Cita con la momia de la mala suerte
La vieja sacerdotisa de Am¨®n-Ra, custodiada en el British Museum, posee la fama de provocar maldiciones y desgracias, entre ellas el hundimiento del ¡®Titanic¡¯

¡°?Prop¨®sito de la visita?¡±. Tengo una cita con una momia. La funcionaria del control de inmigraci¨®n del aeropuerto de Gatwick ha alzado una ceja y me ha observado fijamente ret¨¢ndome a que le siguiera tomando el pelo. Pero, aunque me retracto en seguida para no buscarme l¨ªos (bastante apuro es llevar en el pasaporte a¨²n un visado para Siria), es verdad: tengo una cita en Londres con una momia. Y no una cualquiera, sino la famosa momia de la mala suerte. A la que se le han atribuido muertes y calamidades sin cuento (?) y hasta el hundimiento del Titanic, una maldici¨®n en toda regla, vamos, que se adelant¨® a la de Tutankam¨®n. Ir a encontrarse con ella, con la momia, puede considerarse periodismo de alto riesgo, me digo (?deber¨ªan subirme las dietas?), y, aunque de natural esc¨¦ptico, no las tengo todas conmigo.
En realidad, la momia de la mala suerte, aunque siempre se la ha denominado as¨ª, The Unlucky Mummy (rec¨ªtese con la voz de Boris Karloff o Lon Chaney Jr., a?adiendo al final un ¡°uuuuuuh), no es una momia sino una cubierta antropomorfa de madera y yeso pintado que se colocaba dentro del ata¨²d sobre el cuerpo embalsamado para preservar su aspecto de cara a la eternidad y que tiene los rasgos de una mujer. El objeto se encuentra en el British Museum donde forma parte de la colecci¨®n de antig¨¹edades egipcias con el n¨²mero de identificaci¨®n 22542, que, recalqu¨¦moslo, suena al Lote n¨²mero 249, el terror¨ªfico relato can¨®nico de momias malignas de sir Arthur Conan Doyle. Mide 1,62 metros, tiene vivos colores (lo ¨²nico vivo, esperemos), est¨¢ cubierto de inscripciones jerogl¨ªficas, con conceptos solares y osir¨ªacos, lo corriente en estos casos, y representa a una persona de alta alcurnia, seguramente una sacerdotisa, con peluca, un gran collar y las manos colocadas de una manera extra?a, emergiendo horizontalmente de su pecho y con las palmas mirando hacia afuera.
A la momia de la mala suerte se le achaca, adem¨¢s de rondar por el museo, incluso a horas intempestivas, haber provocado la muerte o la miseria de sus sucesivos propietarios y tambi¨¦n de los que trataron de trazar la historia de sus maldades, entre ellos alg¨²n notable periodista (as¨ª que val¨®rese el riesgo de este reportaje). Personajes famosos que se han relacionado con la momia son Arthur Conan Doyle, Henry Rider Haggard, que escribi¨® sobre el caso, W. B. Yeats, o Henry Stanley, amigo del primer propietario. Tambi¨¦n han tenido que ver con ella la Golden Dawn y el Ghost Club. En 1921, el mism¨ªsimo The Times public¨® un art¨ªculo que recog¨ªa la especie de que quien interfer¨ªa con la dichosa momia se pon¨ªa en peligro, ¡°tal es la virulenta naturaleza de la princesa¡±.
Llegado a la estaci¨®n Victoria, me dirijo al museo en un autob¨²s t¨ªpico de dos pisos como el que persiguen las momias en The Mummy returns, por ir creando ambiente. Mis instrucciones son acceder al centro, dirigirme al departamento de Antig¨¹edades de Egipto y Sud¨¢n ¡°y llamar al timbre¡± para encontrarme con la joven egipt¨®loga suiza y responsable de exposiciones (ha comisariado la que actualmente se exhibe en CaixaForum en Barcelona, Fara¨®n, con fondos del British), Marie Vandenbeusch. El acceso al departamento es una puerta con c¨®digo en medio de la escalera este. Me abren al pulsar un intercomunicador y decir mi nombre, como si fuera un garito ilegal. Vandenbeusch se muestra muy amable pero tiene poco tiempo (y menos para momias malditas) as¨ª que me lleva a paso de carga a la sala 62 (¡°Egyptian Death & Afterlife, Mummies¡±) de la secci¨®n egipcia del museo. Y de repente ya estamos frente a la vitrina tras la que est¨¢ 22542, la momia perversa.

Pues no da mucho mal rollo, oye. ¡°?Qu¨¦ esperabas, que te saltara encima?¡±, dice la egipt¨®loga con sorna. No s¨¦, ¡°una espeluznante chispa de vitalidad, alg¨²n d¨¦bil signo de conciencia en los ojos que acechan en las profundidades de las ¨®rbitas vac¨ªas¡±, como describ¨ªa a la momia que le persegu¨ªa Smith Abercrombie en el mencionado relato de Conan Doyle. ¡°Es una pieza muy bonita. No hay nada misterioso ni siniestro en ella¡±. La dama pintada, que tiene los ojos enormes ¨Cesos ojos que dicen que se mueven para seguirte por la sala-, nos mira sin perder detalle de la conversaci¨®n y con cara de no haber roto nunca un plato. La cartela a sus pies es muy somera, solo dice: ¡°Tablero de momia pintado de una mujer sin identificar. Finales de la 21 dinast¨ªa-principios de la 22, alrededor de 950-900 antes de Cristo. Procedente de Tebas¡±. Y da un apunte de la decoraci¨®n: discos solares alados, la diosa Nut flanqueada de p¨¢jaros-ba y muchas peque?as im¨¢genes de divinidades. Nada de la maldici¨®n y las muertes que perturbaron tanto a la sociedad victoriana y luego eduardiana y la hicieron tan escalofriantemente c¨¦lebre. De hecho la mayor¨ªa de los visitantes (las egipcias son las salas m¨¢s populares del British Museum) pasan por delante sin detenerse. ?Si supieran qui¨¦n es la que los mira! Habr¨ªa que contar toda la historia, ?el morbo que le dar¨ªa a la exhibici¨®n! Marie me observa fijamente cuando se lo comento, y suspira. Mira su reloj, se resigna a que va a perder la hora del almuerzo conmigo y con la momia (a m¨ª no me parece que seamos tan mala compa?¨ªa).
¡°En el cat¨¢logo del museo¡±, explica, ¡°se ofrece algo m¨¢s de informaci¨®n¡±. El objeto fue comprado por unos viajeros ingleses (cuatro o cinco seg¨²n las fuentes) entre 1860 y 1870. Se dice que dos recibieron heridas graves en sendos accidentes con armas y los otros vieron mermadas sus fortunas. Mrs. Waewick Hunt, hermana de uno de los viajeros, Arthur E. Wheeler, hered¨® la pieza de ¨¦ste, pero al meterla en casa, por lo visto, sus ocupantes sufrieron una serie de catastr¨®ficas desdichas. La mism¨ªsima Madame Helena Blavatsky, la te¨®sofa, detect¨® una ¡°influencia mal¨¦fica¡± en el objeto y urgi¨® a la propietaria a deshacerse de ¨¦l: de esa forma lleg¨® donada al museo en 1889, en un interesante lote que inclu¨ªa varios cocodrilos momificados y una mano de momia que a¨²n llevaba un anillo.
La historia m¨¢s remarcable de la pieza es la de que viajaba a bordo del Titanic y que su presencia provoc¨® la cat¨¢strofe. ¡°Es innecesario decir que no hay nada de verdad en todo eso¡±, recalca Marie, en la l¨ªnea oficial del museo. Ciertamente, acuerdo, si la momia hubiera viajado en el Titanic no estar¨ªa ahora aqu¨ª delante nuestro, o alguien se acordar¨ªa de haberla visto subiendo a uno de los (insuficientes) botes salvavidas. Pero nadie oy¨® gritar ¡°?las mujeres, los ni?os y las momias primero!¡±. Marie debe tener hambre porque parece impaciente. ¡°La momia nunca ha salido del museo excepto para una exposici¨®n temporal en Taiwan en 2007¡±. Me pregunto qu¨¦ secreto designio habr¨ªa en enviarles la momia de la mala suerte a los pobres taiwaneses que sin duda habr¨ªan preferido la piedra de Rosetta. Quien s¨ª viajaba en el Titanic era W. T. Stead, otro periodista (!), editor y espiritista, que fue uno de los que propagaron los rumores de la malignidad de la momia. Stead se ahog¨® en el naufragio: eso es predicar con el ejemplo.
¡°Se han dado muchas opiniones sobre la identidad de la difunta (la iconograf¨ªa y el color indican que es una mujer), cuya momia de verdad no se ha encontrado nunca, pero lo cierto es que no sabemos qui¨¦n es¡±, me explica Vandenbeusch. En el objeto no aparece el nombre, que seguramente estaba inscrito en el ata¨²d. Era, evidentemente, alguien de alto rango y en los antiguos cat¨¢logos del British Museum se la describe como sacerdotisa de Am¨®n-Ra.
El reputado E. A. Wallis Budge, que fue conservador del museo de 1894 a 1924, sugiri¨® que era de sangre real, una princesa. Pero Wallis Budge era un pinta que saque¨® Egipto para llenar las salas del British y aunque oficialmente deploraba leyendas como la de la momia de la mala suerte no dej¨® de ver el potencial de esas supersticiones para dar popularidad a las salas egipcias del museo.
La historia no oficial de nuestra momia, en la que se mezclan informaciones verdaderas, rumores, sensacionalismos de la prensa y verdaderas memeces la cuenta Roger Luckhurst de manera documentad¨ªsima en un libro de referencia sobre las maldiciones fara¨®nicas y su sentido cultural, The mummy¡¯s curse, the true history of a dark fantasy (Oxford, 2012). En el centro de la maldici¨®n est¨¢ Thomas Douglas Murray, un Lord Carnarvon avant la lettre, que ser¨ªa el miembro del citado grupo de viajeros brit¨¢nicos que adquiri¨® originalmente la momia a unos ladrones de tumbas ¨¢rabes como recuerdo de su viaje a Egipto. Murray, que ya habr¨ªa visto algo raro en la pieza, saqueada de un pozo de la necr¨®polis tebana y por lo visto cabreada, le endos¨® el regalito a su colega Wheeler, tras sufrir ¨¦l y los dem¨¢s compa?eros de viaje diferentes desastres y morir un fot¨®grafo que intent¨® hacerle un retrato al objeto. En total, los m¨¢s imaginativos atribuyen 11 muertes a la momia, adem¨¢s de muchas otras maldades e incontables tropezones de turistas en las escaleras del British Museum.
Seg¨²n la leyenda, entrar en el museo no amans¨® a la momia, que sigui¨® provocando calamidades; parece que incluso que la dibujaran le molestaba, qu¨¦ t¨ªa. Especial inter¨¦s (sobre todo para m¨ª) tiene la historia de la muerte del periodista Bertram Fletcher Robinson, que fue reportero en la guerra contra los B¨®ers y el primero en divulgar los supuestos maleficios de la pieza, pese a las advertencias. Falleci¨® repentinamente en 1907 a los 37 a?os a causa de unas fiebres que algunos atribuyeron a los¡± guardianes elementales¡± de nuestra momia. Era amigo de Conan Doyle y le hab¨ªa ayudado en el argumento y las localizaciones de El perro de los Baskerville, as¨ª que de maldiciones ya sab¨ªa un rato.
¡°Son todo soberanas tonter¨ªas, claro, cuentos ocultistas, medias verdades y teor¨ªas conspiratorias, aunque resultan interesantes para ver c¨®mo se forja un mito de la cultura popular; de hecho, los antiguos egipcios no ten¨ªan el concepto de maldici¨®n de la momia, que es una idea moderna¡±, recalca Vandenbeusch, mientras yo miro a 22542 a ver si hay que aplacarla. ¡°Desde que estoy aqu¨ª no ha pasado nada de nada, y me dicen los conservadores de m¨¢s edad que hace mucho, en los ¨²ltimos treinta a?os, que nadie comenta ning¨²n incidente ni rumor. A lo mejor es que est¨¢ a gusto instalada en esta sala, tiene mucha buena compa?¨ªa, la mayor¨ªa sacerdotes y sacerdotisas de Karnak, quiz¨¢ es feliz ahora¡±. Marie esboza una sonrisa. Pasa un ni?o ante la momia sin ni mirarla y yo le susurro: ¡°Ten cuidado, te comer¨¢¡±. El chaval reacciona haci¨¦ndonos una peineta a m¨ª y a la momia. ¡°Claramente no produce miedo, incluso emana paz, ?no te parece?¡±, apunta por encima de mi hombro la egipt¨®loga, que por lo visto ha decidido hundirme el reportaje. Me reservo para otra ocasi¨®n el preguntarle si es verdad que en los fondos del British Museum est¨¢n las Tablas de los Diez Mandamientos entregadas a Mois¨¦s.
Cuando Marie se marcha a sus cosas de egipt¨®loga, no sin antes quedar para ir alg¨²n d¨ªa juntos a Montserrat a fin de visitar las momias egipcias de la abad¨ªa, aunque con ella seguro que no encontramos el Grial, hago como que voy a ver la secci¨®n de Asiria pero vuelvo en seguida, a seguir investigando. A ver si atrapo a la momia en pleno maleficio. No me fio de su cara de buen rollo. Su expresi¨®n me recuerda a la de Patricia Vel¨¢squez como Anck-Su-Namun cuando el fara¨®n la pilla con las manos (de Imhotep) en la masa y se lo cargan. Imagino una realidad paralela, un secreto. Y que yo lo desvelo. Al cabo de un rato estoy mareado, no s¨¦ si por algo tipo Lord Carnarvon o de tanto mirar fijo y no haber almorzado. Me marcho al fin del cubil del ser misterioso sin pruebas pero con una sensaci¨®n rara, como si me fueran a salir escarabajos por la boca. Vago confundido por Bloomsbury y de repente estoy frente a una librer¨ªa de ocultismo. La dependienta me mira alarmada y traza unos signos arcanos en el aire.
No creo en maldiciones, a priori. Pero el avi¨®n de Vueling acumula ya un retraso inexplicable por causas que no sean sobrenaturales. Me encuentro varado en la sala de embarque como en una polvorienta mastaba, pensando tontamente en si las maldiciones se pueden llevar como equipaje de mano. Dicen que la mala suerte de la momia est¨¢ neutralizada. Ya veremos.
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