Meditaci¨®n en torno a un gorila
Cuando hace a?os que uno ha abandonado el pueblo, se producen llamadas que te golpean el coraz¨®n
Por el oto?o de 1944 comenz¨® a construirse el cine en el pueblo. A media ma?ana, el maestro de la escuela nos llevaba de recreo a las afueras en fila de dos y yo iba cogido de la mano del ni?o que era mi mejor amigo. Juntos ve¨ªamos a los obreros encaramados en un andamio y despu¨¦s a los pintores que le daban una capa de color crema a la fachada. Segu¨ªamos al d¨ªa el lento proceso de las obras de la misma forma que se va construyendo un sue?o, el altillo donde ir¨ªa el proyector, el patio de butacas en ligera pendiente, el escenario bajo la pantalla, todo iba tomando realidad fuera ya de la imaginaci¨®n, y aunque el cura dec¨ªa que el cine era un invento del diablo, eso no hac¨ªa sino excitarme aun m¨¢s. Por Navidad, el nombre del cine en grandes letras romanas dentro de una orla acab¨® de completarse. Se llamar¨ªa Cine Rialto y en su pantalla, muy pronto, comenzar¨ªan a cabalgar, a disparar, a bailar, a besarse los h¨¦roes que ve¨ªa en los pasquines y en los prospectos de mano.
Como en la primera secuencia de la pel¨ªcula Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, hace unos d¨ªas recib¨ª una llamada de un familiar del pueblo para decirme que aquel ni?o del que iba cogido de la mano en fila de dos cuando pas¨¢bamos frente al Cine Rialto, aquel ni?o que luego ser¨ªa panadero, al que ayudaba a amasar pan de madrugada durante las vacaciones, con el que de chavales en su moto Lambretta ¨ªbamos a la playa y a las verbenas de verano por los pueblos, aquel ni?o que me fue fiel siempre con su amistad incondicional, aquel ni?o que se llamaba Sebastianito Ballester, hab¨ªa muerto. A lo largo de la vida, cuando hace muchos a?os que uno ha abandonado el pueblo, se producen unas llamadas que te golpean el coraz¨®n. Un d¨ªa te dicen: "?Te acuerdas de Tot¨®, aquel que llevaba la m¨¢quina en la cabina del cine? Ha muerto". O tal vez el que ha muerto es el maestro de escuela que te ense?¨® la ortograf¨ªa o aquel entra?able tonto del pueblo que tanto te quer¨ªa y te saludaba con aspavientos al cruzarse contigo en la calle.
Ten¨ªa nueve a?os cuando mi padre, despu¨¦s de rezar el rosario, permiti¨® que fuera por primera vez al cine en compa?¨ªa de aquel ni?o. Pon¨ªan la pel¨ªcula El gorila, con Bela Lugosi. El espanto que me produjo aquel monstruo en la pantalla se ha diluido en la memoria; en cambio me perdura con toda intensidad el p¨¢nico que al salir del cine a medianoche mi amigo comenz¨® a correr, gritando que el gorila nos persegu¨ªa. Al perderlo de vista me qued¨¦ solo en un oscuro callej¨®n, paralizado bajo la luna llena que creaba la sombra siniestra de un gorila a mi espalda. El terror de aquella noche de invierno a¨²n lo conservo muy vivo.
A partir de entonces, a lo largo de la vida, he deconstruido ese terror con la experiencia frente a tres gorilas de carne y hueso. En 1964, en el zoo de San Diego de California, a la hora de cerrar el parque, cuando todos los visitantes ya lo hab¨ªan abandonado, me vi solo sin ning¨²n guardi¨¢n alrededor ante la jaula de un gorila agarrado a los barrotes. Me qued¨¦ unos minutos ante ese animal cuya mirada me sobrecogi¨® porque trasportaba un pensamiento que cre¨ª entender. Ambos nos miramos hasta el fondo de los ojos y el gorila parece que quer¨ªa decirme: te conozco desde aquella noche de invierno y s¨¦ lo que te pasa. Ning¨²n psic¨®logo argentino me hab¨ªa hablado as¨ª.
Muchos a?os despu¨¦s, en 1994, acabada la matanza entre hutus y tutsis ruandeses con un mill¨®n de muertos, en el aeropuerto de Kigali hab¨ªa quedado en pie un gorila disecado en cuyo cuerpo acribillado cont¨¦ hasta veintitantos impactos de bala, pero el animal t¨®tem del pa¨ªs permanec¨ªa a¨²n en pie entre los restos de la urna destrozada por el tiroteo, como s¨ªmbolo de la crueldad de los humanos.
Hace poco, durante un viaje a la selva de los Virunga, en Ruanda, nuestro gu¨ªa nos llev¨® despu¨¦s de una hora de camino a ver una familia de gorilas. Eran 17 ejemplares bajo la autoridad de un macho alfa que al ver nuestra peque?a expedici¨®n se golpe¨® el pecho en un alarde de dominio. Despu¨¦s sucedi¨® un hecho ins¨®lito, seg¨²n el gu¨ªa. Una gorila se desprendi¨® del grupo y al pasar por mi lado me dio con el dorso de la mano un toque en la entrepierna. Consult¨¦ este hecho con un psic¨®logo argentino, quien me dijo: "Tal vez deber¨ªas escribirle una carta de amor. En alg¨²n lugar del subconsciente encontrar¨¢s la respuesta".
Todo empez¨® a los nueve a?os una noche de invierno en el pueblo, cuando despu¨¦s de la pel¨ªcula El gorila, en el Cine Rialto, vi con terror que mi amigo se alejaba corriendo en la oscuridad, aquel amigo de la infancia, que ha muerto.
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