El valor del rubor
Determinadas expresiones f¨ªsicas involuntarias han valido hist¨®ricamente como prueba de la inocencia o culpabilidad de una persona

Este texto iba a versar sobre el concepto de rigor. Me parec¨ªa que su ausencia pod¨ªa verse como hilo conductor de fondo del debate pol¨ªtico y medi¨¢tico de las ¨²ltimas semanas en nuestro pa¨ªs. Era mi intenci¨®n investigar el origen del concepto y ahondar en ¨¦l en los diferentes contextos que han adquirido relevancia en el debate p¨²blico ¡ªel acad¨¦mico, el parlamentario y el period¨ªstico¡ª. Conforme reflexionaba sobre el tema, la crispaci¨®n pol¨ªtica y medi¨¢tica alcanz¨® cotas tales que acab¨¦ por preguntarme si escribir sobre el rigor no ser¨ªa un ejercicio entre c¨¢ndido y vano. Mientras, como otros muchos ciudadanos, trataba de digerir el totum revolutum de acusaciones, falsas inculpaciones, extorsiones, mentiras y medias verdades vertidas en el foro p¨²blico, me sorprendi¨® una peculiar asociaci¨®n de ideas entre rigor mortis y rubor. La asociaci¨®n no es tan arbitraria: frente a la rigidez de la muerte, el rubor como expresi¨®n de vida. La habilidad para mentir sin sonrojarse de algunos de los protagonistas del actual contexto pol¨ªtico y medi¨¢tico invita a reflexionar sobre el rubor. No por casualidad Charles Darwin lo defini¨® como ¡°la m¨¢s peculiar y m¨¢s humana de todas las expresiones¡±.
"No es el sentimiento de culpa, sino el pensamiento de que otros piensan que somos culpables, lo que pone la cara roja", dijo Darwin
En La expresi¨®n de las emociones que Darwin public¨® en 1872, la dimensi¨®n fisiol¨®gica del rubor, esto es, ¡°la relajaci¨®n del recubrimiento muscular de las arterias a partir de las cuales los capilares se llenan de sangre¡±, adquiere r¨¢pidamente una dimensi¨®n moral cuando explica ¡°los estados mentales¡± que lo provocan. ?stos ser¨ªan ¡°la timidez, la verg¨¹enza y la modestia, siendo el componente esencial de todos ellos el estar pendiente de uno mismo¡±. De acuerdo a Darwin, los humanos empezamos a prestar atenci¨®n a nuestra apariencia al tener en cuenta la opini¨®n de los dem¨¢s y concluye: ¡°En completa soledad, la persona m¨¢s sensible ser¨ªa por completo indiferente a su propio aspecto¡±. Y precisa: ¡°No es el sentimiento de culpa, sino el pensamiento de que otros piensan o saben que somos culpables, lo que pone roja la cara. Una persona puede sentirse atormentada del todo por haber dicho una peque?a mentira sin ruborizarse, pero basta con la sospecha de que lo hayan notado para que al instante se sonroje, sobre todo si quien lo ha notado es alguien a quien respeta¡±.
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A la dimensi¨®n natural del rubor le acompa?a otra artificial no menos interesante que pone de manifiesto la milenaria historia del maquillaje y el fascinante juego cosm¨¦tico entre la palidez y el rubor. Tal y como cuenta Lisa Eldridge en Face Paint: The Story of Makeup (Abrams, 2015), culturas antiguas tan dispares como la china y la griega coincid¨ªan en su deseo de adquirir tonalidades faciales lo m¨¢s claras posible. Casi al mismo tiempo, surgieron los primeros cosm¨¦ticos y t¨¦cnicas destinadas a provocar rubor en labios y p¨®mulos: desde el ocre mezclado con grasa de los egipcios hasta el simple gesto de pellizcarse las mejillas de las mujeres victorianas.
Por una parte, la palidez era signo de feminidad y s¨ªntoma de una vida de escasa actividad f¨ªsica y poca exposici¨®n a los rigores del clima, por tanto, propia de las clases altas. Por otra, el rubor en p¨®mulos y labios se asociaba con juventud, buena salud y nuliparidad en las mujeres, explica la psic¨®loga Nancy Etcoff (La supervivencia de los m¨¢s guapos. La ciencia de la belleza. Debate, 2000). A?ade Eldridge, que el rojo, por sus propiedades f¨ªsicas, es, adem¨¢s, el color que estimula una respuesta inconsciente m¨¢s fuerte. La recreaci¨®n artificial de la palidez y el rubor alcanza su paroxismo en la moda decimon¨®nica de las falsas v¨ªctimas de tuberculosis de tez blanca y p¨®mulos enrojecidos emulando fiebre.
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Ocultar o fingir ciertas expresiones y estados es pues un viejo arte humano. La historia del maquillaje nos muestra c¨®mo hemos buscado controlar o emular la palidez y el rubor facial con diferentes finalidades. En paralelo, determinadas expresiones f¨ªsicas involuntarias han valido hist¨®ricamente como prueba de la inocencia o culpabilidad de una persona. Durante siglos, los inquisidores se sirvieron de la tortura para provocar ciertas reacciones irreflexivas y probar que alguien estaba pose¨ªdo por el mal. En algunos lugares, se sigue utilizando el pol¨ªgrafo para establecer la veracidad de una declaraci¨®n.
Si bien hoy parece haber cierto acuerdo cient¨ªfico sobre la imposibilidad de sostener una asociaci¨®n estricta entre ¡°los estados mentales¡± de los que hablaba Darwin y determinadas expresiones f¨ªsicas involuntarias, merece la pena regresar sobre la dimensi¨®n moral de las observaciones del padre de la gen¨¦tica moderna. De ellas se infiere que, s¨®lo renunciando al respeto del otro, convenci¨¦ndose de que uno est¨¢ solo en el mundo y nadie le observa cuando falta a la verdad, es posible evitar que ¡°los peque?os vasos de la cara se llenen de sangre por la emoci¨®n de la verg¨¹enza¡±.
En un sentido quiz¨¢ m¨¢s metaf¨®rico que real, cabe preguntarse si no es necesario en el contexto actual reivindicar el valor del rubor como expresi¨®n de la capacidad humana de sentir verg¨¹enza. Presuponiendo que ¨¦sta es precondici¨®n para la disculpa y la enmienda.
Olivia Mu?oz-Rojas es doctora en Sociolog¨ªa por la London School of Economics e investigadora independiente. Su blog es www.oliviamunozrojasblog.com
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