¡®Star Trek¡¯: el rescate de las democracias asediadas
La vindicaci¨®n de 'Star Trek' a valores ilustrados cl¨¢sicos planta cara al cinismo posmoderno y a los gru?idos neopopulistas
Escribir sobre Star Trek tiene m¨¢s peligro que hacerlo sobre cualquier religi¨®n: es imposible componer tres p¨¢rrafos sin incurrir en varias herej¨ªas y excomuniones, as¨ª que lo m¨¢s sensato (y cobarde) es avisar de que este texto no habla sobre Star Trek, sino sobre lo que puede significar el renacer de Star Trek en estos tiempos de turbulencia, ultraderecha triunfante y nacionalismos satisfechos.
He escrito renacer y ya he ca¨ªdo en la primera herej¨ªa. ?C¨®mo va a resucitar algo que nunca ha muerto? Desde 1966, Star Trek ha sido una constante medular en la cultura pop, un fen¨®meno que ha ido mucho m¨¢s all¨¢ de las autorreferencias trekkies y del nicho de la ciencia-ficci¨®n (nueva herej¨ªa, y dejo de contarlas: en rigor, Star Trek no es una serie de ciencia-ficci¨®n, su g¨¦nero es m¨¢s de aventuras o de w¨¦stern). Siempre ha habido una pel¨ªcula y siempre ha estado en la tele. Y si bien es cierto que en los ¨²ltimos a?os las versiones del cine ten¨ªan muy buena salud, gracias en buena medida a que J. J. Abrams ha dirigido dos largos, la esencia trekkie, la televisiva, languidec¨ªa hasta el a?o pasado, cuando se estren¨® Discovery, la serie que ha revolucionado y puesto del rev¨¦s todo el universo de Star Trek. No se produc¨ªa una serie de la saga desde 2005, cuando se cancel¨® Enterprise por bajas audiencias: hasta los m¨¢s irreductibles dieron la espalda a un producto que nunca estuvo a la altura de las otras series, ni por asomo (?herej¨ªa? Un poco, pero es que hasta la nave era cutre, parec¨ªa una lata de sardinas azulona y claustrof¨®bica, nada que ver con el futurismo pop, pizpireto y colorido de las naves cl¨¢sicas).
Y aqu¨ª es donde quer¨ªa yo llegar. El fracaso de Enterprise tal vez no fue solo una cuesti¨®n de calidad, sino de agotamiento discursivo. Star Trek hab¨ªa dejado de interpelarnos. La sociedad se hab¨ªa vuelto demasiado c¨ªnica y descre¨ªda para un relato tan idealista y na¨ªf. En los 12 a?os que van de la cancelaci¨®n de la pen¨²ltima Star Trek al ¨¦xito de la ¨²ltima, la cultura occidental le ha cogido gusto al apocalipsis. Los zombis, los planetas arrasados, las epidemias y toda suerte de negruras armaged¨®nicas se ganaron el favor de un p¨²blico al que la crisis financiera de 2008 no le hab¨ªa dejado tiempo ni sitio para creer en la bondad roussoniana del ser humano.
Gene Roddenberry concibi¨® Star Trek en los a?os sesenta desde la fe optimista e ilustrada en el progreso. A partir de la primera secuela, The Next Generation, protagonizada por el capit¨¢n Jean-Luc Picard, aboli¨® la noci¨®n de conflicto entre los humanos y el resto de especies de la Federaci¨®n de Planetas. De hecho, el requisito fundamental para que los nuevos mundos se unan a la federaci¨®n es que hayan superado cualquier forma de enfrentamiento entre ellos (ese es el argumento de fondo de una de las mejores series, Espacio profundo nueve, que transcurre en Bajor, un planeta que se postula a federarse, pero no puede porque a¨²n tiene facciones rebeldes y restos de una guerra colonial). Por tanto, los personajes no pod¨ªan pelearse entre s¨ª, ni tener envidias, ni conspirar, ni hacerse la pu?eta de ning¨²n modo, lo que supuso un desaf¨ªo creativo para los guionistas que, hasta el fiasco de Enterprise, sortearon con mucha gracia.
El presidente Donald Trump es un cardasiano; los xen¨®fobos europeos, romulanos, y los islamistas, klingons
Estrenada en 1966, Star Trek es un producto de la Guerra Fr¨ªa. Abundan los personajes secundarios con nombre ruso y las naves que se llaman Gagarin o Yang-ts¨¦, para dibujar una humanidad hermanada donde nadie es enemigo de nadie. Desde la primera secuencia, la serie ha interpelado el aqu¨ª y el ahora, y los dilemas morales y pol¨ªticos que plantea son radicalmente actuales. Por eso sonaba tan extempor¨¢nea a comienzos del siglo XXI, donde incluso los dibujos animados infantiles tienen carga par¨®dica y hasta c¨ªnica. Las aventuras de la Flota Estelar sonaban a siglo XX y, sin embargo, han resucitado con mucha fuerza.
El ¨¦xito de la precuela Discovery, ambientada una d¨¦cada antes de la ¨¦poca de la serie original, a mediados del siglo XXIII, y protagonizada por la hermanastra del se?or Spock, es solo el pr¨®logo de un bombardeo trekkie. CBS prepara la producci¨®n de cinco nuevas series de la saga, el regreso inesperado del capit¨¢n Picard, 30 a?os despu¨¦s de The Next Generation, y varias pel¨ªculas. ?Qu¨¦ ha cambiado en estos pocos a?os? ?Qu¨¦ ha sucedido para que le quitemos el polvo a un mito de la era yey¨¦? No puede ser solo nostalgia ni relectura ir¨®nica, porque Star Trek va en serio: no se puede ver con distancia. O te comprometes con la misi¨®n exploratoria y civilizadora de la Flota Estelar o no hay forma de seguirla.
Creo que un mundo receptivo a la inocencia ecum¨¦nica de Star Trek es un mundo asustado que se agarra a la antigua fe ilustrada en el progreso como un corcho flotante. Que vuelva a ponerse de moda es un s¨ªntoma del desconcierto y la soledad de una parte de la sociedad, que ve c¨®mo se agrietan algunos cimientos de la democracia y no sabe c¨®mo repararlos ni c¨®mo espantar a los picapedreros y dinamiteros que los est¨¢n destrozando. Donald Trump es un cardasiano; los xen¨®fobos europeos, romulanos, y los islamistas, klingons. Cualquier dem¨®crata europe¨ªsta y estupefacto se identifica con una Federaci¨®n de Planetas que parece fuerte, pero que en realidad es muy fr¨¢gil y desvalida por sus propios principios humanistas. Sus escr¨²pulos morales hacen de ella una presa f¨¢cil para unos enemigos que no se detienen ante nada y que saben aprovecharse de su fiereza y agresividad. Pero, m¨¢s all¨¢ de la identificaci¨®n, es a la vez una ficci¨®n salvadora: todos los espectadores saben que la Flota Estelar vence siempre y en todo caso, y que sus principios se acaban imponiendo frente a la barbarie y el caos. Es un consuelo y una certeza que dif¨ªcilmente encontrar¨¢ un lector de peri¨®dicos.
No es tampoco casual que unos intelectuales llamados nuevos optimistas, encabezados por Steven Pinker, acaparen hoy una parte importante de la discusi¨®n p¨²blica. Su vindicaci¨®n de los valores ilustrados cl¨¢sicos frente al cinismo de la posmodernidad marida perfectamente con este esp¨ªritu trekkie. Tal vez, entre unos y otros, est¨¦n empezando el rearme de la democracia frente a los neopopulismos. O tal vez solo sean modas sin dobles lecturas, pero a algo hay que aferrarse, porque s¨ª es cierto e indudable que los dem¨®cratas nos quedamos sin fuelle, sin voz y sin audiencia en un mundo asediado por gritos y gru?idos. No nos vendr¨ªan nada mal unos aliados que nos echen un cable, aunque sean vulcanianos.
Babelia
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