Un ¡®trockadero¡¯ con drama
El core¨®grafo granadino Manuel Li?¨¢n propone en '?Viva!' el transformismo como un veh¨ªculo de reafirmaci¨®n dentro del espect¨¢culo

Con apenas cinco espect¨¢culos propios a sus espaldas y multitud de otros trabajos esc¨¦nicos, Manuel Li?¨¢n (Granada, 1980) ha demostrado que derrocha talento y vocaci¨®n creativa. Su paleta se mueve entre la b¨²squeda formal de car¨¢cter contempor¨¢neo y una sed de cultura de su propia especialidad, mirar el pasado, recrearlo y hasta manipularlo en busca de su producto propio. El pasado es una fuente de temas, no una losa; la tradici¨®n es un arco¨ªris del que extraer pigmentos para mezclarlos con otro arbitrio y hacia otra pl¨¢stica.
La primera impresi¨®n de ?Viva!, obra donde siete hombres de oficio dan vida a siete imaginarias bailaoras quiz¨¢s atemporales pero perfumadas por el ayer, es que estamos ante un Ballet Trockadero a la espa?ola. En cierto sentido es as¨ª, pero si los ¡°trocks¡± originales alejan con prontitud y decisi¨®n cualquier atisbo tr¨¢gico, en ?Viva! el drama es una presencia clara desde la primera escena. Hay mucho humor socarr¨®n, mucha iron¨ªa y mucho descocarse, pero siempre en los m¨¢rgenes impuestos por el director-core¨®grafo para sus fines evocativos. No es un trockadero en toda regla, pero divierte igual, aunque con Li?¨¢n a veces se traga en seco.
?VIVA!
Coreograf¨ªa y direcci¨®n: Manuel Li?¨¢n; Bailarines-core¨®grafos: Manuel Betanzos, Jonatan Mir¨®, Hugo L¨®pez, Miguel Heredia, V¨ªctor Mart¨ªn y Daniel Ramos; m¨²sica: Francisco Vinuesa, V¨ªctor Guadiana y Kike Terr¨®n; luces: G. Montesinos; vestuario: Y. Pinillos. Teatros del Canal. Hasta el 10 de febrero.
Hay esmero en la manera de travestir a los bailarines, no siempre con acierto, pero en general con gusto. La cortina de flecos met¨¢licos acerca la situaci¨®n y el ambiente al cabar¨¦. Esto puede llevar a equ¨ªvoco; en cualquier caso ser¨ªa ¡°el cabar¨¦ de la vida¡±. La tradici¨®n del transformismo en el flamenco viene de antiguo; hubo incluso grupos itinerantes en los a?os veinte y treinta del siglo pasado y hay testimonios finiseculares con chispa y gracejo. Recientemente, fue Jos¨¦ Antonio Ruiz en su ¨²ltima etapa en el Ballet Nacional de Espa?a quien, en su recreaci¨®n del Caf¨¦ de Chinitas incluy¨® un personaje travestido que elabor¨® para s¨ª mismo con detalle y car¨¢cter, y aquello no fue del todo comprendido y aceptado. Han pasado unos a?os y hoy la realidad es otra, todo est¨¢ mucho m¨¢s relajado y el p¨²blico que llen¨® la sala roja de los Teatros del Canal lo verifica y atestigua.
Hac¨ªa a?os que no se o¨ªan aplausos y v¨ªtores as¨ª en una obra de danza espa?ola. El entusiasmo rozaba por momentos el circo romano y aquello acab¨® con todo el mundo en pie, con un final de jolgorio m¨¢s que discutible. A la obra le sobran unos 15 o 20 minutos de metraje para que redondee todo su impacto en positivo, y hay un claro final anterior cuando el propio Li?¨¢n mira los trajes vac¨ªos, como estantiguas mudas, como pruebas testificales de una tragedia. La performance adicional de los chicos quit¨¢ndose las pelucas, los rellenos y las pesta?as es opcional, puede ser o no ser, pero no es el caso de juzgarlo. Claro que las fuertes improntas que arrastran estas beldades de tablao vern¨¢culo a veces resultan quijotescas, otras tiernas criaturas sin refugio: no es la vida sino su sombra chinesca. El verso cantado: ¡°El mariquita se peina¡¡± vuelve fresco a la memoria del espectador como un himno lapidario: no est¨¢n para bromas quienes buscan su sitio en medio de la selva de la incomprensi¨®n y el rechazo, quien han sufrido ostracismo, burla o violencia. Y al hilo de esto, no ayuda demasiado a esta idea de gr¨¢fica muy pura el crear forzadamente una conexi¨®n reivindicativa ¡°queer¡±. La man¨ªa de ideologizarlo todo arrastra el sentido ¨²ltimo de ?Viva! y hasta se corre el riesgo de banalizarlo. Ser¨ªa imperdonable, pues est¨¢ claro que no hace falta un comisario pol¨ªtico, ellos/ellas son entes pol¨ªticos de escenario en s¨ª mismos, con su propia fuerza y su propia voz.
La bata de cola (de lunares ten¨ªa que ser), que para Li?¨¢n es m¨¢s t¨®tem que fetiche, se deja para el final en un cuadro coreografiado, con otros ritmos, a la manera de los Caracoles del Ballet Nacional: una felicidad aventando mantones y faralaes, flecos y caireles. Una demostraci¨®n de poder¨ªo luminoso, casi sin nostalgia y mirando gallardamente hacia delante. Los fantasmas de varias grandes bailarinas-bailaoras sobrevuelan todo el espect¨¢culo, casi se las cita e identifica con fogonazos de pantomima y vueltas quebradas. Li?¨¢n es de lo mejor que nos est¨¢ pasando en el cr¨ªtico momento que viven la danza espa?ola y el ballet flamenco.
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