Somos tipos de letra
Una mirada a la concepci¨®n de los libros, desde el dise?o de la cubierta hasta la tipograf¨ªa
La tipograf¨ªa o ¡°arte de imprimir¡± es el traje con el que vestimos las palabras. Cada ¨¦poca tiene sus propios gustos y encuentra por lo general el suyo m¨¢s elegante y acertado que el de sus padres y abuelos, y por eso cambia cada poco de patronajes, telas, colores (la Corte espa?ola de los Austrias impuso el negro, como es sabido, en los nobles europeos, y la Corte de Parma hizo lo propio con los tipos bodonianos en toda Europa). A veces es s¨®lo una cuesti¨®n de moda (el pantal¨®n campana o el cuello de las camisas), pero otras va m¨¢s all¨¢ de la moda y ha desempe?ado un papel importante en la transformaci¨®n de la sociedad y en la conquista de las libertades (minifalda, biquini).
S¨®lo con ver un sombrero sabemos a qu¨¦ ¨¦poca, clase social o incluso ideolog¨ªa pertenece la persona que lo lleva (tubular, bicornio, gorra): ¡°Los rojos no usaban sombrero¡± fue el famoso eslogan con el que una sombrerer¨ªa celebr¨® la entrada de las tropas de Franco en Madrid, intentando con ello resarcirse de tres a?os de p¨¦rdidas. Tschichold y sus amigos de la Bauhaus consideraron que la sociedad sin clases, por la que luchaban, merec¨ªa un alfabeto sin may¨²sculas: todas proletarias trabajando para el sentido (el Estado). Lo primero que hizo Hitler al subir al poder fue, claro, postergar y evitar la letra Futura y otras parecidas, por izquierdistas, al tiempo que inici¨® la persecuci¨®n de los bauhaustas, muchos de ellos jud¨ªos, y restablecer como letra oficial del Tercer Reich la G¨®tica, que en Alemania hab¨ªa sido hegem¨®nica hasta bien entrado el siglo XX. Para el que no est¨¦ habituado a leer en ella, es una letra endiablada. Puede que lo fuese incluso para muchos alemanes, y los editores modernos la arrumbaron. Pero Hitler pag¨® ¡°por do m¨¢s pecado hab¨ªa¡±: al comenzar la invasi¨®n de Polonia que dio inicio a la Segunda Guerra Mundial y la consiguiente expansi¨®n hacia el norte, sur y este de Europa, se vio obligado a sustituir en los r¨®tulos de carretera e impresos la letra G¨®tica, impenetrable para los aliados del Reich, por¡ una versi¨®n de la letra Futura (una de palo seco, mucho m¨¢s clara y funcional), justificando el cambio en que la G¨®tica era una letra¡ ?jud¨ªa!
¡°En edici¨®n diferente, los libros dicen cosa distinta¡±, escribi¨® el poeta Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, el primero de los autores espa?oles al que preocup¨® y se ocup¨® de verdad de estas cuestiones tipogr¨¢ficas. Porque cre¨ªa ¨¦l que la tipograf¨ªa deb¨ªa transparentar algo del pathos de lo escrito. Si concedemos que lo que nos emociona del arte y de la literatura es el sentimiento que se nos da en uno y otra, a la tipograf¨ªa hemos de tratarla como otro sentimiento m¨¢s. La palabra amor no dice lo mismo escrita en letra g¨®tica, inglesa o psicod¨¦lica (esta ¨²ltima muy apreciada todav¨ªa en los r¨®tulos de discotecas y bares de alterne). Resulta harto dif¨ªcil hoy en el Pa¨ªs Vasco (tambi¨¦n en Iparralde) entrar en una taberna cuyo r¨®tulo no est¨¦ compuesto en esa clase de letras vascas tan corrientes en ese territorio (se llaman as¨ª, y siempre en may¨²sculas, apabullando): parecen cortadas con un hacha (no necesariamente la que figura en el anagrama de ETA, que por cierto tambi¨¦n usaba esa tipograf¨ªa racial en sus cartas de extorsi¨®n y comunicados). E igual sucede con muchos asadores y restaurantes de toda Espa?a cuyas muestras est¨¢n compuestas en letra g¨®tica, de efecto disuasorio (al menos para m¨ª), porque parecen sugerir que los corderos que nos vayan a servir llevan asados desde la Edad Media.
Quiere decirse con ello que la tipograf¨ªa ha tenido y tiene una importancia capital en el desarrollo de la sociedad, mediante la comunicaci¨®n y propaganda, y en el conocimiento humano. A veces la comprensi¨®n o legibilidad de un texto depende ¨²nicamente del ojo de la letra (y eso hace m¨¢s vers¨¢til la Helv¨¦tica que la Futura, siendo ambas de palo seco: la a poco se aleja de la o). Los peque?os detalles determinan, pues, el texto y el mensaje, por insignificantes que le parezcan a un profano, y Fran?ois Mitterrand no gan¨® unas elecciones presidenciales hasta que sus asesores de imagen le convencieron para que acortara sus colmillos, que le daban un parecido preocupante con Dr¨¢cula.
Con la irrupci¨®n en nuestras vidas de los ordenadores personales, y por primera vez en la historia de la escritura humana, todos nos hemos convertido en tip¨®grafos, al igual que los smartphones han hecho de nosotros unos fot¨®grafos aficionados. Y desde que instalamos en nuestras casas una impresora, tenemos a mano, a cualquier hora del d¨ªa y de la noche, una peque?a imprenta, una minerva digital, dir¨ªamos, el sue?o de todos los libelistas desde hace cinco siglos. En apenas 20 a?os y en menos tiempo de lo que tardo en cont¨¢rselo, tenemos a nuestro alcance fondos bibliogr¨¢ficos incalculables, y las ense?anzas que hasta hoy tardaban a?os en pasar de maestros a aprendices, se nos dan con un solo clic. Sin el menor problema de almacenaje, en nuestros ordenadores se guardan m¨¢s tipos de letras que chibaletes pudo contener la mejor imprenta. Quiero decir que cada vez que abrimos un documento en nuestra pantalla y escribimos algo en ¨¦l, la palabra amor, por ejemplo, estamos haciendo de tip¨®grafos, como aquel personaje de Moli¨¨re hablaba en prosa sin saberlo. Lo l¨®gico, pues, ser¨ªa que nos tom¨¢ramos en serio la tipograf¨ªa, porque puede que, sin saberlo, usted est¨¦ diciendo o sugiriendo algo diferente de lo que quiere decir, s¨®lo porque no es consciente de c¨®mo lo est¨¢ diciendo.
La tipograf¨ªa es una ciencia sencilla y sutil, hecha de proporciones, cuerpos de letra, tama?o de caja y blancos de p¨¢gina. Se aprende, como la mayor parte de los oficios, mirando y copiando. Hay que saber mirar y saber copiar. A JRJ le molestaba que Jorge Guill¨¦n y los poetas del 27 fueran a hurto a la imprenta Aguirre, donde se imprim¨ªan sus prodigiosas revistas unipersonales, y se sirvieran de los mismos tipos que ¨¦l personalmente hab¨ªa buscado, encontrado y pagado de su bolsillo. Dec¨ªa: ¡°Que vayan un poco m¨¢s lejos a robar¡±. Seguramente es lo que habr¨¢n pensado los creadores del Beauty Salon al ver c¨®mo su logo (muy cursi, por cierto) es el mismo con el que Podemos publicita la Rep¨²blica.
Se puede y se debe copiar, desde luego. JRJ lo hizo tambi¨¦n, de los impresos de Whistler y los tip¨®grafos elzevirianos ingleses. Dec¨ªa d¡¯Ors que el plagio s¨®lo est¨¢ permitido si va seguido de asesinato. Quer¨ªa decir con ello que s¨®lo si el plagio es tan bueno como el original o lo supera, deja de ser plagio, lo que nos lleva a otro de sus aforismos, que deber¨ªa figurar en la carcasa de las impresoras y ordenadores: todo lo que no es tradici¨®n es plagio.
En 1957 se public¨® Momento tipogr¨¢fico, una selecci¨®n de cabeceras de cartas comerciales, obra de un tip¨®grafo para m¨ª desconocido, Jos¨¦ Garc¨ªa Almagro. Una joya, una obra maestra de nuestra modesta tipograf¨ªa. Est¨¢ a la altura de ?mster y Giralt-Miracle, dos de los mejores tip¨®grafos espa?oles del siglo XX. Y sin embargo, es un libro original a medias, porque algunos de los modelos, como declara, los ha tomado del extranjero ¡°para que sirvan de comparaci¨®n¡±. Los suyos propios no tienen nada que envidiar a ninguno de los for¨¢neos. ¡°Cabr¨ªa haber introducido una mayor variedad en los modelos con m¨¢s diferentes tipos¡±, confiesa en una brev¨ªsima nota, ¡°pero no lo he cre¨ªdo conveniente por estimar que con unos cuantos tipos de letra ¡ª?los normales en una peque?a imprenta¡ª y un poco de imaginaci¨®n pueden lograrse infinidad de modelos. Y a?adir¨¦ un dato de la mayor importancia: la totalidad de la obra est¨¢ impresa en una minerva de plato¡± [la m¨¢s peque?a y rudimentaria].
La ense?anza de Garc¨ªa Almagro es la de cualquier buen pedagogo: no son necesarios ni grandes medios ni grandes alardes para componer un libro o dise?ar un logotipo. En los ordenadores suelen venir por defecto un cent¨®n de familias tipogr¨¢ficas, cada una de ellas con sus versales, versalitas y min¨²sculas, redondas y cursivas, negritas y finas. Lo primero que deber¨ªa hacerse es tirar la mayor parte de ellas a la papelera y quedarse con una docena. Suficiente. A menudo las tropel¨ªas tipogr¨¢ficas son consecuencia tanto de la ignorancia de la tradici¨®n como de la sobreabundancia de medios. C¨®mo escoger las que se quedar¨¢n y las que se ir¨¢n es un arte. Desde luego no por el nombre. Son enga?osos, como los de los vinos. S¨®lo los que no saben nada de vinos lo escogen por lo bonita o fea que sea la etiqueta o el nombre que le han dado los bodegueros, a menudo tanto peores cuanto m¨¢s sonoros (Alcor de los Templarios, Categor¨ªa, y as¨ª). Digamos que bastar¨ªa con dos o tres para textos (Minion, Sabon, una Garamond bien escogida, por ejemplo), dos o tres para titulares (Helv¨¦tica, Univers, Gill Sans), una inglesa (Kuenstler), una normanda (Poster Bodoni)¡ En tipograf¨ªa, como en tantas cosas, menos es m¨¢s y m¨¢s es menos.
Cada ¨¦poca se refugia en unas tipograf¨ªas especiales, que hace suyas. Los tipos usados durante el Romanticismo eran diminutos. Sugieren acaso que el de la lectura fue el ¨¢mbito de la intimidad, tanto como el temor ante una modernidad deshumanizante. Los del Siglo de Oro confirman algo que sigue estando vigente: los libros que han cambiado nuestras vidas, como el Quijote, suelen estar mal impresos, son feos y se pueden comprar por un euro en un quiosco. Y los del siglo XVIII, la edad dorada de la tipograf¨ªa, lo contrario: muy bien hechos, pero la mayor parte de los libros que se escribieron entonces no hay quien pueda leerlos. ?Y c¨®mo es la tipograf¨ªa de este tiempo, la nuestra, la que querr¨ªamos usar? ?Aquella por la que nos reconocer¨¢n dentro de 100 a?os, en cuanto abran uno de los libros que imprimimos ahora?
Hoy se compone m¨¢s y mejor, pero tambi¨¦n m¨¢s y peor: todo convive en el mismo escaparate
La profusi¨®n de modelos y la facilidad con la que las nuevas tecnolog¨ªas los difunden hacen imposible aqu¨ª un resumen de lo que se est¨¢ haciendo en todo el mundo. Se compone y edita m¨¢s y mejor que nunca, pero tambi¨¦n m¨¢s y peor. El verdadero momento tipogr¨¢fico es este, el que estamos viviendo. Convive la excelencia con lo execrable, lo ejemplar y lo abyecto comparten a menudo con indiferencia el mismo escaparate, quiosco o mesa de novedades. En cualquier rinc¨®n del planeta podemos encontrar tip¨®grafos excelentes, pero desde que los libros, peri¨®dicos, revistas han entrado en el mercado como un bien de consumo, se rigen por las mismas reglas que muchos otros productos, cl¨ªnex incluidos. La imagen, tan importante en nuestro tiempo, amenaza a menudo con devorar a la palabra, y desnudarla. A veces, gran paradoja, con ayuda de la tipograf¨ªa. Acaso el reproche que pueda hacerse a buena parte de la tipograf¨ªa contempor¨¢nea es este: contagiada por la imagen, no trata de vestir las palabras, sino de sustituirlas por tipos y cuerpos espectaculares, en cinemascope. Claro que la cosa empez¨® con el futurismo y dad¨¢ (¡°las palabras en libertad¡± ya no significaban nada, eran pura apariencia, presas de ella). La consecuencia es terrible: los peri¨®dicos, reducidos a titulares, no se leen, se ven, y los libros no se ven, se miran y mirotean, escudados todos en que se edita mucho m¨¢s de lo que podemos leer, lo que nos llevar¨ªa a otro de los grandes aforismos de JRJ: ¡°Para leer mucho, comprar poco¡±. Pero este es otro cap¨ªtulo.
LECTURAS
As¨ª se hace un libro. Enric Jard¨ª. Arpa, 2019. 204 p¨¢ginas. 22,90 euros.
Es mi tipo. Simon Garfield. Traducci¨®n de Miguel Marqu¨¦s Taurus, marzo de 2019. 376 p¨¢ginas. 23,90 euros.
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