Una fina herej¨ªa

Hay premisas cargadas de tanto promesa como peligro y la de Matar a Dios, primer largometraje del t¨¢ndem de cortometrajistas formado por Caye Casas y Albert Pint¨®, responde perfectamente a ese patr¨®n: una familia con una crisis en su seno recibe, durante su tensa celebraci¨®n de fin de a?o, la visita de un extra?o personaje que afirma ser Dios y les concede la potestad de elegir a los dos ¨²nicos supervivientes del inmediato Apocalipsis. Un punto de partida que quiz¨¢ hubiese llevado al Luis Bu?uel de El ¨¢ngel exterminador (1962) o La v¨ªa l¨¢ctea (1969) a frotarse las manos, pero que tambi¨¦n podr¨ªa dar pie a alguna de las m¨¢s fastidiosas modulaciones de lo que podr¨ªa calificarse como comedia friqui. Matar a Dios encuentra su singularidad en un territorio equidistante entre ambos extremos y descubre en esta pareja de cineastas a una formaci¨®n tan poco afecta a las f¨®rmulas como dispuesta a llevar hasta sus ¨²ltimas consecuencias un planteamiento sumamente arriesgado.

Casas y Pint¨® tienen talento para mantener una atm¨®sfera que resulta m¨¢s opresiva que grotesca, pero lo que eleva su apuesta es su capacidad para construir personajes y, sobre todo, su generosidad para confiarlos a manos de un elenco que defiende sus papeles como si, en efecto, esta fuese su ¨²ltima noche sobre el planeta. Ese Emilio Gavira que, sin histrionismos, parece estar pose¨ªdo por la divinidad col¨¦rica del Antiguo Testamento o una absolutamente soberbia Itziar Castro culminando el mon¨®logo de su confesi¨®n con una purificadora luz en la mirada proporcionan al relato algunas de sus cumbres, pero todo lo que les rodea, antes del valiente desenlace, no les va a la zaga. Casas y Pint¨® ven actores (may¨²sculos) donde el grueso de la industria audiovisual ve s¨®lo caracter¨ªsticos: sacrificando el dogma del star-system han obtenido una fina herej¨ªa.