Una ¡®influencer¡¯ novohispana
El retrato de Mar¨ªa Luisa de Toledo y Carreto, arrumbado en los almacenes del Museo del Prado, se expone en el Museo de Am¨¦rica tras ser restaurado y atribuido a Antonio Rodr¨ªguez
Al entrar en la sala el visitante se da de bruces con el espectacular retrato: es una joven aderezada con joyas deslumbrantes y un traje de bordados riqu¨ªsimos, incluso demasiado ostentoso para una dama espa?ola del siglo XVII. La mirada avezada, que conoce los arc¨¢ngeles arcabuceros del Per¨² virreinal, descubre una inesperada huella americana, aquella que fabula con la tactilidad de los tejidos, el oro y la plata; las perlas y los sentidos. La que flirtea con las transparencias y los brocados sin un ¨¢pice de miedo al lujo y sus excesos.
La joven dama se ha quitado el guante y toca la cabeza de una mujer a su izquierda, baja en estatura, de rasgos marcados, tatuado el rostro al modo de los chichimecas mexicanos y vestida con ropa local, refrendo del origen ultramarino de la escena. El gesto de familiaridad de esa mano desnuda subraya el contraste y la cercan¨ªa entre ambas y a partir de ese trueque y ese contrapunto se inicia una narraci¨®n fabulosa en el Museo de Am¨¦rica de Madrid, que desdobla los dos mundos atrapados en el lienzo y que conviven azarosos en la Am¨¦rica Virreinal: el peninsular y el local.
Es la historia que habla de los viajes ultramarinos en los cuales -y pese a las dificultades del transporte- se acarreaba la casa entera hacia el Nuevo Mundo para preservar la clase. Relatos de ajuares y devociones antit¨¦ticos; diferentes costumbres que el imperio espa?ol reun¨ªa y reescrib¨ªa en los biombos o los productos filipinos y japoneses, el lujo ¡°oriental¡±. Son los sabores y las fragancias de la colonia y sus precios desorbitados, prueba de un alt¨ªsimo poder adquisitivo en un juego de modas importadas primero de la pen¨ªnsula, si bien traducidas y exportadas luego para recalcar de vuelta en casa el cosmopolitismo adquirido. Y es la infinita nostalgia de la Nueva Espa?a, del mundo paralelo de la sirvienta chichimeca y sus tejidos, sus dioses, los tocados de plumas.
El retrato de Mar¨ªa Luisa de Toledo y Carreto -¨²nica hija de Antonio Sebasti¨¢n de Toledo, virrey en la Nueva Espa?a entre 1664 y 1673 y que acab¨® su vida en un convento madrile?o- resume esa diversidad. El cuadro, por diferentes avatares hist¨®ricos arrumbado en los almacenes del Museo del Prado, tras ser restaurado y atribuido a Antonio Rodr¨ªguez -quien lo pint¨® en M¨¦xico hacia 1670-, se ha depositado en el Museo de Am¨¦rica. El retrato de esta influencer novohispana es, as¨ª, el hilo argumental de una historia incre¨ªble, una investigaci¨®n necesaria sobre historia cultural y una exposici¨®n que no se limita a desvelar ciertas costumbres importadas a la pen¨ªnsula que revestir¨ªan de aire mundano a algunas familias poderosas. Es, sobre todo, la excusa perfecta para poner en evidencia las colecciones maravillosas del Museo de Am¨¦rica y un hecho que tendemos a olvidar: hay museos estupendos fuera del circuito de los m¨¢s visitados. ?Por qu¨¦ no van hoy mismo?
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