Experiencia y esperanza

Todo cuanto vive envejece, pero, por singular privilegio de nuestra especie, a los hombres nos es dado producir ciertas obras que se libran de envejecer con sus autores porque burlan el poder de Libitina, la diosa de la ceremonia f¨²nebre:

¡°He dado cima a un monumento m¨¢s perenne que el bronce / y m¨¢s alto que el regio sepulcro de las pir¨¢mides; / tal que ni la lluvia voraz ni el aquil¨®n desatado podr¨¢ derribarlo; / ni la incontable sucesi¨®n de los a?os ni el veloz correr de los tiempos. / No morir¨¦ yo del todo y gran parte de m¨ª escapar¨¢ a Libitina¡±.

As¨ª escribe el poeta Horacio en su oda 30 y al leerla hoy corroboramos su vaticinio: aunque ¨¦l muri¨® hace dos milenios, sus versos permanecen para nosotros j¨®venes como el primer d¨ªa, sin marchitarse ni corromperse, y conservan para siempre el genio de quien los compuso. En esto reside la maravilla de las obras de arte cuando verdaderamente lo son: no mueren mientras haya quien las goce. Horacio fue amigo de Virgilio, el poeta, y de Augusto, fundador del Imperio Romano, el m¨¢s grandioso de la Antig¨¹edad. La Eneida, epopeya en la que Virgilio cant¨® los or¨ªgenes de Roma, perdura hasta el presente plena de belleza y lozan¨ªa mientras que Roma, su vasto imperio y su primer y mayor emperador hace ya mucho tiempo que pasaron, reducidos a polvo y cenizas.

Bajo el mismo nombre de literatura circulan dos cosas bien distintas, producto una de la industria, la otra del arte, y s¨®lo la segunda responde a un anhelo de perfecci¨®n que, cuando se da, perdura indefinidamente. Toda industria, incluyendo la cultural, ambiciona vender el mayor n¨²mero de sus mercanc¨ªas ¡ªel libro puede ser una de ellas¡ª al mayor n¨²mero de consumidores en el menor tiempo posible. Dise?o empresarial del art¨ªculo, producci¨®n de ¨¦ste a gran escala, veloz colocaci¨®n en el mercado, vasta repercusi¨®n medi¨¢tica, venta masiva, rentabilidad a corto plazo, r¨¢pida circulaci¨®n y sustituci¨®n por otro nuevo: estas son algunas de las leyes de la racionalidad industrial.

Se entrega a veces a una persona al linchamiento p¨²blico tras aplicar una plantilla moral riguros¨ªsima a uno solo de sus actos

En el otro lado, la cadencia y los modos del arte. El artista anticipa en su imaginaci¨®n la perfecci¨®n de una obra, se enamora solitariamente de ella, le entrega sus mejores horas, d¨ªas y a?os sin esperar nada a cambio, y la elabora con demorada parsimonia manteniendo la mirada fija en la idea presentida al principio. Ya terminada, desea difundirla y compartirla con los dem¨¢s. El escritor sale entonces al encuentro de los buenos lectores, aquellos en los que halla alguna complicidad del amor con que el libro fue escrito. No le importa quienes compran los libros, sino s¨®lo quienes los leen, no tanto indiferente al n¨²mero como paciente, porque espera que a los de hoy quiz¨¢ se sumen otros ma?ana, si es que ha sabido producir una obra digna de permanecer.

Hoy muchos presumen de descreer del m¨¢s all¨¢: del m¨¢s all¨¢ de la otra vida y de ese m¨¢s all¨¢ de esta vida despu¨¦s de la propia desaparici¨®n que llamamos posteridad. Sin embargo, s¨®lo la posteridad literaria discrimina, de entre la masa infinita de obras que se ofrecen, aquellas que deben preservarse porque trascienden la actualidad ocasional de la ¨¦poca en la que fueron compuestas. Nadie recomienda, por supuesto, escribir para la posteridad porque intentarlo ser¨ªa ignorar que cada obra responde a las incitaciones del momento en que vive su autor, por fuerza un hijo de su tiempo. Pero cada uno de esos momentos que constituyen la cambiante historia participa de alg¨²n modo en una verdad invariable sobre lo humano. Hay obras que colaboran en la tarea ¡ªen que parece consistir la cultura¡ª de perpetuo desvelamiento de la verdad. Por eso es perfectamente natural que el autor se mantenga en vilo escrutando los signos para averiguar si su obra pertenece a esa selecta categor¨ªa. En ese sentido, el lector de su generaci¨®n no es de mejor condici¨®n que el de las siguientes, sino en todo caso al contrario por cuanto este ¨²ltimo disfruta de una ventaja comparativa: la de tener en las manos un libro que la posteridad ha rescatado del cementerio de la literatura que es el olvido al juzgar que, pasada la prueba del tiempo, su lectura sigue siendo fecunda o interesante.

Ser¨ªa ocioso insistir en que industria y arte no son formas puras de producci¨®n y que muy pocos autores personifican una sin contaminarse de la otra porque la mayor¨ªa se encuentra en alg¨²n punto intermedio entre esos dos extremos. En cambio, no est¨¢ de m¨¢s recordar que puede uno reivindicarse artista puro, consagrarse a la misi¨®n por entero como quien le va la vida en ello, ponerle voluntad, buena fe y el mayor entusiasmo imaginable, no rehuir ning¨²n sacrificio por arduo que parezca, sentir el rapto de una vocaci¨®n sublime, y que despu¨¦s la obra resultante nazca vieja, a?osa, ayuna de arte, porque ni renuncias ni mortificaciones garantizan la perfecci¨®n art¨ªstica de la obra ni compran el derecho de su supervivencia a la inflexible posteridad, que no admite sobornos.

De m¨ª s¨¦ decir que habr¨ªa escrito esta tetralog¨ªa aunque se me hubiera exigido publicarla sin mi nombre y aunque no me reportara beneficio de ninguna clase, prendado de la visi¨®n que la inspir¨® all¨¢ en la edad primera. A?ado que el resultado final no difiere mucho del que imagin¨¦ antes de empezarla. Pero, en todo lo dem¨¢s, ando a tientas y en la mayor incertidumbre. Ignoro, como es natural, su aut¨¦ntico m¨¦rito, estoy atento al juicio sereno de los buenos lectores que ya ha tenido y a la espera de los futuros, si los hubiere.

Era un ideal exigente con uno mismo e indulgente con los dem¨¢s, pero ha prevalecido un concepto de ejemplaridad 'antip¨¢tica'

Calc¨²lese ahora el significado que para m¨ª pueda tener la nueva edici¨®n de la tetralog¨ªa, que sali¨® por primera vez en la d¨¦cada que va de 2003 a 2013 en Pre-Textos y en Taurus. Cada uno de los t¨ªtulos conoci¨® varias ediciones y en 2014 este ¨²ltimo sello ofreci¨® una edici¨®n conjunta de los cuatro en formato de bolsillo, que hubo de reimprimirse. Cinco a?os m¨¢s tarde ¡ªcoincidiendo adem¨¢s con el d¨¦cimo aniversario de la aparici¨®n de Ejemplaridad p¨²blica en 2009 ¡ª , DeBolsillo vuelve a lanzar la tetralog¨ªa con la expectativa, es de suponer, de ganar para ella nuevos lectores.

Me repito a m¨ª mismo que no era previsible que esto ocurriera porque la tetralog¨ªa insiste en una sola idea a lo largo de m¨¢s de un millar de p¨¢ginas, discurre sobre ella en una l¨ªnea abstracta, conceptual, apoyada en bibliograf¨ªa mayoritariamente acad¨¦mica, sin concesiones a los apremios del ahora, desnuda de an¨¦cdotas y ejemplos, a contracorriente de las tendencias contempor¨¢neas del pensamiento y usando una prosa que, si no densa, acaso pueda calificarse de intensa, exigente con el lector. Un proyecto de este estilo no representa exactamente el sue?o de la industria del libro. Y, sin embargo, ha encontrado sus lectores dentro y sobre todo fuera de la peque?a comunidad de aficionados al ensayo filos¨®fico. Un hecho que confirma mi convicci¨®n de que nuestra ¨¦poca, tanto o m¨¢s que las pasadas, demanda ¨¢vidamente teor¨ªa y saluda con alegr¨ªa interpretaciones articuladas del mundo que ayuden al ciudadano a calmar su deseo de conocer y conocerse.

La tetralog¨ªa propone una doctrina sobre el ser (ontolog¨ªa) y sobre el deber-ser (pragm¨¢tica) a partir de la misma intuici¨®n originaria acerca de la verdad, dignidad y belleza del ejemplo.

El discurso sobre el ser ha sido elaborado desde los or¨ªgenes del pensamiento a partir del universal abstracto del lenguaje. Aqu¨ª se indaga un discurso alternativo, no intentado anteriormente, a partir del universal concreto del ejemplo. (¡­) Cuando la argumentaci¨®n se desplaza del ser al deber-ser, entonces la tetralog¨ªa trabaja en la construcci¨®n de un ideal, entendiendo por tal la s¨ªntesis en una forma personal de los valores m¨¢s estimados por una comunidad cultural. (¡­)

Desde su aparici¨®n, ha sido la dimensi¨®n pragm¨¢tica de la tetralog¨ªa, m¨¢s que la ontol¨®gica, la que ha captado la atenci¨®n de la mayor¨ªa de los lectores y aun de muchos otros que, sin perder el tiempo de leerla, han tenido la amabilidad de citarla. Se explicaron en otro lugar las razones por las que un t¨¦rmino como ¡°ejemplaridad¡±, com¨²n en el lenguaje corriente pero ausente en la deliberaci¨®n p¨²blica, entr¨® con fuerza hace una d¨¦cada en el debate pol¨ªtico. La recepci¨®n de la obra ha sido amplia y por fortuna transversal, trascendiendo sectores, grupos de intereses, ideolog¨ªas y partidos, pero a cambio ha sufrido una severa simplificaci¨®n de su contenido, excesivamente limitado a la cuesti¨®n ¡ªmarginal en la tetralog¨ªa¡ª de la ejemplaridad de las figuras p¨²blicas. Aun mutilada de esta manera, la noci¨®n de ejemplaridad conservaba en el sentir general un halo vagamente regenerador, y durante la d¨¦cada de la crisis ha estado a flor de labios de los pol¨ªticos de uno y otro signo para afear la conducta del adversario enredado en alg¨²n asunto dudoso y reclamarle en nombre de la ¨¦tica la urgente depuraci¨®n de sus responsabilidades, sin esperar muchas veces siquiera al obligado esclarecimiento previo de los hechos.

De modo que la ejemplaridad, un ideal de dignidad y belleza, ha sido convocada casi exclusivamente en situaciones que la contradicen con grosera tosquedad, sin atisbo de dignidad ni belleza, casos de corrupci¨®n, degeneraci¨®n moral y vulgaridad triunfante que parecen poner a prueba la posibilidad misma de un ideal de esa naturaleza. Con demasiada frecuencia ha sido invocada de manera oportunista en las escaramuzas de la lucha por el poder o en la carrera de unos y otros por calmar la sed de castigo de una sociedad escandalizada. Vemos con pena c¨®mo a veces se entrega a una persona al linchamiento p¨²blico y se la cubre de verg¨¹enza y deshonor tras aplicar por sorpresa una plantilla moral riguros¨ªsima a uno solo de sus actos, separado de la entera trayectoria vital donde ser¨ªa justo juzgarla. ?Qui¨¦n de nosotros resistir¨ªa uno de esos controles-sorpresa? Una bestia o un dios, pero no un hombre. Sometida a la observaci¨®n del microscopio, no hay piel humana enteramente limpia de bacterias y de basura biol¨®gica por mucho que se lave y se frote. Puede uno asquearse eternamente o puede tomar distancia para contemplar el cuadro entero, donde todas las piezas se complementan y crean un conjunto armonioso sin manchas visibles ni impurezas.

El concepto que ha prevalecido en el p¨²blico no lector de la tetralog¨ªa, pero atento a las noticias sensacionales, ha sido, pues, el de una ejemplaridad antip¨¢tica , vale decir, de corto aliento, oportunista, intransigente y puntillosa con el vecino, siendo as¨ª que s¨®lo merecer¨ªa llamarse ejemplar un ideal benevolente de lo humano, tan exigente con uno mismo como indulgente con los dem¨¢s, que no ahorca la individualidad con la soga del moralismo, sino que deja espacio al error, los retrocesos, las pruebas fallidas, las revisiones, los abandonos y las correcciones que forman parte del natural aprendizaje de cada uno (?nadie nace aprendido!), un ideal, en fin, que no se traiciona en un acto m¨¢s o menos desafortunado y que s¨®lo resplandece al considerar el curso general de la vida de una persona.

Y esa perspectiva general s¨®lo se alcanza cumplidamente tras la muerte del individuo en la imagen final de su vida. Esta tetralog¨ªa se refiere a esa ejemplaridad provisional, parcial, in fieri, que se construye mientras el individuo vive. Cuando muere, el proceso se detiene, la ejemplaridad, antes en movimiento, se fija en una imagen definitiva y completa, monumento elevado a su memoria por quienes lo recuerdan. As¨ª que los cuatro t¨ªtulos de la presente obra se redondean con ese suplemento de ejemplaridad p¨®stuma sobre el que medita mi siguiente libro, La imagen de tu vida (2017), quinto tomo de la tetralog¨ªa, por as¨ª decir.

El igualitarismo que la tetralog¨ªa postula como nota esencial de la ejemplaridad se consuma en la muerte, que todo lo nivela. Edgar Lee Masters abre su celebrado poemario Antolog¨ªa de Spoon River (1915) con una melanc¨®lica evocaci¨®n de ¡°la colina¡±, el camposanto donde yacen enterradas m¨¢s de doscientas almas de ese lugar imaginario, y a cada una de ellas dedica un poema-epitafio que condensa la imagen de su vida narrada por la voz del propio difunto desde no se sabe d¨®nde. Imposible leer esos epigramas funerarios sin percibir con emoci¨®n la verdad retrospectiva de los ahora convertidos en polvo, desvelada p¨®stumamente por el poeta, cuando ya es demasiado tarde. Observamos c¨®mo cada uno porfi¨® por su dignidad a su manera y c¨®mo todos comparten ahora la misma tierra por igual. Y, sin embargo, pese a sentir el intenso dramatismo de esos diferentes destinos finalmente igualados en el hoyo de la tumba, ni siquiera disponemos de tiempo para recordar diferenciadamente la imagen de cada uno porque las vidas insignificantes all¨ª narradas son multitud, se suceden con rapidez y se amontonan en la memoria, una detr¨¢s de otra, tumultuariamente, produciendo en el lector una sensaci¨®n coral de m¨²ltiples y fallidos ensayos de ejemplaridad. La vida humana es un libro que nos es dado a leer dos veces. La primera lectura suele estar empa?ada por la conmoci¨®n del descubrimiento, todav¨ªa fiados en la aparente firmeza del mundo. Conocemos la mortalidad de nuestra condici¨®n como idea , a¨²n no como experiencia . Pasa el tiempo, envejecemos, nos distanciamos del yo juvenil y ya no sentimos la anterior continuidad con sus anhelos. Demasiadas experiencias del absurdo, demasiadas casualidades perversas que arbitrariamente se concatenan, p¨¦rdidas que a nadie benefician, episodios inconsolables que no se compadecen con un ideal humano. Y la confirmaci¨®n cada d¨ªa, cada hora, de que todo lo viviente sin excepci¨®n acaba corrompi¨¦ndose. Damos la bienvenida a otra primavera, de nuevo la misma fiesta de la naturaleza con sus galas y fragancias: todo igual a?o tras a?o, todo salvo¡­ nosotros mismos, que s¨ª hemos sufrido cambio sustancial porque somos un a?o m¨¢s viejos. Y, al acumularse algunas primaveras m¨¢s, iniciamos la segunda lectura del libro de la vida, cuando ya nos hemos informado sobradamente del ¡°sucio secreto¡±. El veterano lector no s¨®lo es m¨¢s consciente de la idea de la muerte, sino que se sabe m¨¢s cerca de ella, am¨¦n de que ya la ha experimentado en alguna persona amada que era parte de ¨¦l mismo y se fue, qued¨¢ndose desde entonces dudoso, perplejo, tentado por la melancol¨ªa.

En mi caso, las notas tomadas tras la primera lectura conformaron la tetralog¨ªa de la ejemplaridad que sigue a este pr¨®logo, un programa de urbanizaci¨®n de la existencia humana que comprende el an¨¢lisis de la experiencia a lo largo de sus tres primeros t¨ªtulos y el de la esperanza en el ¨²ltimo (hip¨®tesis de una supervivencia individual post mortem). Urbanizar significa comprender el ser y el ideal como determinados esencialmente por algunos l¨ªmites constitutivos que dotan a lo humano de la dignidad que le es distintiva. La ¨ªndole de este programa explica la concentraci¨®n de los cuatro vol¨²menes en aquellos temas que contribuyen a ese proceso de civilizada y envolvente autolimitaci¨®n.

Habiendo alcanzado yo tambi¨¦n la edad de la relectura, ando ahora apuntando en el cuaderno de notas las curiosas y peregrinas sensaciones que me est¨¢ deparando. Y constato que en esta segunda mirada, atra¨ªda por el lado no urbanizable de la vida, est¨¢n asumiendo particular nitidez los contornos irredentos, ingobernables, incluso salvajes ¡ªpero no por eso b¨¢rbaros¡ª que en ella subsisten, aquellos que no se dejan ensamblar para formar un sistema l¨®gico y se resisten a integrarse en una unidad de sentido de car¨¢cter conceptual.

Por eso no es demasiado arriesgado conjeturar que, si dichas notas redundan en libros nuevos en los pr¨®ximos a?os, algunos de ellos abandonen la forma del ensayo filos¨®fico y elijan un g¨¦nero literario m¨¢s propicio para mostrar los elementos irreductibles de la existencia humana, aquellos que precisamente escapan a la definici¨®n filos¨®fica.

Tetralog¨ªa de la ejemplaridad. Javier Gom¨¢ Lanz¨®n. DeBolsillo. A la venta el 14 de febrero. Imitaci¨®n y experiencia. 632 p¨¢ginas. 9,95 euros. Aquiles en el gineceo. 248 p¨¢ginas. 9,95 euros. Ejemplaridad p¨²blica. 376 p¨¢ginas. 9,95 euros. Necesario pero imposible. 384 p¨¢ginas. 9,95 euros.