La batalla contra el menosprecio

La comedia de espionaje es un subg¨¦nero cl¨¢sico que se fue conformando, sobre todo, a partir de la d¨¦cada de los sesenta. Desde La pantera rosa (Blake Edwards, 1963), desde Superagente 86, popular serie de televisi¨®n de Mel Brooks posteriormente llevada al cine. Sin embargo, desde hace algunos a?os, el tono par¨®dico de la mayor¨ªa de ellas (adem¨¢s de La pantera y Superagente, est¨¢n, entre otras, Austin Powers, Johnny English o la francesa El gran rubio con un zapato negro) ha ido derivando en una suerte de pel¨ªcula de acci¨®n que puede ser tan salvaje y espectacular como sus referentes m¨¢s serios, pero que est¨¢ comandada por un personaje en principio alejado de la tipolog¨ªa, el f¨ªsico y la formaci¨®n profesional de los habituales h¨¦roes de la fortaleza.

Se apela al humor, pero ya no tanto a la parodia, a la imitaci¨®n burlesca y a la caricatura, sino a la sorpresa (o supuesta sorpresa) de que alguien de andar por casa pueda comportarse como el mejor de los esp¨ªas, de los asesinos, de los karatekas y de los seductores, y sin necesidad de alzar el me?ique mientras se toma un Martini. Y al paradigma de Melissa McCarthy como (im)probable estrella del cine de acci¨®n, apuntada en Cuerpos especiales (2013) y confirmada en Esp¨ªas (2015), ambas de Paul Feig, se unen ahora Mila Kunis y Kate McKinnon en El esp¨ªa que me plant¨®, donde dos mujeres estadounidenses se ven involucradas en una conspiraci¨®n internacional tras descubrir que el novio de una de ellas era un esp¨ªa encubierto, y viajan por media Europa para demostrar que no se las puede (y he ah¨ª la palabra clave) menospreciar.

Una batalla contra el menosprecio de los hombres hacia las mujeres, tanto interna, en la propia historia, como externa, en la producci¨®n en s¨ª, pues est¨¢ dirigida por una de ellas, Susanna Fogel, que se reafirma como el sello de una pel¨ªcula de evidentes aires feministas, y que estar¨ªa a punto de ser simp¨¢tica y efervescente si no fuera tan redundante y larga.

Porque, aunque Fogel compone sus piezas de acci¨®n con notable eficacia y singular fiereza, El esp¨ªa que me plant¨® nunca acaba de decidir si quiere ser graciosa o brutal. Y en esa indefinici¨®n, pues no acaba de ser ninguna de las dos cosas y casi nunca acaba de fusionarse, est¨¢ el mayor problema de uno de esos (mal) llamados entretenimientos veraniegos que no terminan de calar. Ni en agosto ni en febrero.