La seducci¨®n de la ¡®videocracia¡¯
Palpita en la pel¨ªcula de Sorrentino una extra?a fascinaci¨®n por ese imaginario hipersexualizado de 'velinas' loando al amado l¨ªder
Erik Gandini esgrimi¨® el concepto de la maldad de la banalidad ¡ªinversi¨®n de la banalidad del mal de Hannah Arendt¡ª para describir el patol¨®gico universo que document¨® en su brillante Videocracy (2009), descenso a los infiernos del Berlusconismo en el que no resultaba tan importante la figura del mandatario como el alto radio de infecci¨®n moral que se extend¨ªa a su alrededor. El material parec¨ªa pedir a gritos una mirada sat¨ªrica, pero Gandini prefer¨ªa no frivolizar y dejar al espectador con la sangre progresivamente helada. En uno de los momentos m¨¢s inenarrables de Videocracy se mostraba el v¨ªdeo de la campa?a presidencial de Berlusconi, con la canci¨®n Meno male che Silvio c¡¯¨¨!, que acabar¨ªa alcanzando el top 10 en Spotify tras su resurrecci¨®n para las elecciones de 2018.
SILVIO (Y LOS OTROS)
Direcci¨®n: Paolo Sorrentino.
Int¨¦rpretes: Toni Servillo, Riccardo Scamarcio, Elena Sofia Ricci, Kasia Smutniak.
G¨¦nero: comedia.
Italia, 2018
En Silvio (y los otros) ¡ªmontaje internacional de lo que originalmente es un d¨ªptico: Loro y Loro 2¡ª, Paolo Sorrentino recupera el himno y reconstruye, a su particular manera, un v¨ªdeo electoral, pero lo que transmiten sus im¨¢genes, bajo el subrayado de que todo es una supuesta s¨¢tira feroz, no es lo mismo que transmit¨ªa la pel¨ªcula de Gandini: palpita una extra?a fascinaci¨®n por ese imaginario hipersexualizado de velinas loando al amado l¨ªder. Fascinaci¨®n que no s¨®lo recorre esta secuencia, sino que se convierte en clave est¨¦tica dominante de toda la pel¨ªcula. La pregunta a formularse es si es posible contar a Berlusconi evitando la vulgaridad est¨¦tica de un sistema de poder fundamentado en lo que podr¨ªamos llamar la proxenetizaci¨®n de la pol¨ªtica. En otras palabras, Silvio (y los otros) es una pel¨ªcula que grita bien alto su intenci¨®n de burlarse de Berlusconi al tiempo que se rinde una y otra vez a la seducci¨®n de su obsceno imaginario.
Toni Servillo galvaniza la pantalla ¡ªy, quiz¨¢, llega al hueso del personaje¡ª en el largo mon¨®logo en el que Berlusconi recupera su esencia de vendedor al llamar a una solitaria votante posible, pero en el resto de la pel¨ªcula rara vez logra trascender la m¨¢scara. Silvio (y los otros) llega incluso a flirtear con la idea de un Berlusconi contemplado como h¨¦roe tr¨¢gico rom¨¢ntico, con esa alusi¨®n al parecido entre sus amantes y su esposa hostil y esquiva que tiene todas las trazas de un blanqueado de esencias cipotudas. Al final, el terremoto de L¡¯Aquila sirve la excusa para un enf¨¢tico gesto ideol¨®gico disfrazado de duelo religioso, que llega tarde y suena falso.
Babelia
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