Hombretones verdes
Cuando lo fant¨¢stico se cruza con lo real, la cosa se vuelve inclasificable y el riesgo de invisibilidad crece: el caso de 'La se?ora Caliban' de Rachel Ingalls
El a?o 1999, Christopher Buckley, el tipo que escribi¨® la novela en la que se bas¨® Gracias por fumar de Jason Reitman (Juno), public¨® una s¨¢tira social marciana ¨C s¨ª, con marcianos, o supuestos marcianos ¨C que llevaba por t¨ªtulo Hombrecitos verdes. La novela, que lleg¨® a Espa?a en 2003 v¨ªa Sexto Piso, era pura pol¨ªtica ficci¨®n paranoico delirante: su protagonista era el presentador del programa pol¨ªtico de m¨¢xima audiencia de los Estados Unidos, un tal John Oliver Banion, un tipo engre¨ªdo y destructivo que acababa, sin saber muy bien c¨®mo, siendo abducido por los extraterrestres. O lo que ¨¦l y el resto de la sociedad norteamericana cre¨ªa que eran los extraterrestres. ?La verdad del asunto? Que un rid¨ªculo error en el sistema hac¨ªa que un agente de la ultrasecreta Majestic 12, la agencia gubernamental encargada de alimentar la creencia en extraterrestres ¨C con el fin de impulsar colosales programas armament¨ªsticos y espaciales ¨C, lo abdujera sin querer. Lo que sigue es un delicioso caos medi¨¢tico y gal¨¢ctico inolvidable, plagado de hombrecitos verdes, que, sin embargo, pas¨® francamente desapercibido. Todo el mundo sabe, o eso parece, que cuando lo fant¨¢stico se cruza con lo real, la cosa se vuelve inclasificable y el riesgo de invisibilidad crece.
Podr¨ªa decirse que algo parecido le ocurri¨® a Rachel Ingalls. Aunque ella tenga otra explicaci¨®n. Rachel Ingalls naci¨® en 1940 en Estados Unidos. En alg¨²n momento, se mud¨® a Inglaterra, y no se ha movido de all¨ª desde entonces. Fue all¨ª donde empez¨® a escribir. Public¨® su primera novela en 1970. Pero fue con la tercera que se convirti¨® en una peque?a celebridad. La tercera era una s¨¢tira dom¨¦stica, una pieza de c¨¢mara amargamente c¨®mica protagonizada por Dorothy, una ama de casa sin hijos ¨C nada ha vuelto a ser lo mismo desde que perdi¨® al peque?o Scotty ¨C que no pide explicaciones a su marido infiel ¨C Fred siempre tiene prisa, siempre se est¨¢ anudando la corbata para salir, y no le presta la m¨¢s m¨ªnima atenci¨®n ¨C y que ha empezado a o¨ªr voces que le susurran cosas desde la radio, cosas como ¡°todo saldr¨¢ bien¡± y ¡°no te preocupes por nada¡±. De ah¨ª que cuando escuche que una especie de monstruo marino se ha escapado del Instituto Oceanogr¨¢fico crea que lo m¨¢s probable es que su mente enferma se lo est¨¦ inventando. Pero, ?qu¨¦ pasar¨ªa si no fuera as¨ª? ?Qu¨¦ pasar¨ªa si el monstruo resultase ser un encantador hombret¨®n verde de lo m¨¢s servicial? ?Qu¨¦ pasar¨ªa si ella lo encontrase un d¨ªa en la cocina y se prestase a esconderlo en casa e iniciase una peque?a (y del todo reveladora) aventura con ¨¦l?
Considerada nada menos que una de las 20 mejores novelas publicadas en Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, La se?ora Caliban (Min¨²scula), que acaba de rescatarse ahora en espa?ol, se edit¨® originalmente en 1982, y explora, desde un punto de vista que linda con lo fant¨¢stico, sin entregarse por completo aunque fingiendo hacerlo ¨C como les ocurre a los Hombrecitos verdes de Christopher Buckley ¨C, la psique femenina, psique que la autora disecciona desde tres frentes: el del duelo por la p¨¦rdida (o la maternidad imposible); el del fracaso matrimonial (y la soledad infinita del ama de casa abandonada), y el de la no del todo fiable amistad entre mujeres cuyo mundo es tan peque?o que no son capaces de salir de ¨¦l (o la cruel competencia en la lucha sin tregua por la supervivencia sentimental). Puede que en su l¨²dica aproximaci¨®n al g¨¦nero ¨C podr¨ªa ser el pariente m¨¢s lejano de La forma del agua de Guillermo del Toro ¨C se encuentre la raz¨®n de su invisibilidad hasta la fecha, aunque su autora extiende el prejuicio al resto de su obra. Cree que lo que ocurre es que escribe libros demasiado cortos ¨C La se?ora Caliban apenas tiene 120 p¨¢ginas ¨C y que los libros demasiado cortos nunca se toman en serio. Aunque lo m¨¢s probable es que sea cosa de que en el momento en que se public¨® lo cotidiano fant¨¢stico no estaba ya (ni a¨²n) de moda.
Babelia
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