Tribus filos¨®ficas
Ninguna idea es separable de la vida. Ninguna visi¨®n puede ser abstra¨ªda sin ser parte de un proceso vivencial
Al pensamiento franc¨¦s siempre le ha gustado la proustizaci¨®n del lenguaje, el tr¨¢fico oculto de la met¨¢fora, la alusi¨®n velada y resonante. Los franceses son y han sido esencialmente literatos. Hay en ellos una querencia (no siempre confesada) por la seducci¨®n, por lo ut¨®pico y lo tr¨¢gico. Merleau-Ponty ensay¨® esa transformaci¨®n del habla con el prop¨®sito de ¡°aprehender el movimiento de lo vivo y lo concreto¡±, como si el vuelo de la met¨¢fora pudiera acompa?ar el vuelo de las cosas. Una fe inquebrantable en lo concreto que le hace desconfiar, como al buen poeta, tanto del subjetivismo sentimental como del objetivismo cient¨ªfico. No en vano se ha dicho que Heidegger, otro de los fil¨®sofos-literatos, suena mejor en franc¨¦s que en alem¨¢n (y al parecer se entiende mejor, de ah¨ª su gran acogida en Francia). Mientras tanto, el mundo anglosaj¨®n, dominado por la fiebre del an¨¢lisis, sonre¨ªa ante esas aspiraciones y contemplaba con escepticismo la destreza l¨²dica de estos jokers de las palabras.
Reducir la filosof¨ªa a lenguaje, o a hermen¨¦utica, que es la reflexi¨®n del lenguaje sobre s¨ª mismo, como se pretendi¨® al otro lado del canal, es privarla de su funci¨®n m¨¢s genuina e inspiradora, esa que afecta al caudal de las vivencias, a la dimensi¨®n activa de la imaginaci¨®n y la percepci¨®n. Supone renunciar a todo aquello que se puede vivir pero no formular o erigir en concepto. La filosof¨ªa no puede ser un l¨¦xico, un sustituto verbal del mundo, pero tampoco confundirse con un discurso que acumula frases subordinadas y yuxtapone las alusiones (veladas, sensuales o cultas) con una prosa resonante y po¨¦tica.
No quiere esto decir que el lenguaje no tenga su importancia. La filosof¨ªa nunca es indiferente al habla. Pero necesita de una dimensi¨®n pr¨¢ctica que no sea ¨²nicamente moral. La genuina filosof¨ªa es h¨¢bito de la mente, instrucciones para una ¡°cultura mental¡± que permita congeniar con el mundo, recrearse en la complicidad de las cosas, en lo visto y lo escuchado, en el cuerpo presente y el recordado. Entre esos modos de la reconciliaci¨®n est¨¢n la m¨²sica y la pintura, la literatura y las sustancias psicotr¨®picas, la contemplaci¨®n del color y el movimiento, el sue?o l¨²cido y la percepci¨®n activa (esa que vivifica lo que contempla, como si del ojo saliera un rayo que animara las cosas). En todas ellas hay un ejercicio de desposesi¨®n, donde la mente acompa?a al empuje del Ser (no lo impulsa, lo acompa?a), pues el lugar natural del no?s se encuentra al otro lado del tiempo.
Reducir la filosof¨ªa a lenguaje, o a hermen¨¦utica, que es la reflexi¨®n del lenguaje sobre s¨ª mismo, es privarla de su funci¨®n m¨¢s genuina e inspiradora, esa que afecta al caudal de las vivencias
Merleau-Ponty desarroll¨® su filosof¨ªa de la percepci¨®n mientras combat¨ªa en la Resistencia de la Francia ocupada. Buscaba una nueva relaci¨®n entre conciencia y mundo, m¨¢s all¨¢ del empirismo cl¨¢sico y del materialismo, que trascendiera tambi¨¦n el racionalismo (el l¨¢tigo del silogismo) y el idealismo (el desprecio del cuerpo). Part¨ªa de una idea sencilla. La percepci¨®n no es una ciencia, ni siquiera una toma de posici¨®n deliberada, sino el trasfondo mismo sobre el que se erigen todas las ciencias y las opiniones. La resistencia a los nazis ocultaba otra, la de considerar la conciencia como ¡°interioridad¡±. Merleau-Ponty prefer¨ªa verla comprometida con el mundo, en un sentido casi nupcial. Una verdad que ya no habita en el ¡°hombre interior¡±; de hecho, no hay tal ¡°hombre interior¡±. El sujeto sensible est¨¢ comprometido, atado e implicado con aquello que ve y siente, por mucho que juegue a la distancia e invente mediadores. Rescata as¨ª una de las estrategias cl¨¢sicas de la filosof¨ªa, hoy casi desaparecida, el esfuerzo por la simpat¨ªa y la identificaci¨®n afectiva, la capacidad de congeniar con aquello que se observa, algo que dif¨ªcilmente puede llevarse a cabo si se reduce la filosof¨ªa al ¡°pensamiento cr¨ªtico¡±, como es moda en Facultades e institutos, o si se multiplican los mediadores, como hacen los laboratorios con algoritmos, probetas o c¨¢maras de burbujas. Ninguna idea, por muy abstracta que sea, es separable de la vida. Ninguna visi¨®n puede ser abstra¨ªda, separada del resto de las cosas, sin ser al mismo tiempo parte de un proceso vivencial. Las abstracciones m¨¢s abstractas, ya sean el cero o el infinito, se viven siempre desde una determinada posici¨®n y circunstancia. Al margen de dicha vivencia, todo se oscurece y reduce a mera especulaci¨®n.
La relaci¨®n entre espectador y espect¨¢culo no es frontal, sino una suerte de complicidad, una relaci¨®n casi clandestina. Para Merleau-Ponty es posible ¡°co-incidir¡± con las cosas, pero esa correspondencia no se da sin una diferencia previa. Ah¨ª est¨¢ el misterio (incrustados, pero no del todo) de esta propuesta filos¨®fica. Ese es el ¡°buen error¡± del pensamiento. La persona se encuentra sumergida en el mundo, atravesada por ¨¦l, es ya mundo, y cuando cree conocer, ella misma pasa a formar parte de lo conocido. Una idea que fascinar¨ªa a los creadores de la f¨ªsica cu¨¢ntica. Reproduce sin saberlo una vieja ense?anza del Talmud: no vemos las cosas como son, vemos las cosas como somos. ¡°Las cosas atraen mi mirada y mi mirada acaricia las cosas¡±, dice Merleau-Ponty. Entre la mirada y las cosas se atisba una complicidad. Ahondar en ella es el saludable motivo de esta filosof¨ªa.
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