R¨¢pido y limpio: no es sexo
Los sanfermines est¨¢n degenerando en una carrera as¨¦ptica para hipsters y atletas
Incorporaba el encierro de esta ma?ana un punto de emoci¨®n porque una gotas de lluvia hab¨ªan mojado el pavimento. No hasta el extremo de predisponer los patinazos, pero s¨ª lo suficiente para inquietar a los corredores; protagonistas estos d¨ªas de unos encierros ¡°limpios y r¨¢pidos¡±, como si la arcaica fiesta de la fertilidad hubiera degenerado en una cursi competici¨®n as¨¦ptica.
Parecen los sanfermines contempor¨¢neos una convocatoria para hipsters y para atletas. Hasta los cabestros que lideran la manada han sido seleccionados por su juventud y rendimiento f¨ªsico. Tan ¨¢giles son los bueyes que ni siquiera pueden sobresalir las fieras del redil imaginario. Los toros transitan disciplinados, acostumbrados como est¨¢n -no suced¨ªa antes- a correr reunidos en la dehesa porque tambi¨¦n hacen gimnasia colectiva en el rito de la posmodernidad.
La limpieza y la rapidez, ant¨ªdotos del buen sexo, sobrentienden un exceso de decoro en una fiesta de idiosincrasia hiperb¨®lica y dionisiaca. Tanto se ha esmerado la estilizaci¨®n de la carrera que los sanfermines del pavor plebiscitario arriesgan a convertirse en una competici¨®n atl¨¦tica y selectiva. Las autoridades revisan el calzado de los mozos y de las mozas. Embadurnan las calles de antideslizante. Excluyen a los corredores fondones. Y a los borrachos se los aleja del itinerario.
Esta ¨²ltima medida se antoja comprensible, como es comprensible evitar la masificaci¨®n, pero los encierros de esta semana parecen una voladura controlada. Y se resienten de un escr¨²pulo regulador y normativo. La polic¨ªa Foral de Navarra parece incluso la polic¨ªa moral de Navarra, aprehendiendo chapas machistas y neutralizando los comportamientos soeces. Terminar¨¢n generaliz¨¢ndose los tests de alcoholemia a los atletas. Se los pesar¨¢ y medir¨¢. Y ser¨¢ sustituido e busto de Hemingway por el de Paulo Coelho. Del verano sangriento al est¨ªo vegano.
No, no se trata de reclamar la eucarist¨ªa de un turista australiano ni exigir al personal un desmesurado tributo de sangre, pero s¨ª de significar la contradicci¨®n conceptual de unos sanfermines edulcorados, incruentos y demasiado precavidos. Me lo dec¨ªa un amigo que no come, de costumbre, ni?os por la ma?ana: ¡°El a?o que viene se va a levantar a verlos su madre¡±.
El despecho del colega refleja el desconcierto de los telespectadores. Elena S¨¢nchez y Javier Solano nos cuentan los encierros con pasi¨®n y criterio, pero la purificaci¨®n de una sociedad que abjura de los excesos y de los instintos -nadie habla aqu¨ª de vulnerar el c¨®digo penal ni el civil, pero s¨ª de vulnerar el c¨®digo moral- perjudica la expectativa del peligro. R¨¢pido y limpio. El encierro se celebra con preservativo. Se despoja del morbo. Nadie desea la muerte de un corredor. Pero no habr¨ªa espectadores de F¨®rmula 1 si los coches estuvieran protegidos. Correr delante del toro implica asumir que puede cornearte. Y sentarse a observar el accidente por la televisi¨®n, u observarlo desde las talanqueras nos confronta a la atracci¨®n at¨¢vica del peligro ajeno.
El alcalde de Pamplona quer¨ªa suprimir las corridas, antesala de los encierros sin encierros. Una fiesta de la simulaci¨®n. Un concepci¨®n anorg¨¢smica del orgasmo. Una fiesta ordenada, aseada y deportiva. Tan deportiva que la obsesi¨®n de los periodistas desplazados a la cobertura estriba en significar el tiempo del recorrido. Como si los toros fueran un relevo jamaicano. Y como si el requisito de la rapidez nos garantizara el objetivo de la limpieza.
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