El ¨²ltimo caso de Ricardo Piglia
El autor, fallecido el a?o pasado a causa de la ELA, dict¨® varios relatos policiacos p¨®stumos que complet¨® con la ayuda de un software de escritura con la mirada. ¡®La resoluci¨®n¡¯, que aqu¨ª ve la luz, es uno de ellos
Vamos a analizar un caso y tratar de sintetizar el modo de trabajar de Croce. Quiero destacar dos aspectos en el sistema de investigaci¨®n del comisario. Primero, su extraordinaria capacidad de observaci¨®n. Act¨²a como un rastreador, uno de los saberes b¨¢sicos en el campo argentino es la capacidad de seguir rastros y de leer signos y pistas. Por ejemplo, con solo morder una brizna de pasto, por el sabor del yuyo, Croce es capaz de identificar con exactitud en qu¨¦ estancia y en qu¨¦ zona de la pampa est¨¢. Sabe leer detalles m¨ªnimos y sus observaciones son de tal exactitud que asombran.
Su segunda virtud es la deducci¨®n arriesgada, su talento para lo que los l¨®gicos llaman las inferencias hipot¨¦ticas, una disposici¨®n casi adivinatoria para sacar conclusiones conjeturales y seguir esas conclusiones inciertas hasta el final, o lo que Croce llama sus corazonadas o p¨¢lpitos.
Otra gran cualidad de Croce, como se ver¨¢ en este caso, es su posibilidad de pensar con las categor¨ªas de su rival, pensar con la cabeza del asesino, y seguir conceptualmente sus pasos (mentales). Esa intuici¨®n para razonar como si fuera otro es una clave en este problema. Veamos este caso ejemplar de Croce.
Un banquero fue asesinado en su casa de campo.
Croce recibi¨® una carta de la jefatura en la que le ped¨ªan ayuda para resolver el asesinato de Torres, cuyo cad¨¢ver hab¨ªa sido encontrado en su casa que daba a la laguna.?
El cuento lo protagoniza
su c¨¦lebre comisario Croce
Adem¨¢s de tener amplios conocimientos sobre la zona (completos y detallados), Croce verifica que la noche anterior ha llovido despu¨¦s de un mes de sequ¨ªa. Un poco antes de llegar a la direcci¨®n dada, baja de su auto y hace un trecho a pie. Observa as¨ª las roderas de un carruaje en el barro, delante de la casa donde se ha cometido el crimen. La distancia entre las ruedas indica que se trata de un sulky de trote usado en las carreras. Croce me informa que el sulky se destaca por su sencilla construcci¨®n y escaso peso, y eso se ve en las marcas dejadas por las ruedas. Croce, que las ha hecho fotografiar, me muestra un ligero desv¨ªo, n¨ªtido cuando miramos la foto con lupa.
De estos datos, saca la conclusi¨®n de que el carruaje lleg¨® probablemente durante la noche y fue abandonado sin que nadie lo vigilara. En ese punto, es probable que una vaga hip¨®tesis haya comenzado a tomar forma en su mente: que el conductor del carruaje est¨¢ de alguna manera implicado en el asunto. Croce busca otras huellas, observa meticulosamente las pisadas en el sendero que conduce a la casa y distingue, entre otras, medio tapadas y por lo tanto m¨¢s antiguas, las de dos sujetos, uno con botas con puntera cuadrada y otro con taco fino. Croce deduce que las botas con puntera cuadrada pertenecen a un hombre joven, puesto que atraviesan de una zancada un charco de un metro veinte de ancho, mientras que las otras han dado un rodeo. De esto concluye que dos personas entraron en la casa antes de que lo hiciera nadie m¨¢s (quiz¨¢, por lo tanto, durante la noche). Uno es alto y joven y el otro, por la liviandad de las huellas y por el tipo de calzado, puede ser una mujer. ?Cu¨¢nto pesa?, se pregunta. Unos sesenta kilos, concluye.
Los textos formar¨¢n parte de un libro?que se publica en septiembre
Croce se encuentra con el casero y le pregunta si alguien ha llegado en auto esa ma?ana. Don Ruiz, que as¨ª se llama, dice que no. Esto confirma la hip¨®tesis de que los dos sujetos llegaron por la noche en un sulky.
Entra en la casa y ve la escena del crimen con el cad¨¢ver. De inmediato, encuentra una nueva confirmaci¨®n: el hombre de las botas con las puntas cuadradas es la v¨ªctima. De aqu¨ª a imaginar que el asesino es la mujer hay un corto paso, puesto que la v¨ªctima debe ser uno de los dos.
En la cara del muerto el asesino dej¨® una revista mexicana de c¨®mics abierta en la historieta El Zorro y Croce ve en la pared escrita con sangre la letra Z. Me las tengo que ver con un bromista, se dice. Varias veces se ha enfrentado con asesinos cuya perversa pulsi¨®n criminal los convierte en chistosos mu?ecos barrocos que dejan rastros de su demon¨ªaco humor. ?Est¨¢ ante un caso como esos o se trata de una pista falsa para desviar la atenci¨®n? ?Y si las botas de mujer las calzara un hombre? ?Un alfe?ique de cuerpo enjuto y pies peque?os? ?Un sat¨ªrico y mal¨¦volo agente o c¨®mico del mal? No es la primera vez que se enfrenta con uno de esos t¨ªteres malvados de motivaci¨®n alegre, un payaso envenenado que se disfraza y urde escenas absurdas para divertirse a costa de las as¨ª llamadas fuerzas del orden. ?Un criminal que apueste al delirio y al desorden? Alguien como yo, piensa Croce, mi doble, mi otro yo que mata por sus razones pero que desaf¨ªa la ley mof¨¢ndose de la l¨®gica. Toda esta cadena de asociaciones no le ha llevado a Croce m¨¢s de un minuto, as¨ª que mientras infiere estas hip¨®tesis (un retrato psicol¨®gico del posible asesino, digamos) no deja de registrar el cuarto.
Una virtud de Croce es la reducci¨®n arriesgada
Croce observa despu¨¦s diversos detalles que le sugieren algunas deducciones: a) El muerto tiene el rostro alterado, con una expresi¨®n de odio y de terror. b) De sus labios se desprende un olor ligeramente amargo. El cad¨¢ver tiene un profundo tajo en la garganta, como si primero lo hubieran obligado a ingerir veneno y despu¨¦s le hubieran cortado el cuello. c) Como ya vimos, en la pared aparece garabateada con sangre la letra Z. Croce llega de inmediato a la conclusi¨®n de que se trata del signo que se asimila al vengador enmascarado de la leyenda y deduce que el motivo del crimen es una venganza, o quieren que ¨¦l piense eso para desviar las investigaciones, porque nadie en su sano juicio se hubiera tomado el macabro trabajo de usar la sangre del muerto para escribir una letra. No ha usado el dedo. Luego de una r¨¢pida requisa encuentra un pincel de los que se usan para dibujar con tinta china caracteres pictogr¨¢ficos del alfabeto chino. Tinta china y caracteres chinos. Ah¨ª hay algo, se dice. d) Encuentra un anillo encima de la v¨ªctima. Esto lo lleva a imaginar que tal vez el objeto haya servido para recordarle a la v¨ªctima una mujer muerta o lejana. (Croce, adem¨¢s, sabe enseguida, sin decirme por qu¨¦, que el anillo ha sido olvidado por el asesino y no dejado deliberadamente). e) En el suelo hay huellas de sangre, pero no hay rastros de lucha. De esto Croce concluye que la sangre pertenece al asesino, dado que sabe que los individuos femeninos son a menudo propensos a sangrar bajo el influjo de una emoci¨®n fuerte. Pero todo eso se pudo haber fingido para hacer creer que se trata de una mujer en uno de sus d¨ªas dif¨ªciles. Formula la hip¨®tesis de que el asesino es un hombre vestido de mujer que se ha hecho una herida y que su sangre es una pista falsa. Quiere que yo crea que es una mujer, piensa Croce. Encuentra un bolso de lona que huele a perfume femenino. ?Habr¨¢ tra¨ªdo ah¨ª su ropa de mujer y despu¨¦s de matarlo se disfraz¨®? Quiz¨¢, piensa Croce, todo es confuso y embrollado.
Otra gran cualidad de Croce, como se ver¨¢ en este caso, es su posibilidad de pensar con las categor¨ªas de su rival
Llegado a este punto, Croce pasa a examinar atentamente toda la estancia, ayudado de una lupa y una cinta m¨¦trica. a)Observa las huellas de los tacos y mide los pasos y el n¨²mero de estos. De ello infiere (mediante c¨¢lculos que ¨¦l conoce) la talla de la fingida mujer, y establece que ha recorrido la estancia varias veces de un extremo al otro en una gran agitaci¨®n, dado que la longitud de sus pasos ha ido aumentando. b)Observa un montoncito de ceniza en el suelo y, por ciertas caracter¨ªsticas, establece que se trata de ceniza de un cigarro Lucky Strike.
Croce va a visitar al polic¨ªa que ha descubierto el cad¨¢ver durante su ronda nocturna y lo interroga. Esto nos da una prueba de que Croce piensa en el cochero como responsable del crimen: le pregunta si al salir de la casa donde encontr¨® a la v¨ªctima se cruz¨® con alguien en el camino y, al enterarse de que ha visto a una mujer, le pregunta si por casualidad llevaba un l¨¢tigo y si vio un coche. El polic¨ªa responde negativamente a ambas preguntas y describe a la mujer como alterada y embozada. La apariencia de la mujer hace que el vigilante la deje ir sin problemas. Esto confirma adicionalmente la hip¨®tesis de Croce: el asesino es un hombre vestido de mujer.
¡ª?No ser¨ªa un var¨®n? ?No vio algo raro en la chica que iba sola en ese descampado?
¡ªNegativo, contesta el agente.
En este punto, una vez abandonada la escena del crimen, Croce env¨ªa un telegrama. Nunca revela por qu¨¦ env¨ªa el telegrama, pero luego me dice que pidi¨® a La Plata, la ciudad natal de Torres, informaci¨®n sobre su matrimonio, con el fin de poner a prueba la hip¨®tesis sugerida por el anillo, es decir, que hay implicada una historia sentimental. Estar¨ªa complicada la supuesta mujer en el crimen. La jefatura est¨¢ segura de que s¨ª, pero Croce no comparte.
¡ªEl criminal ¡ªme dice¡ª quiere que pensemos que es una dama, pero yo no acepto esa conjetura.
¡ª?Y en qu¨¦ se basa?, le pregunto.
La hip¨®tesis: el asesino es un hombre vestido de mujer
¡ªBueno, 50% de intuici¨®n y 50% de l¨®gica. Es demasiado evidente que quiere que pensemos eso.
Croce pone un anuncio en el peri¨®dico a nombre m¨ªo en el que informa que ha encontrado un anillo de oro en las cercan¨ªas de la laguna. Intenta incapaz de imaginarse que un ciudadano corriente haya podido relacionar el anillo con el asesinato, anillo que por lo tanto debi¨® perder en la calle. En resumen, la estratagema fracasa, porque quien acude por el anuncio no es el individuo enjuto, sino una anciana, que recoge el anillo y consigue zafarse de Croce.
Con el argumento de que el domicilio de Torres es el de la capital y que su quinta en el pueblo es una casa de fin de semana, la Polic¨ªa Federal interviene en el caso y margina a Croce, que sin embargo sigue investigando por su cuenta. Se lanza sin vacilar sobre otra pista: ha llegado a la conclusi¨®n de que un jockey es el asesino. Supone, adem¨¢s, que el jockey no ha dejado su actividad para no levantar sospechas a los pocos d¨ªas del crimen.
En este punto, tiene lugar un golpe teatral: se descubre una nueva v¨ªctima, apu?alada en el coraz¨®n. Se trata del secretario de Torres, a quien no hab¨ªa sido posible localizar. Este asesinato tambi¨¦n ha sido firmado Z. En el contexto de la historia, el nuevo crimen parece desmentir todas las hip¨®tesis. En la casa del secretario N¨²?ez, los federales se encontraron una carta escrita a m¨¢quina y firmada "Eduarda", en la que se insinuaba que Torres y N¨²?ez manten¨ªan con la mujer un tr¨ªo sexual con cama redonda incluida, dijo el inspector federal, y que la mujer los hab¨ªa matado por despecho y para liberarse de la enfermiza relaci¨®n.
Croce no cree en esa versi¨®n. Demasiado f¨¢cil, me dice con sorna. En realidad, si se examina bien, el hecho confirma los p¨¢lpitos de Croce. a) Un vecino ha visto escapar al asesino y confirma que se trata de un hombre enjuto y de complexi¨®n delgada. b) Una llamada de Rosa, la bibliotecaria, le confirma a Croce que Torres era un jugador compulsivo, que participaba en las carreras de trote y que era due?o de un caballo ganador. c) Una cajita que contiene dos p¨ªldoras confirma el uso (esta vez, el intento de uso) de veneno.
Despu¨¦s del segundo asesinato, la Polic¨ªa Federal est¨¢ convencida de que la asesina es una mujer de nombre Eduarda, pero esa noche el peoncito que cuidaba a los caballos aparece muerto con otra cuchillada certera y con el aroma de veneno en su boca. En la pared del cuarto de pensi¨®n est¨¢ dibujada la previsible Z y en la oreja izquierda del chico le han colocado un arete de mujer. Es el bromista una vez m¨¢s, decide Croce. ?Qu¨¦ tienen en com¨²n estas tres muertes? Hay dos planos ac¨¢, los motivos del crimen son recubiertos por la mascarada y la parodia. Un brib¨®n que usa el humor para distraer y disfrazar sus intenciones.
Vamos a analizar un caso y tratar de sintetizar el modo de trabajar de Croce. Quiero destacar dos aspectos en el sistema de investigaci¨®n del comisario. Primero, su extraordinaria capacidad de observaci¨®n. Act¨²a como un rastreador, uno de los saberes b¨¢sicos en el campo argentino es la capacidad de seguir rastros y de leer signos y pistas. Por ejemplo, con solo morder una brizna de pasto, por el sabor del yuyo, Croce es capaz de identificar con exactitud en qu¨¦ estancia y en qu¨¦ zona de la pampa est¨¢. Sabe leer detalles m¨ªnimos y sus observaciones son de tal exactitud que asombran.
Su segunda virtud es la deducci¨®n arriesgada, su talento para lo que los l¨®gicos llaman las inferencias hipot¨¦ticas, una disposici¨®n casi adivinatoria para sacar conclusiones conjeturales y seguir esas conclusiones inciertas hasta el final, o lo que Croce llama sus corazonadas o p¨¢lpitos.
Otra gran cualidad de Croce, como se ver¨¢ en este caso, es su posibilidad de pensar con las categor¨ªas de su rival, pensar con la cabeza del asesino, y seguir conceptualmente sus pasos (mentales). Esa intuici¨®n para razonar como si fuera otro es una clave en este problema. Veamos este caso ejemplar de Croce.
Un banquero fue asesinado en su casa de campo.
Croce recibi¨® una carta de la jefatura en la que le ped¨ªan ayuda para resolver el asesinato de Torres, cuyo cad¨¢ver hab¨ªa sido encontrado en su casa que daba a la laguna.
Adem¨¢s de tener amplios conocimientos sobre la zona (completos y detallados), Croce verifica que la noche anterior ha llovido despu¨¦s de un mes de sequ¨ªa. Un poco antes de llegar a la direcci¨®n dada, baja de su auto y hace un trecho a pie. Observa as¨ª las roderas de un carruaje en el barro, delante de la casa donde se ha cometido el crimen. La distancia entre las ruedas indica que se trata de un sulky de trote usado en las carreras. Croce me informa que el sulky se destaca por su sencilla construcci¨®n y escaso peso, y eso se ve en las marcas dejadas por las ruedas. Croce, que las ha hecho fotografiar, me muestra un ligero desv¨ªo, n¨ªtido cuando miramos la foto con lupa.
De estos datos, saca la conclusi¨®n de que el carruaje lleg¨® probablemente durante la noche y fue abandonado sin que nadie lo vigilara. En ese punto, es probable que una vaga hip¨®tesis haya comenzado a tomar forma en su mente: que el conductor del carruaje est¨¢ de alguna manera implicado en el asunto. Croce busca otras huellas, observa meticulosamente las pisadas en el sendero que conduce a la casa y distingue, entre otras, medio tapadas y por lo tanto m¨¢s antiguas, las de dos sujetos, uno con botas con puntera cuadrada y otro con taco fino. Croce deduce que las botas con puntera cuadrada pertenecen a un hombre joven, puesto que atraviesan de una zancada un charco de un metro veinte de ancho, mientras que las otras han dado un rodeo. De esto concluye que dos personas entraron en la casa antes de que lo hiciera nadie m¨¢s (quiz¨¢, por lo tanto, durante la noche). Uno es alto y joven y el otro, por la liviandad de las huellas y por el tipo de calzado, puede ser una mujer. ?Cu¨¢nto pesa?, se pregunta. Unos sesenta kilos, concluye.
Croce se encuentra con el casero y le pregunta si alguien ha llegado en auto esa ma?ana. Don Ruiz, que as¨ª se llama, dice que no. Esto confirma la hip¨®tesis de que los dos sujetos llegaron por la noche en un sulky.
Entra en la casa y ve la escena del crimen con el cad¨¢ver. De inmediato, encuentra una nueva confirmaci¨®n: el hombre de las botas con las puntas cuadradas es la v¨ªctima. De aqu¨ª a imaginar que el asesino es la mujer hay un corto paso, puesto que la v¨ªctima debe ser uno de los dos.
En la cara del muerto el asesino dej¨® una revista mexicana de c¨®mics abierta en la historieta El Zorro y Croce ve en la pared escrita con sangre la letra Z. Me las tengo que ver con un bromista, se dice. Varias veces se ha enfrentado con asesinos cuya perversa pulsi¨®n criminal los convierte en chistosos mu?ecos barrocos que dejan rastros de su demon¨ªaco humor. ?Est¨¢ ante un caso como esos o se trata de una pista falsa para desviar la atenci¨®n? ?Y si las botas de mujer las calzara un hombre? ?Un alfe?ique de cuerpo enjuto y pies peque?os? ?Un sat¨ªrico y mal¨¦volo agente o c¨®mico del mal? No es la primera vez que se enfrenta con uno de esos t¨ªteres malvados de motivaci¨®n alegre, un payaso envenenado que se disfraza y urde escenas absurdas para divertirse a costa de las as¨ª llamadas fuerzas del orden. ?Un criminal que apueste al delirio y al desorden? Alguien como yo, piensa Croce, mi doble, mi otro yo que mata por sus razones pero que desaf¨ªa la ley mof¨¢ndose de la l¨®gica. Toda esta cadena de asociaciones no le ha llevado a Croce m¨¢s de un minuto, as¨ª que mientras infiere estas hip¨®tesis (un retrato psicol¨®gico del posible asesino, digamos) no deja de registrar el cuarto.
Croce observa despu¨¦s diversos detalles que le sugieren algunas deducciones: a) El muerto tiene el rostro alterado, con una expresi¨®n de odio y de terror. b) De sus labios se desprende un olor ligeramente amargo. El cad¨¢ver tiene un profundo tajo en la garganta, como si primero lo hubieran obligado a ingerir veneno y despu¨¦s le hubieran cortado el cuello. c) Como ya vimos, en la pared aparece garabateada con sangre la letra Z. Croce llega de inmediato a la conclusi¨®n de que se trata del signo que se asimila al vengador enmascarado de la leyenda y deduce que el motivo del crimen es una venganza, o quieren que ¨¦l piense eso para desviar las investigaciones, porque nadie en su sano juicio se hubiera tomado el macabro trabajo de usar la sangre del muerto para escribir una letra. No ha usado el dedo. Luego de una r¨¢pida requisa encuentra un pincel de los que se usan para dibujar con tinta china caracteres pictogr¨¢ficos del alfabeto chino. Tinta china y caracteres chinos. Ah¨ª hay algo, se dice. d) Encuentra un anillo encima de la v¨ªctima. Esto lo lleva a imaginar que tal vez el objeto haya servido para recordarle a la v¨ªctima una mujer muerta o lejana. (Croce, adem¨¢s, sabe enseguida, sin decirme por qu¨¦, que el anillo ha sido olvidado por el asesino y no dejado deliberadamente). e) En el suelo hay huellas de sangre, pero no hay rastros de lucha. De esto Croce concluye que la sangre pertenece al asesino, dado que sabe que los individuos femeninos son a menudo propensos a sangrar bajo el influjo de una emoci¨®n fuerte. Pero todo eso se pudo haber fingido para hacer creer que se trata de una mujer en uno de sus d¨ªas dif¨ªciles. Formula la hip¨®tesis de que el asesino es un hombre vestido de mujer que se ha hecho una herida y que su sangre es una pista falsa. Quiere que yo crea que es una mujer, piensa Croce. Encuentra un bolso de lona que huele a perfume femenino. ?Habr¨¢ tra¨ªdo ah¨ª su ropa de mujer y despu¨¦s de matarlo se disfraz¨®? Quiz¨¢, piensa Croce, todo es confuso y embrollado.
Llegado a este punto, Croce pasa a examinar atentamente toda la estancia, ayudado de una lupa y una cinta m¨¦trica. a) Observa las huellas de los tacos y mide los pasos y el n¨²mero de estos. De ello infiere (mediante c¨¢lculos que ¨¦l conoce) la talla de la fingida mujer, y establece que ha recorrido la estancia varias veces de un extremo al otro en una gran agitaci¨®n, dado que la longitud de sus pasos ha ido aumentando. b) Observa un montoncito de ceniza en el suelo y, por ciertas caracter¨ªsticas, establece que se trata de ceniza de un cigarro Lucky Strike.
Croce va a visitar al polic¨ªa que ha descubierto el cad¨¢ver durante su ronda nocturna y lo interroga. Esto nos da una prueba de que Croce piensa en el cochero como responsable del crimen: le pregunta si al salir de la casa donde encontr¨® a la v¨ªctima se cruz¨® con alguien en el camino y, al enterarse de que ha visto a una mujer, le pregunta si por casualidad llevaba un l¨¢tigo y si vio un coche. El polic¨ªa responde negativamente a ambas preguntas y describe a la mujer como alterada y embozada. La apariencia de la mujer hace que el vigilante la deje ir sin problemas. Esto confirma adicionalmente la hip¨®tesis de Croce: el asesino es un hombre vestido de mujer.
¡ª?No ser¨ªa un var¨®n? ?No vio algo raro en la chica que iba sola en ese descampado?
¡ªNegativo, contesta el agente.
En este punto, una vez abandonada la escena del crimen, Croce env¨ªa un telegrama. Nunca revela por qu¨¦ env¨ªa el telegrama, pero luego me dice que pidi¨® a La Plata, la ciudad natal de Torres, informaci¨®n sobre su matrimonio, con el fin de poner a prueba la hip¨®tesis sugerida por el anillo, es decir, que hay implicada una historia sentimental. Estar¨ªa complicada la supuesta mujer en el crimen. La jefatura est¨¢ segura de que s¨ª, pero Croce no comparte.
¡ªEl criminal ¡ªme dice¡ª quiere que pensemos que es una dama, pero yo no acepto esa conjetura.
¡ª?Y en qu¨¦ se basa?, le pregunto.
¡ªBueno, 50% de intuici¨®n y 50% de l¨®gica. Es demasiado evidente que quiere que pensemos eso.
Croce pone un anuncio en el peri¨®dico a nombre m¨ªo en el que informa que ha encontrado un anillo de oro en las cercan¨ªas de la laguna. Intenta incapaz de imaginarse que un ciudadano corriente haya podido relacionar el anillo con el asesinato, anillo que por lo tanto debi¨® perder en la calle. En resumen, la estratagema fracasa, porque quien acude por el anuncio no es el individuo enjuto, sino una anciana, que recoge el anillo y consigue zafarse de Croce.
Con el argumento de que el domicilio de Torres es el de la capital y que su quinta en el pueblo es una casa de fin de semana, la Polic¨ªa Federal interviene en el caso y margina a Croce, que sin embargo sigue investigando por su cuenta. Se lanza sin vacilar sobre otra pista: ha llegado a la conclusi¨®n de que un jockey es el asesino. Supone, adem¨¢s, que el jockey no ha dejado su actividad para no levantar sospechas a los pocos d¨ªas del crimen.
En este punto, tiene lugar un golpe teatral: se descubre una nueva v¨ªctima, apu?alada en el coraz¨®n. Se trata del secretario de Torres, a quien no hab¨ªa sido posible localizar. Este asesinato tambi¨¦n ha sido firmado Z. En el contexto de la historia, el nuevo crimen parece desmentir todas las hip¨®tesis. En la casa del secretario N¨²?ez, los federales se encontraron una carta escrita a m¨¢quina y firmada "Eduarda", en la que se insinuaba que Torres y N¨²?ez manten¨ªan con la mujer un tr¨ªo sexual con cama redonda incluida, dijo el inspector federal, y que la mujer los hab¨ªa matado por despecho y para liberarse de la enfermiza relaci¨®n.
Croce no cree en esa versi¨®n. Demasiado f¨¢cil, me dice con sorna. En realidad, si se examina bien, el hecho confirma los p¨¢lpitos de Croce. a) Un vecino ha visto escapar al asesino y confirma que se trata de un hombre enjuto y de complexi¨®n delgada. b) Una llamada de Rosa, la bibliotecaria, le confirma a Croce que Torres era un jugador compulsivo, que participaba en las carreras de trote y que era due?o de un caballo ganador. c) Una cajita que contiene dos p¨ªldoras confirma el uso (esta vez, el intento de uso) de veneno.
Despu¨¦s del segundo asesinato, la Polic¨ªa Federal est¨¢ convencida de que la asesina es una mujer de nombre Eduarda, pero esa noche el peoncito que cuidaba a los caballos aparece muerto con otra cuchillada certera y con el aroma de veneno en su boca. En la pared del cuarto de pensi¨®n est¨¢ dibujada la previsible Z y en la oreja izquierda del chico le han colocado un arete de mujer. Es el bromista una vez m¨¢s, decide Croce. ?Qu¨¦ tienen en com¨²n estas tres muertes? Hay dos planos ac¨¢, los motivos del crimen son recubiertos por la mascarada y la parodia. Un brib¨®n que usa el humor para distraer y disfrazar sus intenciones.
Entonces Croce decide ir al hip¨®dromo que est¨¢ a medio camino entre el pueblo y Tandil. Una pista oval de 1.600 metros, o sea de una milla inglesa, donde se corren carreras de sulkys y mucha gente apuesta fuerte. Croce se interioriza en la forma de la competencia. Las carreras de sulkys se corren generalmente por heats, y se proclama ganador el que consigue los dos mejores de tres heats o los tres mejores de cinco. Se conceden descansos suficientes para que los caba- llos tengan tiempo de refrescarse despu¨¦s de cada heat.
En el descanso Croce baja a la pista y, por las huellas que ha hecho fotografiar, deduce que el sulky que busca tiene flojo el fleje. Tiene flojo el fleje, recita Croce en voz baja.
?Por qu¨¦ flojo el fleje? Para darle m¨¢s control al conductor a costa de un trote m¨¢s duro, porque el carro no tiene ya suspensi¨®n. ?Entonces? No es posible buscar se?ales en la pista, es un embrollo de marcas cruzadas, pero puede ver los sulkys que paran veinte minutos entre cada heat. Tiempo suficiente, se dice. Se agacha a mirar y comprueba que dos carros tienen flojo el fleje, el 56 y el 44. Un tal Cristaldi y un tal Sibelius. Va a la zona de descanso y ve un enjambre de hombres flaqu¨ªsimos y de corta estatura que descansan tirados en colchonetas sobre el piso de un galp¨®n que da sobre la pista. No puede identificar al que busca y vuelve a las gradas.
Cuando se reanuda la carrera, decide que el suyo es el 44. El jockey viene revoleando la fusta y mira a los otros conductores con una actitud de soberbia teatral. No puede con su genio histri¨®nico. Adem¨¢s, en vez del gorro con vi- sera va con una rid¨ªcula gorra de vasco blanca. Le gusta hacerse notar al muy bandido, piensa Croce.
Antes de que termine la carrera va a las oficinas del hip¨®dromo. Ah¨ª comprueba que el fulano que busca es Sibelius. Un gran jockey, pero un fanfarr¨®n y un pendenciero. R¨¢pido sabe que el tal Sibelius hab¨ªa apostado contra s¨ª mismo y hab¨ªa ido a la retranca para perder. Se lo cont¨® el gerente, un hombre bajo y gordo encargado de pagar las apuestas.
No le cuesta demasiado trabajo comprobar con los empleados del hip¨®dromo que Sibelius hab¨ªa ido a menos en una carrera muy importante. Se dec¨ªa que Torres hab¨ªa perdido mucha plata, mientras que el jockey hab¨ªa ganado una fortuna apostando contra s¨ª mismo. No es seguro, pero Croce compra, como se dice, esa versi¨®n y ve ah¨ª, en esa deuda y en esa tramoya, la motivaci¨®n del crimen. Uno que apuesta contra s¨ª mismo y pierde deliberadamente una carrera calza bien en el perfil psicol¨®gico del siniestro bromista.
¨C Est¨¢ bajo observaci¨®n y es probable que lo descalifiquen, y que esta sea su ¨²ltima participaci¨®n en nuestras pruebas h¨ªpicas ¨Cle dice el gordinfl¨®n¨C, porque es una ove- ja negra. Aunque clasificado como profesional, lo nuestro tiene un esp¨ªritu amateur. Muy frecuentemente los conductores son los mismos due?os, inteligentes jinetes, que se hacen viejos en su profesi¨®n.
¨CEntonces, ?Sibelius es el due?o del caballo?
¨CNo ¨Cle contesta el hombre obeso¨C. El caballo y el sulky eran, o son ¨Cse rectifica¨C, del finado Torres.
Ya lo tengo, piensa Croce, est¨¢ claro como el agua.
Le gustaba hacerse notar y eso lo perdi¨®. Cuando volv¨ª al galp¨®n lo vi chacoteando y haci¨¦ndose el payaso. Lo encar¨¦ y se le cay¨® la careta, no imagin¨® que yo estuviera tan cerca. Es t¨ªpico de estos man¨ªacos que si uno les descubre la mascarada caen como chorlitos. No bien me di a conocer se afloj¨® como el fleje.
¨CSos un maestro ¨Cle dije, y mordi¨® el anzuelo¨C. ?C¨®mo hiciste para convencer a Torres para que fuera con vos esa noche a la quinta?
¨CMuy f¨¢cil ¨Calarde¨®¨C. Le capt¨¦ la psicolog¨ªa. Era un avaro y un jugador compulsivo, as¨ª que yo le ven¨ªa como anillo al dedo. Vamos ahora, le dije. Tenemos que arreglar cuentas. Estaba bajo mi influjo, me pasa a menudo. Tengo como un poder magn¨¦tico. ¨CEstaba loco, chiflado y con- vencido de que era un ser superior¨C. Yo lo tuteaba y ¨¦l me trataba de usted. Est¨¢ listo, cocinado, pens¨¦.
¨C?Y c¨®mo hiciste para que subiera al sulky? ¨Cle pregunt¨¦.
¨CLe dije que estaba lloviendo y el auto se iba a empan- tanar.
¨C?Y por qu¨¦ mataste a N¨²?ez?
¨CPorque ¨¦l pod¨ªa cobrarme la deuda de juego. Pedir la plata que yo le deb¨ªa a Torres.
¨CS¨ª, entiendo, ?y vos escribiste la carta?
¨CAfirmativo ¨Cdijo Sibelius.
¨C?Y al chico por qu¨¦ lo mataste?
¨CPara confundir a los pesquisas.
¨CUna ¨²ltima cuesti¨®n, ?y las pastillas de veneno por qu¨¦ las pusiste?
¨CPor joder.
En resumen, detuvo al jockey y lo llev¨® al calabozo: se trataba del asesino. Todos los polic¨ªas de la capital quedaron asombrados. Croce, siguiendo su misterioso hilo rojo, ha llegado a la prueba final, que confirma todas sus hip¨®tesis. El jockey confes¨® en el acto.
¨CEs raro que hayan ido juntos en el sulky a la casa esa noche ¨Cle dije.
¨CEso no tiene explicaci¨®n l¨®gica ¨Cme dijo Croce¨C. La l¨®gica no tiene cabida en la cabeza de Sibelius. Le dijo que estaba lloviendo y lo convenci¨®. Es irracional, es absurdo. En todos los casos hay un punto oscuro, sin motivaci¨®n, azaroso. Los cr¨ªmenes tienen una l¨®gica perversa.
¨C?Y la tinta china y los chinos? ¨Cle pregunt¨¦.
¨CMe extra?a ¨Cme dijo el comisario¨C. El caballo se llama Shangh¨¢i y el caso est¨¢ cerrado ¨Cconcluy¨®.
¨CUn treinta y tres por ciento de los cr¨ªmenes ¨Cdijo Croce¨C son pasionales y se dan en el medio familiar. Otro treinta y tres por ciento son cr¨ªmenes obligados, es decir, tienen motivaciones fuertes. El treinta y tres por ciento restante son cr¨ªmenes cometidos por tipos delirantes que se inventan una motivaci¨®n, pero en realidad matan porque les gusta y se inventan despu¨¦s los motivos. Y esos son los m¨¢s interesantes y son los que nosotros, o mejor, yo, tratamos de resolver. Est¨¢n llenos de detalles que no tienen funci¨®n. Por ejemplo, dejar el sulky en las caballerizas de la quinta y volver a buscarlo a la madrugada. ?C¨®mo se fue? Llam¨® a un taxi desde la estaci¨®n de ferrocarril. Son maniobras sin sentido, como dice un amigo, primero est¨¢ la voluntad de matar y luego buscan a la v¨ªctima y encuentran la raz¨®n.
¨C?Y el uno por ciento que queda suelto?
¨CEsos los resolvemos de chiripa. Son invisibles. En sus relatos p¨®ngales, si los escribe, los cr¨ªmenes invisibles ¨Cconcluy¨®¨C. ?Vamos a tomar una cervecita?
¨CC¨®mo no ¨Cle dije- y salimos a la calle y enfilamos para el almac¨¦n de los Madariaga.
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