La aburrida realidad acab¨® con ¡®Making a Murderer¡¯
La segunda temporada de la serie documental que fue un fen¨®meno en 2015 no tiene tanto que contar
"La realidad supera a la ficci¨®n", clama el t¨®pico. Por desgracia no est¨¢ tan bien escrita, a?ado yo. Porque la vida no tiene resoluci¨®n ni estructura narrativa; no siempre da lo que busca el espectador. Eso se hace notar en el regreso de Making a Murderer.
La serie documental de Netflix fue uno de los fen¨®menos televisivos de 2015. Era de justicia. La historia de Steven Avery, preso que a?os despu¨¦s de ser falsamente encarcelado y liberado es detenido nuevamente por un homicidio que plantea muchas dudas, enganchaba como cualquier ficci¨®n. Y, lo mejor: serv¨ªa para construir un discurso demoledor sobre el funcionamiento de la justicia estadounidense, farragosa, trampeable y desigual. Pero su historia no terminaba tras esa d¨¦cada de prisi¨®n resumida en 10 episodios. La fama que le dio el documental hizo la historia m¨¢s relevante. Casi tres a?os despu¨¦s ya tocaba una continuaci¨®n.
El problema es que esta vez no solo conocemos la historia, sino que no hab¨ªa otras 10 horas que rellenar. La hero¨ªna ahora es Kathleen Zellner, abogada sin ambages a lo Diane Lockhart o Annalise Keating que toma el caso por los cuernos y se pone a indagar pericialmente cada detalle del caso. Pero entre recursos c¨ªclicos y peritos que demuestran que todo est¨¢ mal, Zellner vende mucho, y logra poco. Su falta de trama hubiera funcionado mejor con el modelo de The Staircase: especiales de uno o tres episodios que volv¨ªan al lugar a?os despu¨¦s.
A falta de un hilo conductor como el de juicio, el documental intercala subtramas como los problemas econ¨®micos y de salud de sus padres, el drama de su sobrino Brendan, tambi¨¦n encarcelado y alma de la serie, o la b¨²squeda del verdadero asesino. Si bien, m¨¢s all¨¢ de un t¨®rrido romance carcelario, se olvida de las consecuencias que el circo medi¨¢tico ha tenido en el caso, siguiendo la estela de American Crime Story: El Pueblo contra O. J. Simpson, o la propia The Staircase, donde las consecuencias del documental se convert¨ªan en argumento judicial.
No le faltan momentos en los que nos vemos empujados salir a la calle a manifestarnos, de emoci¨®n pura y consecuente frustraci¨®n (de esto hay toneladas). Nos gusta vivir con los Avery. Se les coge cari?o. Pero la realidad a veces no es tan interesante.
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