El gal¨¦s errante
Bryn Terfel debuta por fin en el Teatro Real con un recital pobre musicalmente, pero en el que impone su arrolladora personalidad
Parece que fue ayer, pero se cumplen ahora treinta a?os desde que el mundo empezara a hablar de Bryn Terfel en 1989, cuando qued¨® en segundo lugar en el famoso concurso BBC Singer of the World que se celebra cada dos a?os en Cardiff, en su Gales natal, y que ha lanzado las carreras de grandes cantantes como Karita Mattila o Anja Harteros. Obtuvo entonces el primer premio otro bajo, el tristemente fallecido Dmitri Hvorostovsky. Ambos comparten ¨Co compart¨ªan¨C no solo registro vocal y, por tanto, repertorio, sino una personalidad expansiva que parec¨ªa llenar hasta el ¨²ltimo rinc¨®n de los lugares en que actuaban. Pero la simpat¨ªa natural de Terfel, su antidivismo (es hijo de granjeros), su deseo de probarlo todo, de cantarlo todo, de Las bodas de F¨ªgaro a Sweeney Todd, ha convertido aquel segundo premio en una an¨¦cdota. Tres d¨¦cadas despu¨¦s, Terfel sigue estando en lo m¨¢s alto.
No son los recitales con orquesta el mejor medio para calibrar las virtudes de un cantante: sirven, en el mejor de los casos, para constatar su estado vocal. Ninguna estrella corre riesgos innecesarios, cantan lo estrictamente imprescindible (en Madrid, Terfel ha debido de superar por poco los cuarenta minutos) y, dependiendo de su habilidad sobre el escenario, pueden conseguir mucho con muy poco. Algo parecido a esto ¨²ltimo es lo que ha hecho el bajo gal¨¦s en Madrid, en su largamente demorada presentaci¨®n en el Teatro Real: ha venido, cantado y vencido.
Obras de Wagner, Offenbach, Boito, Weill, Rodgers, Frederick Loewe y Jerry Bock. Bryn Terfel (bajo-bar¨ªtono). Orquesta Titular del Teatro Real. Director: Josep Caball¨¦ Domenech. Teatro Real, 22 de febrero.
Wagneriano de largo recorrido, la voz de Terfel acusa, aunque en menor medida de lo habitual, haber cantado tantas veces El holand¨¦s errante (protagoniz¨® la ¨®pera en versi¨®n de concierto en Madrid hace tres a?os con la Orquesta Nacional de Espa?a dirigida por David Afkham), El anillo del nibelungo (siempre el personaje de Wotan) y Los maestros cantores de N¨²remberg (que estren¨®, tambi¨¦n en versi¨®n de concierto, en la ?pera Nacional Galesa). Tras un apresurado y confuso preludio del tercer acto de Lohengrin, Terfel nos obsequi¨® con un breve apunte de Hans Sachs, un mon¨®logo del zapatero en el segundo acto, en una interpretaci¨®n bastante plana y no siempre, como indica la partitura, ¡°muy delicada¡±. La ausencia de sobret¨ªtulos durante todo el concierto puso las cosas muy dif¨ªciles a quienes no conocieran el repertorio interpretado.
La excelente Orquesta Titular del Teatro Real tampoco mostr¨® su mejor versi¨®n en una olvidable Cabalgata de las valquirias, pero fue el peaje que hubo que pagar para escuchar la despedida de Wotan del final de La valquiria. Terfel ha perdido potencia y redondez en su privilegiada voz, pero, cuando quiere, logra sacar recursos que parec¨ªan ocultos. Aqu¨ª su implicaci¨®n emocional fue en aumento, despu¨¦s de un comienzo de nuevo demasiado rutinario y cantado con oficio y poco m¨¢s. Secundado por su prodigiosa gestualidad (poco antes, durante y despu¨¦s de la m¨²sica asociada a Loge, cuando fue abandonando poco a poco el escenario mientras la orquesta segu¨ªa tocando), por unos graves que conservan su color homog¨¦neo y por su larga experiencia en la interpretaci¨®n de esta m¨²sica, Terfel calde¨® progresivamente la frialdad inicial y arranc¨® los primeros aplausos sinceros e intensos. Al salir a saludar, diversos gestos de cercan¨ªa y camarader¨ªa con los primeros violines, impensables en cualesquiera grandes divos, hicieron a¨²n m¨¢s por acortar la distancia entre solista y auditorio. Terfel jam¨¢s parece instalado en una atalaya lejana.
Concluidas las exigencias wagnerianas, el cantante se adentraba ya en territorio muy c¨®modo para sus ampl¨ªsimas capacidades. Despu¨¦s de una obertura de La belle H¨¦l¨¨ne de Offenbach (hay que suponer que un gesto conmemorativo del bicentenario de su nacimiento), lo que mejor dirigi¨® Josep Caball¨¦ Domenech, el gal¨¦s ofreci¨® una de sus arias predilectas, ¡°Son lo spirito che nega¡±, del Mefistofele de Arrigo Boito. Como no pod¨ªa ser menos, su Mefist¨®feles es m¨¢s ir¨®nico que amedrentador, m¨¢s bromista que malvado, pero fue un placer escucharle los constantes devaneos crom¨¢ticos de la l¨ªnea mel¨®dica, o verle y o¨ªrle ejecutar los silbidos con la intensidad y el desparpajo de un chico de campo. Los aplausos cada vez m¨¢s entregados se apagaron con los acordes del armonio que marcaban el comienzo de Die Moritat von Mackie Messer (pretender encontrar alg¨²n tipo de congruencia en el programa es una empresa abocada al fracaso), en la que Terfel volvi¨® a hacer gala de sus refinadas dotes histri¨®nicas y de su dicci¨®n sobresaliente y cristalina.
La obertura de Oklahoma! marc¨® el inicio de un ¨²ltimo bloque dedicado al musical estadounidense, un repertorio que Terfel ha cultivado desde siempre y del que es un sincero y entusiasta admirador. ¡°Oh, what a beautiful morning!¡± se cerr¨® con un homenaje a la ciudad que lo acog¨ªa (¡°?Oh, qu¨¦ bonita es Madrid!¡±); ¡°How to handle a woman¡± le sirvi¨® para rendir pleites¨ªa a su compatriota, el tambi¨¦n gal¨¦s Richard Burton, al que calific¨® en una breve introducci¨®n hablada de su ¡°personalidad interpretativa predilecta¡±; y la famosa ¡°If I were a rich man¡±, de El violinista en el tejado, vino precedida por varias frases recitadas de Tevye, el protagonista de la obra, que enlazaron directamente con la m¨²sica. Terfel, aqu¨ª ya entregado al lucimiento de sus dotes actorales, acab¨® en mangas (cortas) de camisa tras lanzar al suelo su chaqueta y poner el p¨²blico a sus pies.
En su ya muy lejana presentaci¨®n en el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela, el 21 de diciembre de 1995, Terfel puso fin a su recital con un jovenc¨ªsimo Malcolm Martineau (una enjundiosa secuencia de canciones de Schubert, Ibert y Vaughan Williams) con seis canciones populares galesas. En pleno frenes¨ª de aplausos finales en su presentaci¨®n en el Teatro Real, alguien le reclam¨® a gritos precisamente una propina de Ralph Vaughan Williams, pero Terfel, fiel a sus ra¨ªces, se decant¨® por una canci¨®n popular galesa, Ar Hyd y nos, que no cant¨® entonces en Madrid. Los gestos de orquesta y director dejaron claro que hab¨ªa otras propinas preparadas, pero el recital concluy¨® ah¨ª, como y cuando quiso el cantante, que ya hab¨ªa conseguido su objetivo. No hubo por parte del p¨²blico las actitudes habituales y un tanto destempladas y exageradas que dispensa ¨²ltimamente a los divos, probablemente porque Terfel no lo es. No hay mejor expresi¨®n para definir al gal¨¦s que la intraducible expresi¨®n inglesa larger than life y que podr¨ªa verterse libremente como inabarcable. La personalidad de este cantante afable, amable, cercano, un virtuoso de la comunicatividad, no puede, en efecto, abarcarse con palabras. Hay que verlo desenvolverse sobre un escenario para constatar cu¨¢nto puede conseguirse con muy poco. Pero muy poco, en un superdotado como ¨¦l, es much¨ªsimo.
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