idea de que ellas montaran desafiaba los est¨¢ndares de feminidad. ¡°Se dec¨ªa abiertamente que una mujer en bicicleta se despojaba irremediablemente de su propio sexo¡±, afirmaba la periodista Lillias Campbell Davidson. ¡°Se las miraba y se las se?alaba¡±.
Era, por tanto, subversivo que algunas quisieran practicar ciclismo con normalidad y frecuencia, y todo un s¨ªmbolo cuando as¨ª lo hac¨ªan. ¡°En el momento en el que una mujer monta, sabe que ya no le pueden hacer da?o¡±, evocaba la sufragista estadounidense Susan B. Anthony. ¡°Montar en bici ha hecho m¨¢s por emancipar a la mujer que cualquier otra cosa en el mundo¡±. El historiador especializado David Rubenstein, por su parte, asegura que el ciclismo ¡°acerc¨® a ambos sexos en un plano de igualdad m¨¢s que cualquier otro deporte o pasatiempo de la ¨¦poca¡±.
No era raro que se las insultara o acosara por calles y caminos. Incluso no era extra?o encontrar el cartel de ¡°No se permiten perros ni mujeres¡± en la puerta de locales y clubes ciclistas, aut¨¦nticos viveros sociales de camarader¨ªa masculina y dispersi¨®n y escapatoria del hogar y del trabajo. Desde 1890, no obstante, empez¨® a crecer tambi¨¦n el n¨²mero de agrupaciones ciclistas s¨®lo para mujeres. Y lo que es m¨¢s interesante: la cuesti¨®n social de la vestimenta cobr¨® verdadera importancia. Montar, bueno, ?pero vestidas c¨®mo?
Las faldas de la ¨¦poca no eran nada adecuadas, tan largas e inc¨®modas, se pod¨ªan enredar en la cadena, y adem¨¢s escandalizaban a algunos cuando el viento y los descensos destapaban lo indebido. La soluci¨®n m¨¢s reclamada, m¨¢s all¨¢ de los cuadros sin barra alta, fue la misma que adoptaron los hombres para s¨ª mismos: pantalones bombachos y arremangados y ropa m¨¢s ancha. El desaf¨ªo estaba servido. Cuando a la noble y activista Florence Wallace Pomeroy, m¨¢s conocida como Lady Harberton, se le neg¨® en 1899 el acceso a un caf¨¦ debido ¡°al miedo que su vestimenta [de ciclista] pod¨ªa crear¡±, el caso lleg¨® hasta la prensa y se cre¨® una explosiva controversia social. Aunque Lady Harberton termin¨® perdiendo ante los tribunales la llamada ¡°batalla de los pantalones bombachos¡±, ¡°triunf¨® en lo que se refiere a la principal intenci¨®n de la demanda: concienciar sobre la hostilidad a la que las mujeres segu¨ªan enfrent¨¢ndose por vestirse adecuadamente para ir en bicicleta¡±, explica Williams Manners.
La bicicleta ofreci¨® tambi¨¦n un nuevo mundo de relaciones rom¨¢nticas transgresoras. Salir en bici predispuso formas in¨¦?ditas de intimidad y acercamiento
Susan B. Anthony insist¨ªa entonces en el poder de estimulaci¨®n de este activismo: ¡°Viendo a ciclistas dando la batalla por cambiar, por ejemplo, la legislaci¨®n sobre los carriles especiales, o para que, en los trenes, las bicicletas se considerasen como equipaje, es probable que as¨ª las mujeres entendieran mejor que pod¨ªan ser mucho m¨¢s influyentes si consegu¨ªan su derecho al voto. Desde ese tipo de peque?as lecciones pr¨¢cticas se sembraba una semilla que pod¨ªa madurar hasta el sufragio completo¡±.
Por si fuera poco, la bicicleta ofreci¨® tambi¨¦n un nuevo mundo de relaciones rom¨¢nticas transgresoras. Salir en bici predispuso formas in¨¦?ditas de intimidad y acercamiento que permit¨ªan burlar a toda una instituci¨®n de la ¨¦poca en Reino Unido, las carabinas victorianas, mujeres que controlaban el cortejo pautado al que eran sometidas las damas. Como afirmaba la periodista Florence Harcourt Williamson, ¡°ahora las mujeres, incluso las adolescentes, montan solas o las acompa?an amigos casuales, durante muchos kil¨®metros y por carreteras de campo desiertas¡±.
Varias d¨¦cadas despu¨¦s, el bi¨®logo Steve Jones propuso un ejercicio a sus estudiantes: comparar la distancia a la que viv¨ªan sus padres y abuelos antes de conocerse. El resultado habitual sol¨ªa ser que los abuelos viv¨ªan mucho m¨¢s cerca que los padres y que estos ¨²ltimos, pese a vivir m¨¢s lejos, llegaban a conocerse gracias a las mejoras en las comunicaciones. La pregunta del profesor Jones no buscaba sino apoyar una afirmaci¨®n ambiciosa: que la bicicleta hab¨ªa contribuido a la diversidad gen¨¦tica de la ¨¦poca, acercando campo y ciudad y lugares remotos en general. ¡°Hay pocas dudas de que el acontecimiento reciente m¨¢s decisivo para la evoluci¨®n humana ha sido la invenci¨®n de la bicicleta¡±, afirma en su libro El lenguaje de los genes.
Miguel Delibes abundaba en este tipo de relaciones en su libro Mi querida bicicleta: ¡°Pero cuando la bicicleta se me revel¨® como un veh¨ªculo eficaz, cuya autonom¨ªa depend¨ªa s¨®lo de la energ¨ªa de mis piernas, fue el d¨ªa que me enamor¨¦. Separados y sin dinero, lo ten¨ªamos en realidad muy dif¨ªcil en 1941. Yo estaba en Molledo-Portol¨ªn (Santander) y ?ngeles, mi novia, veraneaba en Sedano (Burgos), a 100 kil¨®metros de distancia. ?Qu¨¦ hacer? As¨ª pens¨¦ en la bicicleta como transporte adecuado, que no ocasionaba otro gasto que el de mis m¨²sculos¡±.
Amores aparte, la manifestaci¨®n m¨¢s obvia de la pasi¨®n que provocaba el ciclismo en toda Europa fue el propio deporte de competici¨®n, surgido de la rivalidad feroz entre peri¨®dicos y de las formas m¨¢s precoces de patrocinio deportivo, otro exponente del florecimiento mercantil de la ¨¦poca. El entusiasmo social era realmente exagerado. Para el diario organizador del Tour, L¡¯Auto, esta carrera era ¡°una gran cruzada moral¡±, cuyos participantes, ¡°nuestros ap¨®stoles¡±, demostraban que ¡°la energ¨ªa humana no tiene l¨ªmites¡± y que convert¨ªan a ¡°miles de ignorantes a la belleza del deporte¡±. Pasado m¨¢s de un siglo desde su creaci¨®n, el Tour, que comienza el pr¨®ximo 7 de julio, se mantiene como el tercer evento deportivo con m¨¢s audiencia del mundo tras el Mundial de f¨²tbol y los Juegos Ol¨ªmpicos (el primero, si s¨®lo contamos acontecimientos anuales) con 3.500 millones de espectadores.
Hoy el ciclismo ya pedalea lejos de ese tiempo de haza?as y prodigios, de aquella ¨¦poca de exploraci¨®n de los polos y de transatl¨¢nticos orgullosos en la que fue concebido. Su encaje actual es muy diferente. Se pregunta Marc Aug¨¦ en Elogio de la bicicleta: ¡°S¨ªmbolo de una clase obrera ya desaparecida, de desaf¨ªos deportivos que hoy no tienen equivalentes y de una vida urbana so?ada, ?no corre el riesgo, en la realidad concreta del mundo globalizado, de convertirse en el instrumento fantasm¨¢tico de la negaci¨®n, en el pretexto de una vida social sometida a los imperativos del consumo?¡±.
La respuesta a la pregunta de Aug¨¦ es, en realidad, optimista. La bicicleta ha logrado mutar en sus usos sociales y culturales tanto como ha necesitado para desmentir su obsolescencia, hasta el punto de seguir ocupando, m¨¢s de 100 a?os despu¨¦s, un lugar de relevancia econ¨®mica y central en el debate contempor¨¢neo sobre movilidad y urbanismo (un debate que adem¨¢s exige soluciones cada vez m¨¢s urgentes). La bici sigue siendo un artilugio que enciende debates y, por tanto, uno cargado de porvenir, como advert¨ªa el escritor H. G. Wells: ¡°Siempre que veo a un adulto en bicicleta recupero la esperanza por la humanidad¡±.
Carlos Z¨²mer es periodista, autor de Nairo (Intermedio Ediciones).
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