La Andaluc¨ªa de siempre
Hay una Andaluc¨ªa de siempre. Una Andaluc¨ªa que canta, que baila, que toca; que encala sus patios convirti¨¦ndolos en espejo de las nubes, en lugares cuya luz da vida a todas las flores del sur. Y una Andaluc¨ªa que es pasi¨®n por su Semana Santa y por tradiciones que, como los caleros de Mor¨®n, son un signo de identidad.
Se pierden en el tiempo los or¨ªgenes del flamenco, de esa m¨²sica en la que las melod¨ªas, los tonos, los ritmos y los tiempos son casi un milagro, un alarde de creatividad y la manifestaci¨®n de un misterio. Inscrito en 2010 en la lista de la UNESCO representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, el flamenco, esa expresi¨®n del alma de los gitanos, es tan eterno como universal. Como la m¨¢s fuerte de las emociones, viaja por el interior de quien lo interpreta, ya sea con la voz, con el cuerpo o con un instrumento, y tambi¨¦n por las honduras de quien escucha esos compases donde est¨¢n inscritas di¨¢sporas, pero que tambi¨¦n retratan lugares donde hace mucho que manda el jondo, lugares donde han nacido tanto duende, tantos palos. Si decimos Triana, Jerez de la Frontera o C¨¢diz, decimos mucho y decimos poco, porque el flamenco impregna Andaluc¨ªa toda. La de los pescadores, la de los jornaleros, la de los mineros, la del campo, las ciudades, los barrios y los pueblos. La de siempre.
El tiempo no pasa por alguno de sus rincones. Pasan, d¨ªa tras d¨ªa, la luz del sol y las sombras, pero no el tiempo, por las encaladas paredes de los patios cordobeses, a?o tras a?o engalanados con centenares de macetas donde crecen las flores por millares. Son estos patios, herencia de las culturas que aqu¨ª se asentaron, otra de las manifestaciones de la Andaluc¨ªa eterna. Pueden ser patios de arquitectura antigua o moderna, grandes o peque?os, sencillos o historiados, se?oriales o populares, pero siempre son patios de luz, de color y de agua. Lugares de silencio y de frescura que invitan a la estancia amable y a la ¨ªntima conversaci¨®n.
De la Andaluc¨ªa de siempre son tambi¨¦n las manifestaciones religiosas de su Semana Santa, en las que el pueblo andaluz, que la vive con pasi¨®n, se vuelca por completo. Las calles se vuelven templos donde cobran vida im¨¢genes que, adem¨¢s de obras de arte, son objeto de la devoci¨®n de miles. Acompa?an las gentes sus recorridos a veces en silencio, a veces cantando, piropeando a v¨ªrgenes y cristos o jaleando a quienes los portan sobre sus hombros. En todos los pueblos y ciudades andaluzas vibra la Semana Santa, pero hay diez lugares, en el coraz¨®n geogr¨¢fico de la comunidad, en los que se vive con especial intensidad y en los que la historia, el patrimonio art¨ªstico y las tradiciones son especialmente ricas. Alcal¨¢ la Real, en Ja¨¦n; Baena, Cabra, Lucena, Priego y Puente Genil, en C¨®rdoba, y Carmona, ?cija, Osuna y Utrera, en Sevilla, son protagonistas de la esencia de Andaluc¨ªa y etapas de un bautizado Camino de Pasi¨®n que tambi¨¦n lo es de emociones, cultura y autenticidad.
Y genuina es, sin duda, esa blanqu¨ªsima cal que ilumina desde siempre las paredes y las tapias de una Andaluc¨ªa que se quiere espejo de lo inmaculado. Es la cal de los caleros de Mor¨®n, esos hombres que en el pueblo casi hom¨®nimo, Las Caleras de la Sierra, a los pies de la sierra de Esparteros, siguen elaborando cal con el mismo sistema artesanal de hace siglos. En el lugar se conservan dos hornos muy antiguos, y se ha levantado un museo en el que, adem¨¢s de dar cuenta de los sistemas, herramientas y tradiciones de los caleros, se llevan a cabo un gran n¨²mero de actividades y programas creativos en torno a la cultura de la cal. El oficio de calero, tambi¨¦n reconocido por la UNESCO en 2011 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y uno de los signos de identidad de la tierra andaluza, sigue vivo.