M¨²nich reivindica al Haydn operista
?xito clamoroso de Ivor Bolton y Axel Reinisch en una brillant¨ªsima representaci¨®n de ¡®Orlando Paladino¡¯
Resulta sorprendente que las ¨®peras de Joseph Haydn mantengan todav¨ªa su condici¨®n de casi perfectas desconocidas. Desde?arlas sigue siendo tristemente m¨¢s habitual que revivirlas y representarlas, a pesar de que cuando se hace esto ¨²ltimo con talento y buen criterio puede cosecharse un ¨¦xito tan incontestable como el que despidi¨® la ¨²ltima de las cuatro representaciones de una nueva producci¨®n de Orlando Paladino estrenada en el Festival de ?pera de M¨²nich, probablemente el m¨¢s importante de su g¨¦nero por la variedad, la densidad y la calidad de sus propuestas.
?Por qu¨¦ se ignoran las ¨®peras de un compositor cuyas sinfon¨ªas, cuartetos de cuerda, sonatas para piano, tr¨ªos con piano y oratorios ?un pu?ado de ejemplos entre el sinf¨ªn de g¨¦neros que cultiv¨® Haydn? est¨¢n firmemente arraigados y se sit¨²an en lo m¨¢s alto del canon musical occidental? No resulta f¨¢cil de explicar, aunque quiz¨¢ pueda ayudar a comprenderlo que ninguna llegara nunca a formar parte del circuito comercial: todas las italianas, por ejemplo, se estrenaron originalmente en Eisenstadt o en Eszterh¨¢za, en la privacidad de los palacios de la familia aristocr¨¢tica para la que trabaj¨® Haydn durante buena parte de su vida, y la ¨²nica que naci¨® destinada originalmente a un teatro p¨²blico (la ¨²ltima, L¡¯anima del filosofo, una reelaboraci¨®n del mito de Orfeo y Eur¨ªdice) no ver¨ªa la luz hasta nada menos que 1951 en Florencia, muy lejos de Londres, donde se suspendi¨® sine die el estreno previsto en 1792. Ediciones tard¨ªas, o muy tard¨ªas, de las partituras no ayudaron ciertamente a su difusi¨®n, y la actitud del propio compositor no fue tampoco la m¨¢s propicia: cuando le propusieron llevar una de sus ¨®peras a Praga, Haydn rechaz¨® la invitaci¨®n ¡°porque todas mis ¨®peras est¨¢n relacionadas demasiado ¨ªntimamente con nuestro c¨ªrculo personal, por lo que nunca podr¨ªan producir el efecto adecuado, que he calculado en consonancia con su ubicaci¨®n¡±, como escribi¨® a Franz Rott en diciembre de 1787. Al mismo tiempo, mostr¨® resistencias insalvables para escribir una ¨®pera de nuevo cu?o para la capital checa, como tambi¨¦n se le sugiri¨®, en este caso ¡°porque dif¨ªcilmente puede haber alguien que pueda resistir la comparaci¨®n con el gran Mozart¡±. Demasiadas compuertas para que el agua saliera del embalse a recorrer nuevos mundos.
Sin embargo, en este Orlando Paladino hay momentos que, por su calidad musical, podr¨ªan haber salido perfectamente de la pluma del compositor salzburgu¨¦s. Sin ir m¨¢s lejos, Pasquale, el escudero de Orlando, es un aut¨¦ntico Leporello avant la lettre, incluidas no una, sino dos arias de cat¨¢logo, la primera dando cuenta de sus viajes por el mundo y la segunda una descripci¨®n minuciosa y virtuos¨ªsticamente ilustrada del sinf¨ªn de sus habilidades musicales. Y hay que recordar que Orlando Paladino se estren¨® cinco a?os antes que Don Giovanni, con la que comparte tambi¨¦n ese juego de antinomias presente en su t¨ªtulo: esta ¨²ltima es un dramma giocoso, mientras que Haydn bautiz¨® su ¨®pera como un dramma eroicomico, otro ox¨ªmoron que no pone las cosas nada f¨¢ciles al director de escena, pero que ha sido justamente el punto de partida que ha espoleado la irrefrenable inventiva de Axel Ranisch.
En homenaje a esos h¨¦roes c¨®micos del cine mudo, Ranisch sit¨²a Orlando Paladino en una vieja sala de proyecciones en la que los personajes entran y salen de la pantalla o incluso se desdoblan a uno y otro lado, como en la brillante escena del tercer acto en que cantan sentados en el suelo de espaldas al p¨²blico mientras se observan a ellos mismos en la pantalla. El encargado de las proyecciones es una figura omnipresente a lo largo de toda la ¨®pera (tambi¨¦n como personaje de carne y hueso y como actor filmado), interactuando inteligentemente con los cantantes y aprovechando en ¨²ltima instancia la circunstancia para salir del armario. Ranisch consigue incluso el milagro de apuntalar la endeble dramaturgia del libreto original, en el que algunos personajes aparecen y desaparecen de escena sin que exista una raz¨®n de peso para ello, como es el caso del pastor Licone. Pero tambi¨¦n para esto encuentra soluci¨®n el ingenioso cineasta berlin¨¦s, quien, con un ritmo de ideas y ocurrencias vertiginoso, logra que las peripecias de unos y otros (que tienen su origen ¨²ltimo, como tantas otras ¨®peras, en el Orlando furioso de Ariosto) lleguen incluso a prender la atenci¨®n del espectador, provocando con frecuencia sonoras carcajadas y con golpes de genio como el estallido de la m¨¢quina de las palomitas o la multifuncionalidad de los viejos asientos de madera del cine. A resguardo de estos, por ejemplo, Angelica y Medoro viven en un permanente revolc¨®n, otra muestra de la astucia de Ranisch, pues la atracci¨®n de la noble reina por el p¨¢nfilo y melifluo soldado sarraceno, tal como presenta a ambos el libreto e incluso la m¨²sica, no puede explicarse si no es por el desbocado apetito sexual que el segundo inspira en la primera.
Del reparto vocal solo cabe tambi¨¦n expresar alabanzas, empezando por la soberbia Angelica de Adela Zaharia, flamante ganadora de la ¨²ltima edici¨®n del concurso Operalia y que parece llamada a hacer una gran carrera, ya que posee la voz, la presencia esc¨¦nica, la musicalidad, el aplomo y el temperamento necesarios para ello. Todas sus arias, en sus muy diferentes registros, fueron un modelo de bien hacer. De los diversos tenores que demanda la partitura, destac¨® especialmente el estadounidense David Portillo, sobrado de recursos c¨®micos y poseedor de una t¨¦cnica polivalente. Su Pasquale, cantado siempre en estilo, fue un dechado de energ¨ªa y entusiasmo: ser¨¢ interesante ver c¨®mo se desenvuelve en el muy diferente papel de Idamante en el Idomeneo del Teatro Real la pr¨®xima temporada. A su lado, la donostiarra Elena Sancho Pereg compuso una Eurilla de voz fresca, m¨¢s atinada en las arias que en los recitativos y sin la vis c¨®mica natural de Portillo. Excelente asimismo el Orlando de Mathias Vidal, que dio otra lecci¨®n actoral en la nada f¨¢cil encarnaci¨®n de la furia o locura de este personaje tr¨¢gico y c¨®mico a un tiempo, el prototipo por antonomasia de lo que se llama en italiano un mezzo carattere, y algo menos relevantes Edwin Crossley-Mercer como Rodomonte y Dovlet Nurgeldiyev como Medoro. Fue justamente aplaudida Tara Erraught como la hechicera Alcina, uno de esos personajes epis¨®dicos que rechinan dentro de la d¨¦bil dramaturgia, aut¨¦ntica dea ex machina para poder dar salida a las situaciones imposibles del libreto, pero a la que la irlandesa supo insuflar credibilidad esc¨¦nica y empaque vocal.
Art¨ªfice decisivo del triunfo final, con varios minutos de aplausos entusiastas en el Prinzregententheater de la capital b¨¢vara, fue Ivor Bolton, muy querido en esta ciudad, y que imparti¨® una lecci¨®n de estilo y vivacidad al frente de la Orquesta de M¨²nich, que lo aplaudi¨® tambi¨¦n un¨¢nimemente al final de la representaci¨®n. Afirmaba antes del estreno Nikolaus Bachler, intendente de la ?pera Estatal de Baviera, que ser¨ªa interesante ver, conoci¨¦ndolo como lo conocen bien aqu¨ª en M¨²nich despu¨¦s de tantos a?os de visitas regulares, qu¨¦ era capaz de hacer el director ingl¨¦s con el casi desconocido Haydn operista. Y lo que ha hecho es una reivindicaci¨®n fuerte y clara de esta ¨®pera, convirti¨¦ndose en un aut¨¦ntico palad¨ªn ?nunca mejor dicho? de sus virtudes, como ya lo fueron antes Ren¨¦ Jacobs y, muy especialmente, Nikolaus Harnoncourt. Las numerosas filmaciones no ponen f¨¢cil que esta producci¨®n se exporte a otros teatros, ya que habr¨ªa que repetir todas ellas con los cantantes de cada diferente reparto, un lujo que no parece viable, ya que Ranisch ha creado casi una acci¨®n paralela en la pantalla. Pero este Orlando Paladino regresar¨¢ a buen seguro a M¨²nich, donde ha levantado a todo el p¨²blico de sus asientos y donde quiz¨¢ comience, ojal¨¢, una reivindicaci¨®n en toda regla del resto de las ¨®peras de Haydn, ese compositor recluido casi toda su vida en la jaula de cristal de Eszterh¨¢za, donde, ¡°aislado del mundo¡±, como ¨¦l mismo confes¨®, ¡°nadie cerca de m¨ª pod¨ªa confundirme ni importunarme en mi camino, de ah¨ª que no me quedara m¨¢s remedio que ser original¡±. Bendita originalidad.
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