Sonido electr¨®nico y discontinuidad dominan el baile en Venecia
Sentimientos encontrados del p¨²blico ante 'Las bacantes', de Marlene Monteiro Freitas, y 'La consagraci¨®n de la primavera', de Xavier Le Roy
La Bienal de la Danza de Venecia ha entrado en su recta final con una serie de obras rompedoras, algunas, y muy discutidas, otras, pero todas bajo el signo de la experimentaci¨®n espacial y la experiencia fronteriza con el teatro performativo. El dominio casi generalizado del sonido electr¨®nico, los formatos del solo y del d¨²o como estructura recurrente, la pl¨¢stica estandarizada de la ropa civil y un cierto gusto por el texto de apoyo de corte filos¨®fico, son algunos de los factores que se ven y vuelven a ver. No son nuevos, sino muy al contrario, resultan recursos que regresan siempre con el viso de una falsa novedad, se los siente necesarios pero manidos. Quiere decir esto que la nueva danza, la hecha por los j¨®venes bailarines y creadores menores de 35 a?os o que rozan esta frontera virtual y no definitoria, se mueve en un arbitrio circular, en un espejo burlesco que contiene la verdad y sus enga?os.
Este puede ser el caso de dos italianas con evidente fuerza esc¨¦nica: Irina Baldini Osterberg (Florencia, 1988) y Francesca Foscarini (Bassano del Grappa, 1982). La primera present¨® dos obras, una para cuatro bailarines y la segunda para seis (en ambas aparece un bailar¨ªn espa?ol: el valenciano V¨ªctor Fern¨¢ndez Dur¨¢n) donde es evidente su desinter¨¦s por la composici¨®n unitaria o el equilibrio convencional; cerebral y muy ligada a la corriente desestructurada, sus piezas reflejan un trabajo de calado, en profundidad, y apostando por un progresivo desdibujo de las l¨ªneas corporales, su ruptura como disfunci¨®n o viceversa.
Foscarini ha buscado y encontrado un partenaire que se le parece bastante, y el resultado de su primera obra es pobre, con un sonido electr¨®nico m¨¢s propio de una discoteca poligonera. La sorpresa positiva lleg¨® con su segunda propuesta, el solo Animale, cosa muy diferente y inspirada, bailado con gran sensibilidad por el franc¨¦s Romain Guion, que, seg¨²n los cr¨¦ditos, ha participado en la creaci¨®n. Guion es un bailar¨ªn preparado a conciencia (viene del Conservatorio de Par¨ªs, luego ha estado con Alain Platel y ha fundado su propio festival en Berl¨ªn), con una acusada personalidad algo filosa, que defiende con mucho ah¨ªnco la lectura coreogr¨¢fica. El personaje dibujado por Foscarini va sacando a trav¨¦s de las el¨¢sticas extremidades de Romain su agrio fantasma, model¨¢ndolo a trav¨¦s de un histri¨®n transparente y con cierto lirismo, calidades que se impusieron y a las que el p¨²blico reaccion¨® muy positivamente. La imagen final reconcilia con la poes¨ªa y su acto sedente, casi helen¨ªstico, ofrece un cierre de altura.
Se esperaba con muchas expectativas a Fr¨¦d¨¦rick Gravel (Montreal, 1978) y su cabar¨¦ loco. Some hope for the bastards (2017) suscit¨® sentimientos encontrados. Un rock atronador en directo, una catarsis colectiva llena de ca¨ªdas y recuperaciones hilarantes, un discurso de hast¨ªo y vulnerabilidad llevado al l¨ªmite de la resistencia humana de los protagonistas dej¨® un sabor de boca ciertamente amargo. Es lo que busca este seductor en su trepidante carrera a ninguna parte, y en detalles y momentos, lo consigue. Para Gravel, la danza es un veh¨ªculo mortal, una cuerda floja sobre el vac¨ªo moral en el que hay que dejarse ir.
Marlene Montero Freitas viene precedida de fama y un deslumbrante resultado con la cr¨ªtica internacional. Ella, junto a Chouinard, ha seleccionado para darse a conocer en la Bienal veneciana una pieza larga, compleja, dif¨ªcilmente defendible a tiempo completo, como tampoco muy representativa de su quehacer. Opinaban as¨ª incluso algunos periodistas especializados en la muy notable artista caboverdiana, que ha obtenido este a?o el Le¨®n de Plata de la Bienal, un premio menor que alerta de una joven promesa en el ¨¢mbito de la creaci¨®n cor¨¦utica pero que no tiene el peso ni el valor simb¨®lico del Le¨®n de Oro, siendo este un asunto que ha tra¨ªdo confusiones.
La obra Las Bacantes, preludio a una purga no consigui¨® fraguar una opini¨®n positiva sobre la core¨®grafa aun reconociendo su desbordante vitalidad. Esta obra se ver¨¢, en enero de 2019, en la Sala verde de los Teatros del Canal de Madrid, donde la artista ya estuvo este a?o con un solo. Dos horas y 15 minutos sin intermedio es mucho metraje y se aguanta mal en un secuenciado que abunda en el caos, la digresi¨®n, las im¨¢genes tremendistas ligadas al teatro del fe¨ªsmo, todo en un ambiente de misa pagana, de ritual del d¨ªa del juicio. Si se quiere, detr¨¢s est¨¢n las tragedias griegas como punto de partida, pero esto no es un canon a seguir. La acci¨®n se ci?e a un turbio juego esc¨¦nico donde est¨¢ incluso el animismo, los or¨ªgenes religiosos del ?frica occidental. Pero sobre todo la inspiraci¨®n de Montero est¨¢ articulada sobre una dominante grotesca, un hilo perverso maquinado en representar el horror y transmitirlo con crudeza. Esa ufan¨ªa de ¨¦xtasis y catarsis desplaza cualquier otra posible interpretaci¨®n. Las Bacantes de Montero terminan con el Bolero de Ravel ¨ªntegro, coreografiado y manipulado sonoramente tanto por los cinco trompetistas como por los usos de sintetizadores.
En realidad, Ravel le salva la papeleta a Montero, eso s¨ª, ayudado por Sati¨¦ y Debussy (antes se oyen fragmentos de La siesta del fauno). No puede negarse que esa especie de exorcismo coral y comprometido tiene un efecto sumario, conclusivo, en su estert¨®reo discurso, y ese estremecimiento cala en los espectadores, para los que escuchar el Bolero, aun en su previsible crescendo, resulta bals¨¢mico y hasta redentor.
Xavier Le Roy es otro gran famoso de la actualidad, se lo discuten en todos los festivales europeos y adem¨¢s viene avalado o precedido de su retrospectiva en el MoMa neoyorquino en 2014. En Venecia ha recalado con una improvisada y recurrente versi¨®n de su Sacre (Consagraci¨®n de la primavera / Stravinski) concebida ahora para tres bailarinas, entre ellas, Scarlet Yu, con la que ya estuviera en Madrid en 2016, con muy escasa y limitada repercusi¨®n. Este Sacre es un resultado que roza lo pat¨¦tico y que resulta casi inadmisible en un festival de gran tradici¨®n en su an¨¢lisis y presentaci¨®n de la modernidad en sus variadas y latentes manifestaciones. Las tres bailarinas imitan los movimientos del director de orquesta (en este caso, se oye una grabaci¨®n de la Filarm¨®nica de Berl¨ªn dirigida por sir Simon Rattle), pero a lo que m¨¢s recuerdan es a una caricatura grotesca, fuera de tiempo musical, aproximativa por su tono amateur y poco convincente; puede hasta pensarse en Micky Mouse junto a Stokowski en Fantas¨ªa, de Walt Disney. Le Roy desacraliza el peso est¨¦tico de la partitura, lo reduce a un coloquialismo tabernario donde la chanza se admite en el supuesto movimiento de pretensi¨®n coreogr¨¢fica. Esto incide en un movimiento o corriente de ¨¦xito donde la performance toma carta de naturaleza sobre lo propiamente danc¨ªstico, se impone sin ruborizarse aportando, sobre todo, oportunismo y confusi¨®n. ?Hay coreograf¨ªa en este tr¨ªo? A todas luces, no.
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