El verano de cada cuatro a?os
Los recuerdos de la estaci¨®n m¨¢s calurosa se pueden encadenar a trav¨¦s de los Mundiales de f¨²tbol
No recuerdo qu¨¦ hice exactamente en el verano de 1977, pero el 7 de junio de 1978 vi a Carde?osa fallar ante Brasil un gol que solo pod¨ªa ser gol y que anticip¨® la despedida de la selecci¨®n espa?ola del Mundial de Argentina. Tampoco s¨¦ qu¨¦ tripa se me rompi¨® en el verano de 1981, bueno, la playa y eso, pero c¨®mo olvidar el de 1982, el Mundial de Espa?a, con Naranjito de mascota (hab¨ªa otras aspirantes mucho peores, como Toribal¨®n, un toro con cuerpo de bal¨®n de f¨²tbol), amenazado por el malvado Zruspa y que con su amigo Citronio protagoniz¨® una serie de dibujos animados.
Aquel Mundial se vivi¨® con mucha intensidad por los ni?os. Era mi edad de jugar en la calle al f¨²tbol y fantasear con que uno llegar¨ªa a ser uno de aquellos ¨ªdolos. La otra forma de acercarse a aquel espect¨¢culo era en los partidos de chapas, en campos que nac¨ªan de barrer con las manos la arena de un rect¨¢ngulo. Luego se colocaban unas porter¨ªas que el padre ma?oso de alg¨²n amigo hab¨ªa hecho y se le daba empaque a los porteros, que eran cajas de cerillas. Cada uno se ped¨ªa el equipo que le encantaba en la tele. Yo siempre fui Alemania, y eso que todav¨ªa no hab¨ªa o¨ªdo lo de que el f¨²tbol es un deporte en el que juegan once contra once y gana Alemania. Pues ni gan¨® el Mundial de Espa?a, ni mi Mundial.
La madrugada del 18 de junio de 1986, miles de personas se echaron a la calle la noche en que Butrague?o le marc¨® cuatro goles a la entonces poderosa Dinamarca. Ese Mundial mexicano, del que nos echaron los belgas a penaltis, fue el comienzo de lo que la prensa dio en llamar la maldici¨®n de los cuartos, o sea, ser el peor de los mejores.
Dentro de esta selectiva memoria cuatrienal, una constante es asociar los Mundiales al calor, que parec¨ªa ser mayor esos d¨ªas por ver a los futbolistas sudar, que si el c¨¦sped estaba seco, que si la humedad, que si el calor seco, lo que beben¡
Reconozco que a medida que pasaron las citas mundialistas, mi inter¨¦s por ellas decreci¨®. M¨¢s all¨¢ de descubrir alg¨²n nuevo gran futbolista, que pod¨ªa acabar jugando en tu equipo o en la Liga. El motivo es que el papel de la selecci¨®n sol¨ªa ser papel¨®n. Tampoco ayud¨® a mantener viva mi llama por el Mundial el que coincid¨ªa con los ex¨¢menes de la Facultad, aunque, reconozc¨¢moslo, en Periodismo daba un poco de risa el volumen de folios para memorizar comparado con el de otras carreras.
Por entonces no exist¨ªa lo de ¡°la Roja¡±, creaci¨®n de Luis Aragon¨¦s cuando se hizo cargo de la selecci¨®n en 2004. Hab¨ªamos sido, como mucho, la furia roja. Zapatones busc¨® un distintivo, como la canarinha, la albiceleste, los azzurri o la naranja mec¨¢nica. A la selecci¨®n no se le llamaba, normalmente, ¡°Espa?a¡±. A veces s¨ª, pero era ¡°la selecci¨®n¡±, empezando porque as¨ª lo dec¨ªan los propios jugadores y, claro, el seleccionador.
Por fin, antes de que la Federaci¨®n Espa?ola tuviera que imprimir en la camiseta de los jugadores el eslogan del genial Di St¨¦fano, ¡°jugamos como nunca, perdimos como siempre¡±, lleg¨® el ¨¦xtasis, la victoria en el Mundial de Sud¨¢frica. Aquel campeonato lo asocio al trabajo en este peri¨®dico y aunque s¨¦ que me van a llamar como m¨ªnimo mal espa?ol, debo decir que los triunfos no me emocionaron tanto, porque estaba pendiente de mis tareas y porque partido que se ganaba, era el pasaporte para una nueva larga jornada.
Cuando todo Mundial se acaba, la sensaci¨®n de los futboleros es de vac¨ªo, que algunos comparar¨¢n con la que se tiene despu¨¦s de practicar otras cosas m¨¢s placenteras. Sin embargo, desde que los genios de la FIFA han decidido que el Mundial dure tanto, con 32 selecciones, empieza a resultar una digesti¨®n pesada. Para m¨ª, no hay Juegos Ol¨ªmpicos, ni Tour, ni NBA que superen la atracci¨®n que ejerce antes, durante y despu¨¦s de celebrarse un Mundial de f¨²tbol. Es un espect¨¢culo repleto de historias de la vida. Como la que cont¨® el premio Nobel de la Paz Adolfo P¨¦rez Esquivel, preso pol¨ªtico en el Mundial de Argentina 78. Cuando su pa¨ªs marcaba, los carceleros se abrazaban a los presos, pero al d¨ªa siguiente volv¨ªa la terrible rutina y los torturaban. Lo que une el f¨²tbol solo lo puede separar el hombre.
Periodistas de EL PA?S recuerdan en esta serie c¨®mo han vivido su relaci¨®n con el verano y la televisi¨®n.
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