Navegando hacia los barcos vikingos
La isla de los museos de Oslo, con el de los 'drakkars', el del 'Framm' y el de la 'Kon-Tiki', ofrece muchas novedades
Mil a?os despu¨¦s de la batalla naval de Nesjar (1016), la mayor y m¨¢s decisiva en el mar de la historia vikinga (aunque personalmente tengo una debilidad por la de Svolder, durante la que el gran Olaf Tryggvason, derrotado, se lanz¨® al agua con todo puesto, lo que inclu¨ªa coraza, casco y armas: se hundi¨®, claro), yo mismo navegaba por su escenario, el fiordo de Oslo. No iba a bordo del legendario Ormen Lange (Serpiente Larga), el barco de Olaf, de 52 metros y que necesitaba 120 remeros, sino del mucho m¨¢s humilde y peque?ito transbordador an¨®nimo que te lleva desde los muelles del puerto de Oslo a Bigdoy, la pen¨ªnsula de los museos, al oeste de la ciudad. Iba yo, eso s¨ª, aullando como un berserker gozoso (aunque lamentando no haber podido llevar mi espada, r¨¦plica de una Ulfberth, que no dejan viajar en cabina).
Bigdoy representa para m¨ª lo m¨¢s cercano a la felicidad que se puede alcanzar en este mundo: all¨ª se encuentran el museo de la Kon Tiki ¨Cla balsa de Thor Heyerdahl, en la que en una gloriosa ocasi¨®n me sub¨ª de extranjis-, el del Framm de Nansen ¨Cel m¨¢s famoso nav¨ªo polar de todos los tiempos: ah¨ª subirse no es m¨¦rito porque dejan, aunque has de ir con cuidado de no darte con la cabeza en los baos-, y el de los barcos vikingos ¨Cen esos est¨¢ prohibido meterse y es imposible porque tienen la borda muy alta-, sin olvidar el interesant¨ªsimo Museo Mar¨ªtimo Noruego. No puedo renunciar a contarles que actualmente este ¨²ltimo acoge una exposici¨®n (Torpedert, torpedeado) sobre el hundimiento de los mercantes noruegos por los submarinos alemanes que incluye una torreta de U-Boot y el ca?¨®n de cubierta (no dispara, lo he probado).
Bigdoy es como un gran parque tem¨¢tico para los amantes de la aventura, de la aventura con may¨²sculas, lleno de maravillas que no te cansas de explorar. Baste con decirles que en el del Framm, con muchas cosas nuevas, puedes ahora ponerte un arn¨¦s para probar (¡°at your own risk¡± y no recomendable si est¨¢s embarazada) tu capacidad de tirar de un trineo polar como si fueras un miembro de la sufrida expedici¨®n del capit¨¢n Scott (ya me dir¨¢n qu¨¦ iba a hacer una embarazada con Scott): arrastr¨¦ 300 kilos resoplando frente a un igl¨² y un oso blanco disecado que parec¨ªa re¨ªrse de mis esfuerzos. En el museo polar han a?adido tambi¨¦n una peque?a exposici¨®n sobre la Expedici¨®n Franklin (con un conmovedor fondo sonoro de toses), influencia sin duda de la serie El terror.
Desembarqu¨¦ en la primera parada de Bigdoy, Dronningen, pr¨¢cticamente lanz¨¢ndome a tierra como un lobo de Od¨ªn a la vista de un monasterio cristiano. Lo ¨²nico que me impidi¨® no llegar a la costa saltando entusiasta, audaz y faroleramente sobre los remos como Kirk Douglas/ Einar en Los Vikingos o como Rangvald, el protagonista de esa estupenda novela que es El rey medio ahogado, de Linnea Hartsuyker, fue que el barquito no ten¨ªa remos. Era precisamente la novela, puro disfrute con batallas, duelos, venganzas, viajes, amor¨ªos y reyes del mar, lo que me llevaba a Bigdoy, lleno de ansias vikingas, a revisitar el Vikingskipshuset, el museo de los drakkars, que guarda los tres c¨¦lebres barcos de Oseberg, Gokstad y Tune. Di el corto paseo desde el muelle al museo a paso ligero y con el coraz¨®n acelerado como si acudiera a una cita amorosa con Svanhild, la hermana de Rangvald y coprotagonista del libro, la princesa Aslaug (mi vikinga favorita, sobre todo desnuda bajo una red para truchas), de la serie Vikingos o la mism¨ªsima Sigrid de Thule (la favorita de Javier Mar¨ªas, as¨ª que dejemos que se bata ¨¦l por ella con el Capit¨¢n Trueno y con Gundar).
Por mucho que uno lo haya visto, el barco de Oseberg, que es el primero que te encuentras, en el vest¨ªbulo de entrada, corta la respiraci¨®n. Tiene unas l¨ªneas a la vez amenazadoramente afiladas y bellas. Lo imaginas tajando el mar abriendo surcos de espuma entre las olas y con la cabeza de drag¨®n de la proa (no la lleva) subiendo y bajando como un caballo encabritado en la marea. Tiene algo extraordinariamente funcional y n¨®rdico, como una apoteosis de Ikea pasada por el Valhalla.
En realidad el barco de Oseberg, que, enterrado en un t¨²mulo, sirvi¨® de tumba a dos damas, parece haber sido una lujosa nave de paseo costero dif¨ªcil de maniobrar a vela, un yate y no un barco de guerra. Ese papel lo ten¨ªa sin duda el de Gokstad, ¨²ltimo lugar de reposo de un caudillo y mucho m¨¢s austero. Estaba pintado de amarillo y negro y llevaba escudos en las bordas ¨Cse han encontrado 64, adem¨¢s de 12 caballos, 8 perros, 4 halcones y dos faisanes-. Con ¨¦l, un verdadero longship, pod¨ªas piratear a gusto y navegar hasta Islandia y m¨¢s all¨¢. Estaba ensimismado admir¨¢ndolo (y temi¨¦ndolo), cuando son¨® en el museo una trompa, como si atacara el mism¨ªsimo Ragnar Calzas Peludas. Segu¨ª el sonido hasta el ala donde se exhibe el tercer barco, el de Tune, peor conservado que sus dos hermanos mayores pero un nav¨ªo m¨¢s adaptado a navegar a vela y significativamente m¨¢s r¨¢pido. La noche parec¨ªa haber ca¨ªdo en el museo (era mediod¨ªa de verano) y las estrellas se ense?oreaban del techo abovedado. Se proyectaba el espectacular audiovisual (Vikingtiden lever, vikingos vivos) que es la nueva atracci¨®n del centro y que es muy deudor de las modernas reencarnaciones populares de los hombres del Norte como la televisiva Vikingos. Los drakkars vuelven a la vida navegando en fiordos nevados o batallando en una tormenta de espadas. Un guerrero cae al agua con una flecha en la cabeza y se hunde igual que en los t¨ªtulos de cr¨¦dito de la serie. El universo vikingo, incluida su cosmogon¨ªa, pasa ante los ojos en un prodigio de s¨ªntesis y eficacia narrativa. Cruc¨¦ una mirada con un ni?o rubicundo que parec¨ªa el sobrinito de Thor y estaba tan boquiabierto como yo: los dos asentimos apreciativos.
Sal¨ª del museo entusiasmado y cargado con mis compras de la tienda de recuerdos (una camiseta con cota de malla y espada estampadas que te hace parecer el timonel de Naddod el Vikingo, que desembarc¨® en Islandia al pasarse de largo las Feroe). Fuera en el prado merodeaban grandes cuervos. Corr¨ª alborozado avenida Langviksveien arriba en direcci¨®n a los dem¨¢s museos y la inacabable felicidad que promet¨ªa el d¨ªa.
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